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Maksim Ósipov: “¿Guerra en Ucrania? Puede pasar: hay gente no muy lista en el poder en cada bando”


“No me gusta mucho que me comparen con Chéjov; tampoco hay tantas similitudes”, asegura entre modesto y molesto el cardiólogo Maksim Ósipov (Moscú, 58 años). Pero como el autor de La dama del perrito, pocos escritores como él están hoy en Rusia diseccionando con tanta profundidad la realidad y el alma de su pueblo, que hace aflorar en cada detalle, autopsias elogiadas hasta por la exigente Nobel Svetlana Alexiévich. Por esa capacidad de captar lo más imperceptible, admite Ósipov, prefiere el cuento a la novela. El grito del ave doméstica (Club Editor, 2015) marcó un camino que ahora consolida sin discusión la decena de relatos largos de Piedra, papel, tijera (Libros del Asteroide; Club Editor, en catalán), que estos días presenta en Barcelona.

Pregunta. Chéjov, Bulgakov, usted… ¿Mejor ser médico para tomar literariamente el pulso a un cuerpo ruso que parece eternamente enfermo?

Respuesta. Siendo médico entras en contacto directo con la gente, la vida y la muerte, algo que otros oficios no te facilita; por suerte, nadie me ha propuesto que cure a Rusia, pero es evidente que la rusa no es, hoy, una sociedad sana, cada vez está más enferma… La gente de mi generación y de mi círculo social han perdido; usted lee los cuentos de un ruso que ha perdido: el sentido de la Historia ha ido por unos caminos que no podíamos ni imaginar en la peor de las pesadillas en los años noventa.

P. No rezuman mucha felicidad sus relatos; y si hay, es tan efímera…

R. En mis cuentos no hay esperanza; no es una mirada negra, pero a lo sumo, dan para la compasión. Sabemos que existe la felicidad, pero hay tan poca en el mundo que así lo reflejo.

P. Sus personajes parecen conformase con su sino. ¿Es algo muy ruso?

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R. No, no lo es; el ruso nunca busca el acuerdo o el equilibrio; eso es visto como una cesión, pero, sí, mis personajes no son revolucionarios.

P. Uno de ellos, en el relato Sventa, afirma: “Mis preocupaciones de hace más de 30 años son las mismas que ahora: no embadurnarse, no envilecerse, no acabar en prisión, no distraerse cuando sea el momento de marcharse para siempre”. ¿Rusia se ha quedado varada en el tiempo?

R. Es curioso que lo cite: es la frase que le envié por carta a la resistente María Kolesnikova [la activista que está en prisión tras liderar las protestas por la democracia en Bielorrusia]. Rusia y la antigua URSS se mueven, pero hacia el abismo; sobre todo este último año: las represiones tienen ya un carácter sistemático. ¿Qué pasará en Ucrania? Es muy probable que pueda estallar la guerra: hay demasiadas tropas concentradas y gente no muy lista en el poder en cada bando.

La mitad de la juventud rusa quiere marcharse del país”

P. Ejército, prisión, drogas y negocios: es el cuadrilátero en el que se destrozan los alumnos del profesor del relato que da título al libro. ¿Siguen siendo esas tristes coordenadas válidas?

R. Eso era más en los años noventa; hoy, su opción es otra: la mitad de la juventud rusa quiere marcharse del país. Fui no hace mucho a leer unos cuentos en un instituto y chicos de 12 años me preguntaban, hasta con un tono violento, por qué regresé de Estados Unidos cuando acabé mis investigaciones en la Universidad de California.

P. ¿Y por qué volvió?

R. Mi idea nunca fue marcharme del país para no volver. A principios de los 90, al poco de la perestroika, creíamos que habíamos ganado, no perdido. No había motivos, pues. Hoy, claro, he cambiado de opinión. Ahora marchar quizá sea tarde para mí, pero no lo excluyo del todo. Mi hija vive en Alemania, tiene más posibilidades allí como violinista, pero mi hijo es médico en Rusia… Tengo el corazón dividido.

