Ícono del sitio La Neta Neta

Mallorca, ‘road trip’ por la costa este

“Dean estaba contento de nuevo. Lo único que necesitaba era un volante entre las manos y cuatro ruedas sobre la carretera”. Probablemente, nunca los largos y luminosos días de verano se mostraron tan propicios para alinearse con el deseo más esencial de Dean Moriarty y Sal Paradise, alter ego de Neal Cassady y Jack Kerouac en el clásico En el camino. Porque, probablemente, nunca hasta ahora tuvimos por delante un verano tan predispuesto al road trip, al viaje en coche para saciar el ansia de libertad y espacios abiertos después de meses de confinamiento. Quizá por ello, el alquiler de autocaravanas y furgonetas camper se ha disparado en España esta primavera.

“Llevamos varias semanas de boom total”, afirma Cristina Ventosa, country manager para España de Yescapa, plataforma online de turismo colaborativo especializada en autocaravanas y campers. “El 31 de mayo batimos nuestro récord histórico en búsquedas de vehículos en un solo día”. No es un caso aislado. Indie Campers, compañía fundada en 2013 en Portugal que actualmente cuenta con una flota de unos 850 vehículos y más de 40 localizaciones repartidas por toda Europa, ha registrado desde principios de junio “un aumento del 130% en las reservas domésticas de los españoles en comparación con el mismo período del año pasado”; si en 2019 el 40% de los viajeros que alquilaron una de sus casas con ruedas en España eran ciudadanos nacionales, en 2020 este porcentaje ha crecido hasta el 75%. Un incremento del turismo (itinerante) que también observan desde Yescapa. “Resulta interesante porque supone una redirección del flujo habitual del turismo”, explica Ventosa. La libertad y capacidad de improvisación que conceden este tipo de vehículos, equipados con cama, cocina, nevera y, en algunos casos, baño y ducha para varios días, facilita “que los viajeros se distribuyan por toda una provincia o región, no solo en torno a núcleos urbanos”. Una dispersión, augura Ventosa, por localidades y espacios naturales de la España más vaciada. Por ejemplo, estos diez pueblos ubicados, literalmente, al final de una carretera, pero con mucho por ver y hacer.

Siurana (Tarragona)

Probablemente, su ubicación en la punta de una elevada meseta rocosa con forma de flecha en la sierra de Prades, dentro de la comarca del Priorat, explica por qué Siurana fue el último reducto morisco en Cataluña, inexpugnable hasta el siglo XII. Flanqueada por dos barrancos (l’Estopinyà y la Foradada), contemplar desde las ruinas de su castillo la orografía que rodea a esta villa levantada en piedra, con el perfil de la sierra del Montsant al fondo y envueltos por el silencio de primera hora de la mañana, conecta al viajero con la serenidad que, según la leyenda, demostró la bella Abdelazia ante el asedio cristiano: al verse sin escapatoria, prefirió lanzarse al vacío montada sobre su caballo que dejarse atrapar por las tropas de Bertran de Castellet.

La iglesia románica de Ahedo de Butrón, en Las Merindades, tiene una portada de la escuela de Silos

Vacío es lo que se contempla desde ese punto, conocido como el Salto de la Reina Mora, e inicio de una ruta senderista (5 kilómetros; 2 horas y media) que, cortando el acantilado por un aéreo sendero, desciende hacia el embalse de Siurana, rodea la quilla de roca sobre la que se asienta el pueblo y enlaza con otro camino histórico, que aún conserva empedrados con siglos de antigüedad, para remontar los cortados de l’Estopinyà y regresar de nuevo al pueblo. Después del confinamiento, se ha reiniciado el programa de paseos guiados por Siurana y desde mañana 18 de julio se puede disfrutar cada sábado a las 19.00 de una visita dinamizada por la villa, con vino y leyendas a la puesta de sol

Rodellar (Huesca)

“Los paisajes de Colorado y Arizona son elogiados en todas partes como los más maravillosos del mundo; nosotros podemos afirmar que las gargantas de Rodellar y las cuevas de Otín, que forman parte de ellas, deben ponerse en paralelo a los esplendores de Estados Unidos”. 1889, escribe Albert Tissandier, hermano del aventurero, divulgador científico y fundador de la revista La Nature, Gastón Tissandier, en dicha publicación. Siglo y pico después, el paisaje que se abre a los pies de este pueblo del Somontano aragonés, ubicado al borde mismo del barranco del río Mascún, en el parque natural de la Sierra y Cañones de Guara (Huesca), sigue subyugando al visitante. Basta con descender hasta el cauce y comenzar a remontar el sinuoso desfiladero para corroborar las palabras de Tissandier. La vista vuela hacia arriba entre pozas cristalinas, bóvedas y farallones calcáreos, surcados por escaladores. Si se presta atención, otearán en lo alto una enorme ventana en la roca con forma de delfín.

