El presidente electo, Lula da Silva, rodeado de futuros ministros y colaboradores, el pasado 22 de diciembre en Brasilia.UESLEI MARCELINO (REUTERS)
A punto de tomar posesión este domingo como presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva todavía no ha revelado todos los nombres del Gabinete con el que gobernará la primera economía de América Latina a partir del 1 de enero. Queda por anunciar oficialmente quiénes dirigirán 16 de los 37 ministerios del que será su tercer Gobierno, incluidos algunos tan relevantes como el de Medio Ambiente. El líder de la izquierda brasileña y fundador del Partido de los Trabajadores (PT) está sufriendo para cuadrar el puzle de nombramientos que satisfagan a la decena de partidos que, desde el centro derecha a la extrema izquierda, se aliaron con él para derrotar al ultraderechista Jair Bolsonaro.
Si Lula logró vencer en las urnas al militar que coquetea con el golpismo fue porque consiguió reunir en torno a su figura a un amplísimo plantel de antiguos adversarios en defensa de la democracia y de las debilitadas instituciones. El PT jamás habría logrado la victoria en solitario.
La situación de Marina Silva, antigua ministra de Medio Ambiente, y de Simone Tebet, candidata presidencial que quedó tercera y apoyó a Lula en la segunda vuelta, ilustra bien lo complejo que resulta el juego de equilibrios incluso para un habilidoso negociador como el presidente electo. Ambas senadoras tuvieron un enorme protagonismo en la campaña, se las considera cruciales para la victoria, pero aún no tienen asignado oficialmente un cargo en el próximo Gobierno.
Tebet es de centro derecha, liberal en economía, con fuertes vínculos con el sector agrícola y buena oradora. Tanto ella como Silva aportaban el hecho de ser mujeres en un ambiente político ampliamente dominado por hombres. Desde el principio se dio por hecho que su activo respaldo sería recompensado con un ministerio. Ahora mismo Tebet acaricia el de Planificación, según la prensa brasileña, que dice que el anuncio es inminente. Siete semanas han transcurrido desde las elecciones.
También sigue en el limbo Silva, la ecologista que acompañó a Lula en su primer Gobierno hace dos décadas y que rompió con él por discrepancias estratégicas sobre Amazonia y la política verde. Y en el Brasil actual ofrece el valor añadido de ser evangélica. Su nombramiento, como ministra o como zarina del clima, era considerado uno de los más obvios pero sigue sin ser resuelto. Y eso que Lula no dejó de insistir en la campaña que la política medioambiental sería prioritaria y vertebraría todas las políticas de su Gobierno.
El próximo presidente de Brasil ha dejado el núcleo duro del Ejecutivo (Economía, la Casa Civil, Trabajo, Educación, Justicia y Desarrollo Civil) en manos de hombres del PT o de su órbita, ha colocado a un diplomático al frente de Exteriores, a una cantante en Cultura y a un hombre de consenso en Defensa. Sanidad ha quedado en manos de una tecnócrata y ha incorporado potentes voces negras de la sociedad civil en Igualdad Racial y Derechos Humanos. El futuro vicepresidente, Geraldo Alckmin, dirigirá Industria después de que el favorito para el puesto declinara la invitación. Lula presidirá uno de los mayores Gbinetes de la historia de Brasil; el de Bolsonaro arrancó con 22 ministerios y siempre incluyó muchos más militares que mujeres.
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También sigue vacante el Ministerio de los Pueblos Indígenas, cuya creación anunció Lula y que prometió dejar en manos de un nativo. A estas alturas no está claro si tendrá ese rango o se quedará en secretaría.
Cuadrar el sudoku requiere satisfacer los intereses del Partido de los Trabajadores, que siempre ha tenido afán hegemónico, los de las dispares formaciones minoritarias que apoyaron a Lula y satisfacer los equilibrios territoriales. Junto a ello está la creciente demanda de que el Consejo de Ministros refleje la enorme diversidad de la sociedad brasileña, donde mestizos, negros, y mujeres son mayoría.
La seguridad del próximo presidente es uno de los grandes quebraderos de cabeza de su equipo. Más todavía después de un atentado fallido con bomba que un bolsonarista pretendía detonar para causar el caos y que las Fuerzas Armadas intervinieran para frenar la toma de posesión del líder izquierdista.
Desde que venció las elecciones el 30 de octubre, Lula ha dedicado también buenas dosis de energía a buscar apoyos parlamentarios para flexibilizar el techo de gasto y poder financiar las prometidas ayudas sociales para más de 20 millones de los brasileños más pobres. El acuerdo alcanzado contempla financiación extra para el primer año, no para los cuatro del mandato, como pretendían el próximo presidente y su partido.
El derrotado Bolsonaro sigue plenamente apartado de la vida pública y ya se da por supuesto que no será él quien coloque la banda presidencial a su sucesor. La toma de posesión estará mucho más concurrida que la de hace cuatro años. Está confirmada la presencia de 17 jefes de Estado incluidos el rey de España, Felipe VI, los presidentes Alberto Fernández (Argentina), Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile), Guillermo Lasso (Ecuador), Mario Abdo (Paraguay), Marcelo Rebelo de Sousa (Portugal), Luis Lacalle Pou (Uruguay), entre otros. También se esperan representantes de México, de Estados Unidos o de Francia.
Lula no ha podido invitar al venezolano Nicolás Maduro, como hubiera deseado, porque el Gobierno Bolsonaro reconoce como presidente a Juan Guaidó. El próximo ministro de Exteriores ya tiene el encargo de restablecer las relaciones diplomáticas con Maduro.
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