Antes de hacerse famoso por ser el cofundador de la banda Village People, el francés de ascendencia marroquí Jacques Morali (1947-1991) vendía discos en el aeropuerto de Orly mientras intentaba abrirse camino como músico de orquesta en París. Había pasado una infancia dura en Casablanca, donde tuvo que lidiar no solo con su homosexualidad en el Marruecos de los años setenta, sino con una madre que siempre había deseado tener una niña y mantuvo con su hijo una relación distante.
Morali ya tenía clara su vocación por lo festivo en el París de los años sesenta, cuando escribía música para la orquesta del legendario cabaret Crazy Horse. Canciones como la misma Crazy Horse ya dejaban ver esa épica orquestal y esos estribillos pegadizos que caracterizarían a su grupo más célebre.
En 1975, cuando tenía 28 años, conoció en la capital francesa al productor Henri Belolo, que le propuso pasar una temporada en Estados Unidos, y el momento no podía ser mejor. Tras la crisis del petróleo de 1973, la posterior recesión económica y la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam, una nueva religión había emergido de costa a costa en el país. Los clubes de música disco se convirtieron en una vía de escape para la sociedad de la época. Ese pasatiempo que liberó a millones de personas de las presiones y las afecciones del mundo real, por supuesto, también constituía un lucrativo negocio.
Morali se lanzó a la aventura. Ya desde Filadelfia y junto a Belolo, creó The Ritchie Family, un trío vocal femenino de cierto éxito. Pero querían más. Poco después se instalaron en Nueva York.
La inspiración les llegó a principios de 1977, mientras caminaban por Greenwich Village, la zona gay de Manhattan. En la puerta del club The Anvil vieron a un gogó de 20 años vestido de nativo americano llamado Felipe Rose. La escena les impactó, pero al entrar al local lo entendieron todo: esa noche se celebraba una fiesta de disfraces. La semilla estaba plantada. Valiéndose de los estereotipos del colectivo homosexual de aquel barrio neoyorquino —de ahí el nombre del grupo, “Gente del Village”—, así como de los fornidos personajes del ilustrador finlandés de comic erótico Tom of Finland, los productores comenzaron a urdir su nuevo proyecto.
Fetichismo amable
“Aunque fuese un cliché, lo que hicieron fue muy revolucionario porque dieron una vuelta y popularizaron los tópicos de la estética fetish y sadomaso. Convirtieron en algo amable elementos de una escena underground absolutamente prohibida, y que de otra forma hubiese asustado al gran público”, afirma Agustín Gómez Cascales, pinchadiscos, experto en música disco y, durante el día, redactor jefe de la revista Shangay. Carlos Pérez de Ziriza, autor de Música disco: Historia, cultura, artistas y álbumes fundamentales (editorial Ma Non Troppo), cuenta que ha pasado de encontrar el grupo simplemente “gracioso” a “apreciar una serie de virtudes y valores en su música que en su momento no veía. Más allá de su imagen chillona, hay una cosa que hicieron inteligentemente: diseñar seis prototipos masculinos de fantasía; uno para cada estrato de la comunidad gay. Eran un producto de laboratorio, como la mayoría de bandas de la música disco, pero eso no es peyorativo. Eran muy inteligentes y tenían claro a qué tipo de público se dirigían”.
En la primavera de 1977, a modo de prueba, grabaron cuatro temas con unos cantantes de estudio. La cinta, que llegó a manos de Neil Bogart, el fundador del sello Casablanca Records, se editó el 11 de julio de ese mismo año. Para sorpresa de todos, el disco homónimo que sirvió de puesta de largo de Village People vendió más de 100.000 copias en pocas semanas. Aquel verano, en los clubes gais de Estados Unidos, sonaron hasta la extenuación San Francisco (You’ve Got Me), In Hollywood (Everybody Is a Star) o Fire Island. Los títulos, justamente, hacían referencia a lugares de Estados Unidos con nutridas escenas de ambiente.