P. En los cuentos se percibe una degradación de los procesos democráticos, el traspaso del poder que fue del partido comunista a “una gente pequeña y vil”, la describe en algún momento…

R. El poder, en Rusia, pertenece hoy a la policía secreta. Es así de rotundo. Es peor que en la época soviética porque ese poder estaba más o menos disputado entre el KGB, el ejército y la estructura política; hoy todo está en manos de la policía secreta. Nunca el pueblo ha acabado participando en el cambio ni llegó al poder; no dio tiempo a que las instituciones maduraran… Lo que ocurrió en los 90 fue una oportunidad perdida. Hoy tengo menos esperanza que a finales de la época soviética…

P. ¿Por qué?

R. Las ilusiones se basaban en que sería suficiente con sacar al partido comunista del poder, dar oportunidades al gran talento que había sepultado en la sociedad rusa y que Occidente nos ayudaría… Todo quedó en vanas ilusiones.

Las instituciones rusas son ficticias; a la ciudadanía solo nos queda Facebook como única forma de comunicación social sincera que funciona”

P. Los hospitales de sus relatos son, mayormente, un desastre por infradotados; las carreteras, malas… ¿Rusia es una potencia de cartón piedra?

R. Ocurre, básicamente, que las instituciones son ficticias; todo es muy ficticio; a la ciudadanía solo nos queda Facebook como única forma de comunicación social sincera que funciona.

P. Sus escenarios son mayormente ciudades de provincia; usted vive y ejerce de médico en Tarusa, a 101 kilómetros de la capital…

R. La explicación es muy sencilla, humana: ahí, cada ruido, cada sonido, cada persona es identificable; es también más cómodo, como dice mi profesor: bajo mis pies, tengo tierra y arriba, el cielo, no un vecino arriba y abajo. En Tarusa viven 15.000 habitantes: ahí no tengo miedo de la policía ni de nada porque conozco a casi todos, las dimensiones son más humanas…

Los escritores notamos la sombra de la censura, pero aún no ha afectado específicamente a la literatura”

P. ¿Tiene problemas con las autoridades rusas?

R. No grandes problemas hoy por hoy, la verdad; notamos la sombra de la censura, pero aún no ha afectado específicamente a la literatura; ahora, eso sí: esta misma conversación es impensable en una televisión o en una radio de mi país.

P. Hay una corrupción mundana y un patrón de comportamiento empresarial que describe como un “ve y cógelo”…

R. Responde a un empresario más de los 90, de nuevo, que de hoy; quizá no se lo crea, pero la corrupción no es tan grave como lo era entonces…, ni tan negativa; tengo la esperanza de que aún sea más grave: con la corrupción hay más margen y posibilidades de hacer más cosas… Déjeme ser un poco soez: la casa está hecha de mierda, pero si la quitas, no queda casa…

P. La literatura, especialmente Lérmontov y Pushkin, y la música están en casi todos los relatos: las leen, predican, estudian… ¿Son salvavidas redentores para sus existencialmente ahogados personajes?

R. Ni la literatura ni la música salvan de nada. W. H. Auden decía: “La poesía no hace que suceda nada. Sobrevive en el valle de su decir”. La vida misma incorpora el arte; si ayuda, perfecto, pero no es su objetivo; si hago un cuento es porque me ayuda a entender qué pienso, no lo hago para pasar el tiempo ni hacerlo pasar al lector… Mire, escribo muy poco, no tengo la sensación de que he de decir alguna cosa a la gente; no tengo la actitud de un Tolstói, un Grossman o un Solzhenitsin: no quiero escribir que Stalin era malo, ni dar mensaje alguno…

P. ¿De qué escribe, pues?

R. Escribo sobre lo insignificante o vacía que es la realidad, sobre la persona, el ser humano, no sobre el ruso del siglo XXI…

P. Son, por cierto, seres humanos que vemos en un fragmento de su vida, que, aunque lo sepamos todo, solo vemos un rato…

R. Los seres humanos, especialmente los hombres, no cambiamos: encuentro hoy a compañeros de escuela y son lo que ya eran entonces.

P. ¿Que sean fragmentos explica que se dedique más al relato que a la novela?

R. El relato me parece más próximo y también mejor para dejar ir las ideas; hay que trabajar mucho más cada palabra, poner más atención… También el lector debe hacerlo; en una novela es más fácil saltarse los detalles. En Fantasía, el último cuento, el personaje cambia radicalmente en dos líneas; en una novela es más difícil hacer ese giro, en el relato esos detalles tienen más peso.

P. ¿Y eso del detalle no es chejoviano?

R. Quizá, sí, no sé…


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