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Lukashenko busca el respaldo de Putin tras el rechazo internacional a la detención del periodista bielorruso

Cada vez más aislado, Aleksandr Lukashenko se acerca para buscar el apoyo de Vladímir Putin. Mientras Occidente se mueve para imponer más sanciones al régimen bielorruso como castigo por forzar el aterrizaje de un avión de pasajeros que sobrevolaba la pequeña ex república soviética para arrestar a un periodista disidente, el Kremlin aprovecha la oportunidad para forzar a su vecino a aceptar más integración. Este viernes, Putin ha recibido en su residencia de Sochi, en el Mar Negro, al líder autoritario bielorruso para abordar nuevas vías de cooperación económica y estrechar vínculos; una reunión simbólica que apuntala el soporte de Rusia a su incómodo vecino y que visibiliza su frente común ante Occidente, a quien tradicionalmente ambos acusan de injerencias por apoyar a opositores y culpan de espolear protestas.

En su residencia de la ciudad balneario del Mar Negro, Putin ha saludado calurosamente a Lukashenko, que ha definido las críticas internacionales por el caso del avión desviado a Minsk por una supuesta amenaza de bomba, pero que derivó en el arresto del periodista Roman Protasevich, como una “oleada de emociones”. “Estoy muy contento de verte”, le ha respondido al inicio de la reunión Putin, que ha anunciado que en junio empezará a operar en Bielorrusia una central nuclear construida por Rusia y que ha suscitado las críticas de la UE y la alarma de los países bálticos. En el gesto más claro de apoyo, el presidente ruso ha mencionado el incidente del avión del entonces presidente de Bolivia, Evo Morales, en 2013, que se vio obligado a aterrizar en Viena cuando volvía de Moscú a La Paz porque varios países europeos le negaron su permiso de sobrevuelo ante las sospechas de Estados Unidos de que llevaba a bordo al ex contratista de la CIA y la NSA que filtró los programas de espionaje masivo. “Está claro lo que estos amigos occidentales quieren de nosotros”, ha dicho Lukashenko, que mostró al líder ruso un anticuado maletín negro que había llevado consigo y que, explicó, contenía documentos sobre el vuelo desviado de Ryanair, según las imágenes difundidas previas a la reunión.

Putin ha sido el sostén clave para Lukashenko desde las multitudinarias manifestaciones por la democracia y contra el fraude electoral del pasado verano, que el líder autoritario, en el poder desde 1994, ha reprimido con puño de hierro. El presidente ruso, al principio, apoyó escuetamente al bielorruso, pero cuando las manifestaciones contra Lukashenko arreciaron, Putin advirtió a la UE y a Estados Unidos, que condenaron los ataques a los derechos humanos, que no interfirieran y firmó un decisivo préstamo estatal de 1.500 millones de dólares (unos 1.300 millones de euros) para Bielorrusia y nuevos acuerdos sobre suministros de petróleo y gas. Ambos países pactaron realizar maniobras militares conjuntas casi mensuales durante un año y crear centros de entrenamiento para paracaidistas y tropas de defensa aérea. Putin se ofreció incluso a proporcionar a Minsk fuerzas de seguridad de un equipo conjunto; Rusia ya había enviado una avanzadilla de asesores de información y propagandistas para trabajar en la mermada televisión pública bielorrusa cuando los medios independientes despuntaban en la cobertura de unas protestas sin precedentes.

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Y desde entonces, con Lukashenko en una posición cada vez más vulnerable, Rusia y Bielorrusia han convenido nuevas formas de cooperación financiera y militar, que no hace sino aumentar la influencia de Moscú sobre Minsk, su asediado pequeño socio. “Cada nuevo paso hacia el aislamiento de Lukashenko por parte de Occidente aumenta inevitablemente su dependencia de Putin”, sostiene desde Minsk Artyom Shraibman, fundador de la consultora política Sense Analytics, que opina no obstante que el bielorruso tratará de mantener su poder e independencia “hasta el final”.

