El pasado 2 de marzo, medio millar de trabajadores de Abengoa dejaron su puesto de trabajo por unas horas. Se levantaron de sus sillas y salieron a las puertas del campus de Palmas Altas, la sede de la compañía en Sevilla, para reclamar el mantenimiento de sus empleos. Una semana antes, la tecnológica andaluza había presentado voluntariamente el concurso de acreedores tras una crisis que había ido deteriorando poco a poco la empresa desde 2015, cuando se destapó una enorme deuda que alcanzó los 26.000 millones de euros —ahora se estima en unos 6.000 millones— y que provocó que ya se declarara en preconcurso. La incertidumbre por el futuro de la entidad y los puestos de trabajo se apoderó de las sofisticadas instalaciones de Palmas Altas y trajo consigo la movilización de sus empleados.
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La plantilla, poco dada a reivindicar sus condiciones laborales, no imaginó que se vería obligada a sujetar una pancarta. Laura Rodríguez, presidenta del comité de Abengoa Energía y una de las caras visibles de las manifestaciones, cuenta que Abengoa “era un cortijo”. “Era un tabú hablar de sindicatos. Constituimos los comités en 2016, tras muchas horas extra de reuniones clandestinas”, relata.
Los empleados de la compañía han sobrevivido estos últimos años entre operaciones financieras, rescates, y varios ERTE y ERE que han supuesto la pérdida de casi 11.000 puestos de trabajo: de los 24.000 empleados de 2014, se ha pasado a 13.500, 2.550 en España, de los que el 80% trabajan en Andalucía. Detrás de los datos hay familias, insisten los representantes sindicales.
Los trabajadores solicitaron a la Junta de Andalucía una declaración de apoyo institucional que, después de más de tres meses y 12 manifestaciones, llegó el pasado martes 8. “Andalucía no puede perder uno de sus emblemas tecnológicos” anunció Elías Bendodo, el consejero de la Presidencia, que destacó “el innegable valor” de todos los empleados e instó al Gobierno central a que “atienda las peticiones de la dirección de Abengoa [solicita 249 millones] a la Sociedad Española de Participaciones Industriales (SEPI)”.
La empresa afronta ahora sus horas más delicadas. Con una cartera de 1.100 millones de euros en proyectos aprobada, pero sin poder ejecutar debido a la falta de dinero, “ya no hay más tiempo”, explica Noelia Sánchez, presidenta del comité de Abenewco1, la filial operativa de la matriz Abengoa. Estos son cuatro testimonios de trabajadores de la empresa que ejemplifican el malestar generalizado por el devenir de la compañía, un emblema del sector de las renovables en España y en el mundo.
María Eugenia Alonso, 51 años. Directora del Departamento de Logística.
Cuando María Eugenia Alonso habla de Abengoa se le iluminan los ojos. Esta sevillana de 51 años estudió Comercio Exterior y Transporte Internacional en la capital andaluza. Y aunque nunca tuvo problema para irse fuera —ha trabajado en Alemania, Inglaterra, Argelia, Sudáfrica— siempre tenía en la cabeza regresar a su Sevilla natal. Por eso, cuando entró en Abengoa en 2007 como responsable de Proyectos en el Departamento de Logística cumplió “un sueño”. “Entré con mucha ilusión y con el orgullo de haber escuchado referencias desde el extranjero”, cuenta.
Sin embargo, Alonso tuvo que dar un paso a un lado en 2016, cuando la primera crisis de Abengoa amenazó la continuidad de los trabajadores. En ese momento trabajaba para ellos en Sudáfrica. “Yo soy la cabeza de mi familia y tengo una hija. No me puedo permitir quedarme sin trabajo, y no pensé que [Abengoa] se fuera a salvar”, recuerda. Se fue a otra empresa en el país africano, pero a los tres años se acabó su proyecto y la llamaron para reincorporarse. “Volví porque creo en esta empresa, y porque cuando te vas fuera te das cuenta de lo bueno que tenías”. Si bien dice que ahora la empresa es “más pequeña”, valora el “potencial humano” que demuestra que “Andalucía no es solo turismo de sol y playa”.