En el otoño de 1977, Morali ya había dado con el sonido que iba a caracterizar al grupo —intensos coros masculinos, estribillos con frases cortas que se repetían y se pegaban como un chicle y un fondo sinfónico irresistible—, pero necesitaba con urgencia una banda de carne y hueso. Principalmente porque, aparte de editar sus discos, Bogart pensó que en concierto serían una mina de oro. Los primeros escogidos fueron tres de los cantantes que participaron en el LP Village People: el gogó Felipe Rose (el indio), el músico Alex Briley (el soldado) y el actor de Broadway Victor Willis (el policía). Asimismo, reclutó a Randy Jones (el vaquero), un bailarín que por entonces compartía escenario con Grace Jones. Y para dar con los dos restantes, Morali publicó un breve anuncio en un diario: “Se buscan tipos machos y con bigote”. Así fue como se unieron a la causa el vocalista David Hodo (el albañil) y Glenn Hughes (el motorista), un cobrador de peaje del túnel Brooklyn-Battery.
Con el sexteto cerrado, empezaron a trabajar en su segundo largo, Macho Man. El 21 de febrero de 1978 debutaron en el 2001 Odyssey de Brooklyn, la discoteca que John Travolta popularizó en Fiebre del sábado noche. Los allí presentes —un público mayoritariamente heterosexual, pues el local no era entonces una discoteca de ambiente— enloquecieron. Aquel espectáculo de apenas unos minutos supuso la prueba de fuego definitiva, la demostración de que los Village People estaban predestinados a triunfar más allá del circuito gay.
Macho Man arrasó en el verano de 1978 y se convirtió en la primera canción del grupo en aparecer en la influyente lista de éxitos Billboard. Y, lejos de ser reconocidos únicamente entre los amantes de la música disco, consiguieron colarse en los televisores de millones de espectadores. Su actuación en el programa The Merv Griffin Show, décadas después, continúa siendo un hito del homoerotismo en horario de máxima audiencia. La compañía de strippers masculinos Chippendales, formada en 1979, tomó buena nota de aquella retransmisión.
Sin embargo, a medida que la popularidad del grupo aumentaba, Morali sacaba una cara cada vez menos amable. Todo tenía que ser perfecto. Exigió más ensayos, más giras, más sacrificios. Como David Hodo confesó en una entrevista que concedió en 2004 a PopMatters: “Estábamos agotados. Hubo un tiempo en el que se podía ver a Village People dos veces por semana en la televisión. Nosotros pensábamos: ‘¿Otra vez?’. No parábamos. Ya no tenía amigos. Todos los que conocía en Nueva York se habían olvidado de mí. No teníamos vida. El glamur solo estaba en los ojos del público”.
“No podía seguir ese nivel de ensayos, grabaciones y viajes sin descanso. Cuando miro algunas de las fotografías que nos tomaron ni siquiera pienso en la música. Me veo flaco como un rayo, cabezón y bailando con los ojos salidos. Sentí que necesitaba un descanso. Por eso terminé dejando el grupo en 1981”, explicó Randy Jones, el vaquero, a un programa de la televisión británica.
La canción más atrevida del mundo
En otoño de 1978, consolidaron aún más su legado cuando lanzaron YMCA, que llegó a ser número dos en Estados Unidos y uno en Inglaterra. Si bien el título del disco que la incluía, Cruisin’, podía dar pistas de por dónde iba la letra (el cruising es la práctica, sobre todo pero no exclusivamente, entre algunos hombres gais, de buscar sexo anónimo en lugares públicos), los medios de comunicación sometieron a análisis la canción. YMCA son las iniciales de la organización Young Men’s Christian Association (o sea, asociación cristiana para hombres jóvenes), así como de la cadena de gimnasios que la asociación tiene por todo Estados Unidos y donde sus miembros iban a entrenar. El estribillo dice: “¡Qué divertido es estar en la YMCA! / Tienen todo para que un hombre como tú se divierta / Puedes disfrutar con todos los chicos”. Que todo el país cantase alegremente una canción que planteaba la homosexualidad dentro del seno de la Iglesia, daba a entender que había gais en aquella organización y relacionaba lo sagrado con la promiscuidad es un hito que, probablemente, no se ha repetido.