El abrazo de Putin a Lukashenko es también un gesto sustancial antes de la cumbre entre el ruso y el presidente estadounidense, Joe Biden, prevista el mes que viene en Suiza; una forma de señalar su influencia sobre Bielorrusia, un país geoestratégico junto al flanco este de la OTAN. Esa es la situación geográfica que Lukashenko siempre había explotado, al tratar de ser un amortiguador entre Rusia y Occidente y jugar todas las bazas para enfrentar a ambas potencias y mantener así su poder e independencia. Pero con la represión de los opositores y el último capítulo del arresto al periodista disidente Roman Protasevich, que puede enfrentarse a 15 años de cárcel, y de su novia, una rusa de 23 años a la que Moscú hace pocos gestos de amparar, el bielorruso parece haber quemado ese puente.

Las nuevas sanciones europeas sobre el pequeño país de Europa del Este (9,4 millones de habitantes), que además de a personas del círculo de Lukashenko y de afectar a la aerolínea nacional y bloquear de forma decisiva las comunicaciones bielorrusas podrían apuntar a las transacciones financieras y las industrias clave –como el petróleo o la potasa, fuente de divisas—, pueden girar aún más la balanza hacia Moscú.

Lukashenko, su hijo Kolya y Putin en un monasterio en Karelia, en julio de 2019. Mikhail Klimentyev / AP

Rusia y Bielorrusia están vinculados desde 1999 con un acuerdo de unión, un modelo sindicado que consiste en tratados energéticos, acuerdos comerciales y que marca la eliminación de los controles migratorios que incluía también la creación de cámaras legislativas conjuntas o una moneda común que, sin embargo, no se han llegado a materializar. Y Moscú, consciente de que Minsk es muy dependiente del gas y el petróleo ruso subsidiado que posteriormente comercializa y de su dependencia de Rusia para más del 80% de sus necesidades energéticas, ha presionado para estrechar aún más ese acuerdo de unión –los analistas sostienen que una fusión nunca deja de estar sobre la mesa— a la que Lukashenko siempre se había resistido, díscolo.

La postura de Minsk tensó los lazos entre los dos países, que tienen una relación compleja y que no siempre ha sido estable, apunta Eleonora Tafuro Ambrosetti, investigadora especializada en Rusia, Cáucaso y Asia Central del Institute for International Political Studies (ISPI). Lukashenko ha mostrado que no es un aliado fiable para Putin, a quien ha acusado, cuando le ha interesado jugar esa baza, de querer “absorber” Bielorrusia y forzar a toda costa la integración.

Putin y Lukashenko han pasado a ser, según el bielorruso, de “hermanos” a “socios” a “amigos cercanos”. Ahora, haciendo un frente común contra Occidente, ambos líderes se ven por tercera vez desde el verano pasado, cuando se iniciaron las protestas en Bielorrusia que Moscú tanto teme que se repliquen en su territorio; y más con elecciones legislativas a la vista en otoño.

Otras voces creen también que Rusia ha jugado su propio papel en la crisis del avión de Ryanair y la detención del activista Roman Protasevich. Es “difícil de creer” que Lukashenko hubiera actuado de esa forma “sin ningún tipo de coordinación con Rusia”, ha apuntado este viernes el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a Sky News.

Lo cierto es que Bielorrusia es un aliado que le sale caro a Moscú, señala Tafuro, pero por ahora parece compensarle. “Para Putin es importante que Bielorrusia se quede en su esfera de influencia aunque no necesariamente le interesa Lukashenko. Sin embargo, ahora que la situación se ha polarizado mucho y que la oposición visible al bielorruso, en el exilio, está más cerca de posturas pro-europeas, Moscú no tiene mucha opción”, dice la investigadora.

Pese a las sanciones y el aislamiento, Putin no tendrá fácil forzar el brazo de Lukashenko, opina la analista Tatyana Stanovaya, fundadora de la consultora política R. Politik. “El bielorruso está en una situación mucho más vulnerable, pero no creo que él lo sienta así. Lukashenko se ve a sí mismo como un guardián del país y garante de la independencia de Bielorrusia y siempre ha tratado de prevenir influencia de Rusia en la política interna”, apunta Stanovaya, que resalta también que en Rusia no todos los altos funcionarios ven la idea de una mayor integración con buenos ojos ahora que Bielorrusia se ha convertido en un aliado mucho más problemático.


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