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Luego


Si te lloran los ojos por una alergia o por una conjuntivitis o por la contaminación ambiental, por lo que sea, no desperdicies ese llanto: ofrécelo por una causa. A mí, que soy ateo, me sale de vez en cuando una oración involuntaria, pero, ya que está ahí, rezo por los niños ciegos y por las niñas cojas o mancas y por los sorditos y las sorditas de este mundo. Dada la situación calamitosa de nuestras sociedades, no hay que desperdiciar ninguna contingencia de rezo ni de llanto.

Si no eres de rezar ni de llorar porque gozas de una salud excepcional, acude a la farmacia, compra un frasco de lágrimas artificiales y derrámalas, al abandonar el establecimiento, sobre la acera. Di a quien te pregunte que lo haces por los que pasan hambre, por los que duermen en la calle, y por los miles o millones de desplazados que malviven en las grietas de la realidad sin abrigo, sin escuela, sin una sopa de fideos que llevarse a la boca. Di que derramas esas lágrimas artificiales, aunque sentidas, por los bebés nacidos en el interior de una patera, y por sus madres, pobres, a las que, en vez de cortarles clínicamente el cordón umbilical, se lo arrancan de cualquier manera, a veces a mordiscos. Di que las derramas por los náufragos que han sido pasto de los mismos peces del Mediterráneo que después llegan a las mesas de nuestros restaurantes servidos a la plancha o a la sal, con una guarnición de verduras.

Si no te da para llorar por todas las catástrofes que te vienen a la cabeza, regresa a la farmacia y adquiere otro, u otros dos envases de lágrimas artificiales (las dan sin receta) y derrámalas ahora por las crueldades del capitalismo salvaje y por la acumulación de la riqueza y por aquellos que se hacen millonarios con el sudor de la frente de los otros. Luego, puedes continuar con tus ocupaciones cotidianas. Muchas gracias.

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