Sophie Pétronin, la más antigua rehén francesa, está viva. Así lo ha explicado este miércoles su familia en un comunicado en el que revela que la semana pasada, en pleno confinamiento, el hijo de la rehén, Sébastien Chadaud-Pétronin, fue convocado al Quai d’Orsay, la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Allí le informaron de que Francia “dispone de una prueba de vida de Sophie fiable, fechada de principios de marzo”. Los diplomáticos no especificaron más, según la familia, pero el mensaje fue suficiente para despertar esperanzas hacia la resolución del secuestro de la cooperante humanitaria de 74 años que lleva más de tres años secuestrada en Malí.
El Quai d’Orsay no ha confirmado la información proporcionada por la familia. En respuesta a una pregunta de la prensa, una portavoz se limitó a responder que “el Ministerio de Europa y Asuntos Exteriores y el conjunto de servicios implicados están plenamente movilizados para obtener la liberación de la señora Sophie Pétronin y apoyar a su familia”. Las noticias sobre el estado de Sophie Pétronin llegan unos días después de la liberación de tres franceses secuestrados desde enero en Irak. Durante buena parte de su cautividad, Pétronin ha recibido de forma intermitente el calificativo de “última rehén francesa en el mundo”, para perderlo cuando se han producido nuevos secuestros y recuperarlo al resolverse estos.
Pétronin, cuyo oficio en Francia era asistente de laboratorio, empezó a viajar a Gao, en el norte de Malí, a finales de los años noventa. En un artículo que le dedicó tras su secuestro, el diario Le Monde explicaba que se especializó en malnutrición y medicina tropical. “Lo que hago en vuestro océano de miserias no es gran cosa, pero una vida salvada es una vida vivida”, afirmaba. En 2001 se instaló definitivamente en el país africano, donde fundó la Asociación de Ayuda a Gao, una ONG dedicada a la ayuda a los niños huérfanos. Se integró en la vida local. Adoptó a una niña. Era cristiana, pero decía inshallah.
En 2012, vivió un primer intento de secuestro, en un momento de turbulencias políticas por el golpe contra el presidente Amadou Toumani Touré. Un grupo salafista tomó Gao. Ella se refugió en el consulado de Argelia. Durante un asalto al consulado, ella logró escapar por una puerta trasera. Después explicó que sus amigos tuaregs la exfiltraron a través del desierto y hasta Argelia, desde donde regresó a Francia. Por poco tiempo. En seguida volvió a África. Su hijo le reprochaba su papel como madre y al mismo tiempo se declaraba orgulloso de su altruismo. Mientras tanto, la situación empeoraba en Malí. El avance yihadista en 2014 desencadenó la intervención de las fuerzas armadas francesas, una operación todavía en curso.
El secuestro ocurrió el 24 de diciembre de 2016. Una banda llamada Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes reivindicó la acción. Fue el inicio de la pesadilla: meses y años de incertidumbre, de periodos de silencio y angustia interrumpidos por esporádicos vídeos y mensajes. Hubo tensiones entre la familia y el Quai d’Orsay. El hijo, Sébastien, llegó a publicar un libro, Ma mère, ma bataille (Mi madre, mi batalla), en el que narraba todos sus esfuerzos por liberarla y acusaba a las autoridades francesas de haber torpedeado estos intentos y haberse negado a negociar un rescate. A esto se añadía la preocupación por el deterioro de su salud.
En diciembre de 2018, en plenas protestas de los chalecos amarillos, Sébastien acusó al presidente francés, Emmanuel Macron, de exhibir una actitud “de desprecio”, “tanto si se trata de mi madre en el norte de Malí como de su relación con Francia y los franceses”. “Ha tomado decisiones, mantiene sus posiciones, no contempla ninguna negociación, así no resolverá nada”, denunció ante los medios de comunicación. En mayo de 2019, durante un discurso de homenaje a dos militares que murieron al liberar unos turistas franceses en Burkina Faso, el presidente de la República dijo: “En estos momentos, pienso en Sophie Pétronin. No lo olvidamos. Francia nunca olvida. Porque Francia es una nación que nunca abandona a sus hijos”.
La familia, sin embargo, seguía quejándose de que Sophie Pétronin había sido olvidada y lamentaba ni siquiera saber si estaba viva. Les sorprendió que, en un momento en que los franceses —como más de un tercio de la humanidad— están obligados a quedarse en casa, el Ministerio de Exteriores, convocase al hijo de la rehén, que vive en el este de Francia. El hijo cruzó medio país y en el Quai d’Orsay recibió el rayo de esperanza. “En todo caso es una buena noticia que esperemos que anuncie una muy muy buena noticia”, dijo a la agencia France Prese un portavoz familiar.
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