No todos los implicados en esta gamberrada mayúscula y pegadiza eran homosexuales. Henri Belolo, por ejemplo, cocreador y productor ejecutivo del grupo, no lo era. Victor Willis se casó con la actriz Clair Huxtable. Morali, para atajar la polémica y no perder ningún nicho de mercado, ordenó a sus protegidos que jamás hablaran públicamente de sus preferencias sexuales. Como ocurriera entre 1994 y 2011 con los soldados de las fuerzas armadas estadounidenses, el don’t ask, don’t tell (”no preguntes, no lo digas”) se instauró en el seno de Village People. “Todos sabemos que muchas estrellas del pop que no quieren perder parte de su audiencia lo ocultan. Pero en este caso es curioso. De haberse sabido que había miembros que no eran gais, precisamente, muchos gais hubiesen dejado de seguirles”, reflexiona al respecto Gómez Cascales. Pérez de Ziriza recuerda que “en el glam, género anterior a la música disco, también ocurría eso. David Bowie o Gary Glitter se vestían de una forma muy femenina, pero no hacían declaraciones tajantes sobre su sexualidad. En los setenta se aceptaba que todo eso formaba parte del rock’n’roll. Tú te podías vestir de mujer, pero luego no convenía que te pronunciaras claramente sobre lo que eras. Village People entraron dentro de esa dinámica”.
Mención aparte merece In the Navy, su gran éxito de 1979. Por surrealista que parezca, una empresa de publicidad responsable del presupuesto de la Marina estadounidense llamó a Belolo para proponerle hacer un anuncio con la canción. Los datos de reclutamiento estaban bajando, así que pensaron que de esa forma los más jóvenes podrían enrolarse en el ejército. “Tuve las agallas de contestarle: ‘No tengo nada en contra, pero no quiero que la Marina me ayude. No quiero dinero. Quiero que me den un préstamo, un barco de guerra y 200 soldados. Y cinco aviones’”, rememoró él mismo en 2004.
Belolo se salió con la suya. In the Navy se rodó en San Diego a bordo del USS Reasoner. Eso sí, a los pocos días las críticas no se hicieron esperar: tanto The New York Times como The Washington Post acusaron a la Marina de utilizar el dinero de los contribuyentes para financiar un anuncio de dudoso gusto. Jamás se emitió. Versos como “¿Dónde puedes encontrar el placer, buscar tesoros por el mundo, aprender ciencia, tecnología? / ¿Dónde puedes comenzar a hacer que todos tus sueños se hagan realidad, sobre la tierra o sobre el mar?”, al igual que ocurría con YMCA, daban pie a interpretaciones de todo tipo.
Del Village a Hollywood
Morali se marcó otra meta: Hollywood. En el verano de 1979 Village People frenaron durante unas semanas sus extenuantes giras para participar en ¡Que no pare la música!, con la que el productor Allan Carr pretendía igualar el éxito que meses antes había cosechado con Grease. Pero el proyecto pareció condenado al desastre desde el principio.
Su directora, la actriz Nancy Walker, no tenía experiencia detrás de las cámaras. Y el guion, firmado por Carr y Bronte Woodard, carecía de sentido. Los integrantes de la banda compartían planos con unas ficticias parejas… femeninas, claro. A pesar de lo cual, “cuando la vi me alucinó su capacidad de sugerencia homoerótica”, observa Cascales. “Aun apareciendo todas esas mujeres, había secuencias de duchas y vestuarios que para mí tenían una gran carga homosexual. Obviamente, quisieron contentar a todo el mundo”.