La casa museo de Dalí, en Portlligat, a un paseo de Cadaqués, reabrió el pasado 11 de julio

Estas angosturas de cal y agua también conducen al pasado de la zona. Tras alcanzar la gran surgencia del Mascún, un sendero circular (11,5 kilómetros, dificultad media) se adentra por el barranco de Andrebot en busca del dolmen de Losa Mora —de trágica leyenda amorosa— y, posteriormente, del pueblo abandonado de Otín, vestigio del trasiego ganadero de otros tiempos. Desde sus casas en ruinas, un pronunciado descenso en lazadas nos devuelve, por la costera de Otín, a la garganta del Mascún, contemplando, ya de vuelta a Rodellar, algunas de las estampas roqueras más espectaculares del barranco, como la Cuca Bellosta y la Ciudadela, que probablemente llevaron a Tissandier a plasmar aquellas líneas sobre este paraje mayúsculo. Antes de llegar en coche a Rodellar conviene detenerse en el centro del parque de la Sierra de Guara (+ 34 974 31 82 38), en Bierge, donde podremos aproximarnos al entorno natural que vamos a visitar, así como a las actividades que se pueden disfrutar en él, como el descenso de cañones.

Ahedo del Butrón (Burgos)

En invierno apenas hay tres casas habitadas —unos seis o siete vecinos—; en verano, algunas más. Pero la tranquilidad está garantizada al final de la sinuosa carretera que conduce hasta este pueblito rodeado de verde en la comarca burgalesa de Las Merindades. “Se nota que este año la gente quiere turismo rural”, dice Esther, una de las anfitrionas de la casa rural Dondevilla. Es el único alojamiento de la localidad —con una ocupación inusitada este verano, reconoce— y también la mejor referencia sobre las posibilidades de la zona. Para empezar, la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, en la plaza, con portada de la escuela de Silos y cubierta por bóvedas estrelladas del siglo XVI.

Desde Tresviso, una ru­ta senderista desciende la ca­nal de Urdón por un camino vertiginoso de seis kilómetros

Si el cuerpo pide movimiento, una excursión a pie por terreno no balizado (salvo los hitos colocados por los propios vecinos) hasta el castro de Ahedo del Butrón, poblado fortificado de la Edad del Hierro asentado sobre un espolón rocoso del pico Casares, cuya cima ofrece excelentes vistas del entorno que nos rodea; “desde ahí se divisa todo el valle que va hacia Tudanca”, explica Esther. Estamos en el municipio de Los Altos, transición del páramo castellano al valle del Ebro, que discurre aquí sinuoso entre estrechamientos como el desfiladero de los Tornos e imponentes cañones en las cercanías de Pesquera de Ebro. Para disfrutarlos, desde Ahedo hay que tomar la carretera BU-V-5143 y afrontar con calma las curvas del llamado coloquialmente puerto de la M. Si la estancia se alarga, el dolmen de la Cotorrita queda también a tiro de caminata (seis kilómetros) desde Ahedo por un sendero PR bien señalizado. Se puede integrar en una ruta megalítica (ya con coche) por el valle de Sedano, que visita enterramientos del Neolítico como los dólmenes de Arnillas y Valdemuriel, o los túmulos de El Moreco.

Elantxobe (Bizkaia)

Elantxo abajo, que es lo que significa su nombre, nació hacia 1524 como enclave marinero. “Era un barrio de pescadores del municipio de Ibarrangelu, que queda a un kilómetro”, comenta el alcalde, Patxi Egurrola, y fue creciendo hasta emanciparse en el siglo XIX. Pegado a su puerto, el pueblo no supera el kilómetro cuadrado de extensión, acostado sobre una ladera del cabo Ogoño, resalte costero que lo protege de los vientos y la fiereza del Cantábrico. Elantxobe ofrece al turista lo mismo que a los atalayeros —vigías que avisaban a las embarcaciones del puerto de la presencia de ballenas— hace dos siglos: vistas privilegiadas sobre la costa vizcaína y la reserva de la biosfera de Urdaibai, de la que forma parte. “Desde San Juan de Gaztelugatxe hasta Mundaka, la playa de Laga, la isla de Izaro, Lekeitio y, si hay buen tiempo y viento del sur, el ratón de Getaria [en el litoral de Gipuzkoa] e incluso San Sebastián”, detalla Egurrola. Para disfrutarlas hay dos excursiones sencillas desde el pequeño parking junto al cementerio —mejor aparcar en la cercana Ibarrangelu— hasta los miradores de Ogoño (Talaia), justo encima del arenal de Laga, y Atxurkulu, en la cima del monte Ogoño, más interior pero igualmente espectacular. Para reponernos de la caminata, nada mejor que las cercanas (en coche) playas de Laga y Laiga; la terraza de Itxas Etxea, en el puerto de Elantxobe o, si decidimos pernoctar, las habitaciones de la casa rural Ogoño Mendi, que contemplan cómo el sol brota del mar al amanecer.

