Los talibanes planean formar un “Ejército regular disciplinado y fuerte”, reveló este miércoles su jefe militar, Fasihuddin, al cumplirse un mes de su toma del poder en Kabul. Aunque la milicia cuenta con algunas unidades especiales bien entrenadas y pertrechadas, la mayoría de sus integrantes son jóvenes más entregados que marciales, con aspecto desharrapado y comportamiento muy desigual. Su objetivo, además de proteger Afganistán, va a ser contrarrestar cualquier contestación. El anuncio coincide con signos de un rifirrafe en la cúpula dirigente del movimiento sobre el reparto de poder.
Fasihuddin -que solo utiliza un nombre, como es habitual en algunas zonas afganas- ha subrayado que “los soldados deben entrenarse para defender Afganistán”, según un tuit del responsable multimedia de la Comisión de Cultura, Ahmadullah Muttaqi. El máximo responsable militar talibán ha advertido de que reprimirán a cualquiera que se oponga a su mandato “con el pretexto de la etnia, la resistencia el apoyo a la democracia o proteger los avances de los últimos 20 años”, según recogen los medios locales. Esa referencia anuncia sin duda un aumento de la represión.
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Aunque Fasihuddin no ha mencionado por su nombre al Frente Nacional de Resistencia atrincherado en el norte del Panchir, parecía dirigirse a ellos cuando ha acusado a las fuerzas de oposición de “alterar la seguridad” e intentar hundir el país en “una guerra civil”. Los talibanes, ha dicho, no van a permitirles “destruir Afganistán”.
Fasihuddin fue el primer tayiko en formar parte de la comisión militar de los talibanes, un grupo dominado por los pastunes (la etnia mayoritaria en Afganistán). Originario de la provincial de Badakhshan, reforzó su fama la semana pasada al ser el primer líder talibán que entraba en Bazarak, la capital provincial de Panshir, el último reducto de resistencia contra su toma del poder. Pocos días después, el conocido como Conquistador del Norte fue premiado con el nombramiento como jefe militar y el martes se presentó a tomar posesión en el Ministerio de Defensa, que dirige Mohammad Yaqub, el hijo del mulá Omar, fundador de la guerrilla.
Desde su entrada en la capital ha llamado la atención la informalidad de los milicianos y su disparidad de atuendos. Con el pelo hasta los hombros, barbas descuidadas, turbantes o pañuelos enrollados a la cabeza, Kalashnikovs en la mano y chancletas en los pies, han hecho las delicias de los fotógrafos tanto como han causado el pánico de los civiles. Si sus líderes políticos están utilizando un lenguaje relativamente moderado, las tropas patrullan desafiantes las calles y día a día crecen las acusaciones de abusos y violaciones de derechos.
Poco a poco, sin embargo, algunas unidades, como las que protegen embajadas o el hotel Serena, han recibido uniformes que, con el típico estampado de camuflaje, mantienen el estilo local del shalwar kamiz (camisola larga sobre pantalones anchos). Las unidades de élite, como la Badri asociada con la milicia semiautónoma Red Haqqani, ya se habían dotado de uniformes y material de combate estadounidenses en el asalto a los cuarteles de las fuerzas de seguridad afganas. Se espera que estas fuerzas, más organizadas y mejor entrenadas, se conviertan en la espina dorsal del futuro Ejército islamista afgano.
Este repentino empeño en la disciplina coincide con crecientes signos de un rifirrafe en las altas esferas del Emirato Islámico. Las pistas siguen la suerte de Abdulghani Baradar, el líder de la Oficina Política de los Talibanes en Doha (Qatar) y uno de los cofundadores de la guerrilla junto al mulá Omar. A pesar de haber sido el hombre clave en las conversaciones mantenidas en ese país del Golfo con Estados Unidos, Baradar estuvo ausente el pasado domingo durante la visita a Kabul del ministro de Exteriores catarí, el jeque Mohamed Bin Abdulrahman al Thani, la de más alto nivel que el nuevo régimen ha tenido hasta ahora.
Ese detalle alentó los rumores que desde la semana anterior circulan por la capital de que algo había pasado con Baradar, a quien no se ha visto en público desde el anuncio del Gobierno en funciones. Aunque era el favorito de todas las quinielas para dirigirlo, quedó desplazado a primer viceprimer ministro por debajo de Mohammad Hassan Akhund. El hecho de que se llegara a hablar de la muerte de Baradar llevó a que uno de los portavoces del grupo, Mohammad Naeem, difundiera en Twitter una grabación de audio en la que el interesado asegura que está vivo y no ha resultado herido.
Según el servicio en pastún de la BBC, Baradar y Khalil ul Rahman Haqqani, el ministro para los Refugiados y un destacado miembro de la Red Haqqani, discutieron mientras sus respectivos partidarios se peleaban entre ellos. Al parecer, la disputa surgió después de que Baradar se mostrara descontento con la estructura del Gabinete. Un alto funcionario del Ministerio de Educación confió a EL PAÍS que de las conversaciones de los responsables talibanes deducía que se había producido un altercado en el palacio presidencial entre los dirigentes, pero no fue capaz de dilucidar su naturaleza.
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