En total, el filme recaudó dos millones de dólares en 1980, una décima parte de su presupuesto. La Disco Demolition Night, el aquelarre que el locutor Steve Dahl organizó contra la música disco el 12 de julio de 1979 en el Comiskey Park de Chicago, tuvo gran parte de culpa del pinchazo en taquilla. Lejos de asimilar la situación, Morali estiró el chicle con una estrategia tremendamente arriesgada. Para el disco Reinassance, de 1981, Village People abandonaron sus disfraces y abrazaron la estética new romantic tan de moda en la época: maquillaje, flequillos y glamour en vez de barba de cinco días y atuendo de trabajador. No tuvieron mejor suerte con otros dos discos que vieron la luz en la primera parte de los ochenta. En 1985, publicaron su último álbum en décadas. “Ese tipo de transformación es traumática para la mayoría de grupos de esta época”, apunta Pérez de Ziriza. “Cuando tienes una banda con una imagen tan codificada y reconocible como Village People, cambiar es arriesgado: la gente que te seguía va a dejar de hacerlo y tampoco vas a conseguir conquistar a un público nuevo”.
Un final sin ‘disco’ y con tragedia
Morali, desilusionado y sin ninguna discográfica que quisiera ya lanzar sus canciones, regresó a París. Al llegar le diagnosticaron VIH. Su única alegría era su amante, Harald Strigel, quien también resultó ser seropositivo. Deprimido, el rey destronado de las pistas de baile concibió un plan para salvaguardar su herencia. No quería darle ni un céntimo a su familia. Como sabía que el tiempo estaba en su contra, en el invierno de 1991 se casó con la madre de Strigel. Pensó que esa era la única forma en que aquel hombre, el único que le había amado, podría disfrutar de su fortuna. Pero ese mismo verano, Strigel se suicidó. Morali falleció el 15 de noviembre de ese mismo año, a los 44. En su funeral sonó YMCA. Paradójicamente, un tema optimista que habla de ser aceptado y compuesto por alguien que, solo cuando inventó una ficción pegadiza que vender al mundo, consiguió serlo.
La muerte de Morali no significó el fin del grupo. Durante los noventa y con cambios en su formación, Village People siguieron publicando discos, aunque su auténtico valor estaba en la nostalgia y, a veces, en la parodia. Grabaron canciones para películas, participaron en escenas de programas de humor, en galas de la MTV y animaron competiciones deportivas con sus clásicos como la inevitable YMCA, In The Navy o Go West —versionada con enorme éxito por los Pet Shop Boys, que siguieron reivindicando el inconfundible sonido del grupo en canciones como New York City Boy o Love, etc—. La banda sigue en activo, ya solo con Victor Willis (el policía) como superviviente de la alineación original: regresó en 2017 tras ganar un litigio por el nombre del grupo. Publicaron un nuevo disco dos años después y siguen haciendo giras, especialmente intensas durante las celebraciones del Orgullo LGTB. Este verano lo están haciendo por el interior de los Estados Unidos. Su próxima parada es St. Louis, Misuri.
Aunque Village People parezca (o sea) un acto del pasado, representa problemáticas y reivindicaciones que siguen vigentes. “La música disco es fruto de un desarraigo triple”, explica Pérez de Ziriza. “El desarraigo sexual, porque gran parte de los protagonistas de ese género son de la comunidad LGTBI. Luego está el racial: no podemos obviar que la música disco fue un catalizador de liberación también para la comunidad negra como no había sido ningún otro género hasta entonces. Y el tercer factor es el identitario o nacional: casi todos los productores triunfaron en países que no eran el suyo de origen. Morali y Belolo nacieron en Marruecos, son franceses de nacionalidad y no triunfaron hasta que se fueron a Nueva York. En Village People se dan estos tres motivos y es uno de sus poderes de atracción”.
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