La extraordinaria construcción del Dolmen de Menga en Antequera (Málaga) hace casi 6.000 años siempre ha intrigado a los investigadores. Primero, por los numerosos conocimientos de arquitectura e ingeniería que hacían falta para su edificación. Segundo, porque no está orientada hacia el nacimiento del sol como los demás monumentos megalíticos, sino que mira a la Peña de los Enamorados, macizo de roca caliza cuyo perfil recuerda al de la cara de una persona tumbada. Esas circunstancias hacían sospechar que quienes habían levantado esta cámara funeraria —además de las de Viera y El Romeral, cercanas y posteriores en el tiempo— tendrían que haber ensayado antes su construcción y que la montaña con rostro humano debía tener una significación especial para aquellos pobladores neolíticos. Ambas hipótesis se han confirmado en apenas tres días de excavación en la zona norte de la Peña de los Enamorados, donde se ha constatado la presencia de un cuarto dolmen, menos monumental que los tres anteriores pero de gran importancia sagrada.
“A falta de las pruebas de datación [que se harán próximamente] me arriesgo a decir que es previo al de Menga por lo que estamos encontrando allí y por el contexto”, explica Leonardo García Sanjuán, investigador de la Universidad de Sevilla que dirige la excavación junto a David Wheatley, de la Universidad de Southampton (Reino Unido). La existencia de este nuevo dolmen se intuía desde hace 15 años. Dos investigaciones realizadas en 2005 y 2009 habían constatado la existencia de menhires tumbados y una estructura megalítica cuya construcción no se comprendía al completo. “No era un dolmen claro y hacía falta una excavación para entenderlo de manera total”, subraya Bartolomé Ruiz, director del Conjunto Arqueológico de Los Dólmenes. Sin embargo, la familia propietaria del terreno no daba permisos para realizar esos trabajos. Han hecho falta años de negociación y la preparación de un convenio con la consejería de Cultura de la Junta de Andalucía para que los especialistas puedan comenzar su trabajo.
Los primeros resultados de la excavación invitan a interpretar que la construcción de esta construcción funeraria es anterior al de Menga, incluido en un conjunto megalítico declarado Patrimonio Mundial en 2016 y que está orientado hacia el lugar donde está el cuarto dolmen, del que le separan seis kilómetros. La excavación, que continuará durante las próximas semanas, servirá para conocer más detalles del sitio, que se encuentra muy cerca del abrigo de Matacabras donde existen una serie de pinturas rupestres —mal conservadas pero un importante ejemplo de arte esquemático, con dibujos geométricos relacionados con la naturaleza, el agua o el hombre— cuya datación es anterior a la construcción del dolmen de Menga. Es justo al contexto al que se refiere el investigador de la Universidad de Sevilla. “Si las pinturas son anteriores, con casi total seguridad esta tumba también lo será”, insiste García Sanjuán, también catedrático de Prehistoria.
Los hallazgos de las 15 personas que trabajan en la zona han sido “rápidos” y “contundentes”. También sorprendentes, porque la construcción es un híbrido entre lo rupestre y lo megalítico: tiene una zona fija de piedra caliza natural en la que se integró una estructura moldeada por el hombre hasta formar un conjunto único. Ello lo diferencia de los tres dólmenes conocidos hasta ahora en la zona, que tienen una estructura levantada al cien por cien por el ser humano. A la entrada de la cámara megalítica, los arqueólogos han encontrado un betilo, es decir, una piedra sagrada que ejercía como protectora de los antepasados allí enterrados. Hasta el momento se han encontrado los restos de dos personas, pero no se descarta que pronto sean más. Todo cuadra, además, con la leyenda medieval de Tello y Tagzona, que Sanjuán considera que procede de la tradición oral previa que ya tenía a la Peña como eje de su cosmovisión.
La montaña de piedra caliza donde se ha hallado el cuarto dolmen era venerada por los primeros pobladores que se asentaron en la zona de El Torcal —11 kilómetros al sur— hace 7.500 años. En la llamada cueva del Toro, con vistas a la Peña de los Enamorados, existen vestigios del asentamiento de una de poblaciones neolíticas más antiguas de la península Ibérica. La existencia de tierra fértil, recursos minerales, agua y sal permitió la evolución de estas primeras sociedades, que bajaron de la sierra a la fructífera vega y cuya pujanza quedó demostrada un milenio y medio después con el levantamiento del dolmen de Menga, que mira también al conjunto rocoso con perfil humano. “Ahora entendemos que lo hicieron porque la Peña era una brújula que apuntaba a sus ancestros”, dice Sanjuán, que monumental.
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