Stuart Vyse cuenta en Breve historia de la superstición (Alianza) que para los romanos esta era el “miedo o temor excesivo ante los dioses”. Durante mucho tiempo designaba básicamente las creencias religiosas de los demás. Después, tras la Ilustración, la ciencia y la razón establecieron el estándar para determinar si algo era superstición o no. Pero, por supuesto, el desencantamiento del mundo no ha acabado con la magia, la religión o la superstición, que Vyse define como creencias sobrenaturales a las que se atribuyen usos prácticos.
El clasismo asigna a la gente menos instruida las creencias supersticiosas, pero el complejo bienestarista-industrial de las clases medias recicla abundantes ideas pseudorreligiosas y la pandemia nos ha ofrecido numerosos ejemplos de irracionalidad en deportistas, políticos y cantantes. Resultan más desconcertantes medidas absurdas impulsadas por los gobiernos: desde el encierro de los niños a la obligación de la mascarilla en exteriores, una norma que el Ejecutivo pretende prolongar colocando en el decreto ley una medida a favor de los pensionistas con menos poder adquisitivo: la magia necesita sus truquillos. Lo que aprendemos de la enfermedad va más deprisa que las regulaciones: en muchos lugares se exige el pasaporte covid, cuando sabemos que la vacuna no protege de la transmisión; estamos violando la libertad de circulación en la UE con una medida ineficaz. Otro poder sobrenatural es el de la historia transformada en mito, que sirve para justificar el cupo, el federalismo asimétrico y la invasión rusa de Ucrania. Ya sabemos que el Gobierno atribuyó decisiones sobre la pandemia a comités de expertos que no existían; esta semana hemos visto que dos expertos de un comité de expertos realmente existente para la reforma fiscal habían dimitido. Uno de ellos, Carlos Monasterio, desmontaba la fértil superstición de los derechos históricos en una entrevista de Carlos Sánchez: “El derecho de voto de los varones es mucho más antiguo que el de las mujeres, pues vamos a hacer que su voto valga 1,5 en lugar de uno”. Las encuestas del CIS también cumplen una función mágica: su objetivo, más que describir una realidad, es provocarla. Hasta ahora los sociólogos han intentado interpretar el mundo: a partir de ahora se trata de cambiarlo. Ya lo decía la canción de Jonathan Richman: “Es magia, no solo suerte, y debe de ser una fuerza que guía”. @gascondaniel
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