Alonso, que ha ido a todas las manifestaciones, ha vivido esta etapa con “impotencia e incredulidad”: “No se nos ha tenido en cuenta. Lo peor es que está calando en el público que somos un pozo sin fondo de subvenciones. No somos nosotros, ha sido la gestión. Somos familias honradas que hemos estado trabajando y dándolo todo”.
Natalia Medinilla, 41 años. Responsable de Tesorería.
Natalia Medinilla no había acabado la carrera de Administración y Dirección de Empresas y ya estaba dando sus primeros pasos en el gigante industrial andaluz como becaria en prácticas. Al terminar la licenciatura, cuando llevaba tres días en un banco, la llamaron de Abengoa y no se lo pensó dos veces. “Era una oportunidad muy buena: una beca con posibilidad de contratación al final. Y así fue”, cuenta. Medinilla cumplió 41 años el mes pasado y en este cumplirá 14 en la empresa. Entró directamente en el departamento de tesorería, hasta ser la responsable, puesto que ocupa desde 2013.
Lo que más valora es que en la compañía son “una familia” —algo en lo que coinciden los cuatro entrevistados. Medinilla conoció de Erasmus a su marido, quien entró a la vez en la compañía, pero en el Departamento de Contabilidad. Tienen un hijo de cinco años. “Yo soy positiva, pero me parecería inconcebible que dejaran caer una empresa como Abengoa”, cuenta Medinilla, que es miembro del comité de empresa desde hace poco más de un año. Ha asistido a todas las manifestaciones, Lo “único” que está en su mano. “Vengo, trabajo, echo mis horas y espero que los que están arriba se ocupen”. Pero confiesa: “Ya no estamos empezando. Para mi familia sería una debacle que los dos nos fuéramos al paro”.
María Ger Vázquez, 43 años. Recursos Humanos.
Dieciséis años en una empresa dan para mucho, y por eso María Ger explica que ha vivido “tanto cosas buenas como no tan buenas”. ¿Las buenas? La mayoría. “Trabajamos con muchos países, que enriquece mucho, con la última tecnología y con las mejores instalaciones”, explica. Ger nació en Sevilla, pero vivió muchos años en Madrid, donde se graduó en Pedagogía Social y Laboral por la Universidad Complutense. Entró hace 16 años en el departamento de recursos humanos. Gracias a su función en la empresa, confirma que la mayoría “destaca al personal”. Y añade: “Con la crisis nos hemos unido más”.
Ger ha acudido a todas las manifestaciones. Nunca olvida la gorra y el polo blancos con la palabra Abengoa bordada en naranja. “Nos tenemos que hacer ver porque no se puede caer Abengoa. Si se cae, se pierde el talento”. Ger considera que el empleado de la compañía andaluza tiene “bastante empleabilidad en general porque tenemos un nivel alto”. Sin embargo, no se plantea tener que dejar su trabajo. “La incertidumbre es dura, pero entiendo que hay temas que no se pueden comentar. Estoy convencida de que esto va a salir adelante. Queremos estar aquí porque creemos en el proyecto de Abengoa”.
Pablo Espinar, 40 años. Coordinador de ofertas.
Pablo Espinar era un chaval cuando estaba haciendo su trabajo de fin de grado en la empresa fundada en 1941. Y, con humildad, dice que fue un “reconocimiento” que la compañía “más importante en su momento” optara finalmente por contratarlo a él y no a otro en marzo de 2007. Ahora es el coordinador de ofertas en la sección de Agua. “Nos encargamos de proyectos grandes y competimos con otras grandes empresas, y aun así ganamos muchos”. A Espinar le “apasiona” su trabajo tanto “técnicamente como por el fin social”, y se esfuerza en transmitirlo poniendo un ejemplo: “Estamos coordinando la mayor desaladora de ósmosis del mundo, que va a dar agua a todo Abu Dabi [capital de Emiratos Árabes Unidos]. Es como llevar botellas de agua a las casas de la gente. Ese fin social es enorme”.
Para Espinar, el cierre de Abengoa sería un cambio drástico. “Tengo dos niños, habría que cambiarlos de colegio, de domicilio. Mi solución sería irme de Andalucía”, cuenta. Este ingeniero industrial sevillano, que como sus compañeros ha ido a todas las manifestaciones, cree que hay que poner caras y nombres a las personas: “Se está cociendo una tragedia social. Creo que nos deben dar una oportunidad”.
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