Las Negras (Almería)

Este pueblo de pescadores va cediendo al empuje turístico, pero el ambiente que se respira en Las Negras, por ejemplo cenando en la terraza de La Buganvilla, sigue resultando embriagador para cualquiera; pocas ganas quedan de volver al coche y abandonar este reducto de casas blancas rodeadas de escenográfica aridez y la magnética presencia del Cerro Negro. Además, hay planes de sobra en este rincón del parque natural del Cabo de Gata-Níjar. Para muchos, el principal es alcanzar la cala de San Pedro, refugio de corsarios en el pasado por su abrigada ensenada y su manantial de agua dulce, reducto jipi en la actualidad. Se puede hacer caminando —unos 45 minutos al sol, precaución en verano— o en el crucero de Al abordaje del cabo (25 euros); se trata de una ruta guiada por el litoral que ilustra sobre su orografía y paisaje, se detiene en enclaves como la cueva de las Palomas, y desembarca finalmente en San Pedro para disfrutar de su atmósfera alternativa y naturista (pactando antes una hora de recogida para retornar a Las Negras). Con más ganas de caminar, desde el pueblo hacia poniente parte la ruta de La Molata. Con el mar casi siempre a la vista llega en hora y media hasta el Playazo de Rodalquilar (en verano, evitar días y horas de más calor). Para refrescarse queda el menú acuático de Buceo Las Negras: cursos de submarinismo, rutas en kayak, paddle surf. Sea cual sea el plan, todos suelen culminar al atardecer en La Bodeguiya.

Tresviso (Cantabria)

“La ubicación de Tresviso no es cuestión de azar”, dice Luna Adrados, geóloga y autora de la Guía geológica del Parque Nacional de los Picos de Europa. Este pueblo al final de una carretera en la cabecera de la canal de Urdón, en la vertiente cántabra del parque, se asienta en un pequeño oasis de fertilidad en medio de un paisaje calizo. “La roca arenisca sobre la que se localiza es más blanda y más joven, geológicamente hablando, que las calizas circundantes. Se trata de materiales que generan suelos ideales para los cultivos y pastos que aprovecha esta población”. Desde Tresviso, una ruta senderista (PR-PNPE 30) desciende la canal de Urdón por un camino vertiginoso de seis kilómetros que antaño se usaba para bajar el mineral extraído del macizo de Ándara hasta el desfiladero de La Hermida, donde se enviaba a la costa por el cauce del Deva. Adrados es guía de senderismo interpretativo en este y otros parajes cántabros. “Son itinerarios geológicos, aptos para familias, en lugares donde se aprecian fácilmente los procesos geológicos que han generado el paisaje que observamos”. En el caso de La Hermida, explica, “vemos el trabajo erosivo del río, abriéndose paso hacia el mar”. Para ello aconseja subir (en coche) al mirador de Santa Catalina, que desde unos 700 metros de altura se asoma a la sección más profunda de este formidable tajo obrado por el Deva. “Desde el mirador se observa cómo el río forma estrechos desfiladeros en las zonas calizas, fruto de la alta resistencia de estas rocas, aunque su solubilidad hace que el interior esté horadado por ríos subterráneos”, explica Adrados. “Pero si se mira hacia el sur, en la zona de Lebeña el desfiladero da paso a un amplio valle, coincidiendo con zonas ocupadas por lutitas y areniscas, rocas más blandas e impermeables, y por tanto más fácilmente erosionadas por el agua”. Recomienda acabar la jornada en el hotel balneario La Hermida (reabrió sus puertas el 1 de julio), porque, además de interés (y gozo) termal, tiene interés geológico. “Una falla permite la salida a la superficie de aguas calientes procedentes de zonas profundas de la tierra”, añade.

Cadaqués (Girona)

Armónica entre el mar y la colina, como escribió Lorca, su luz y aislamiento, casi oculta al final de un serpenteante descenso hasta su empedrado casco antiguo —aunque en verdad la carretera se prolonga hasta el cabo de Creus—, pocos estíos se recuerdan tan tranquilos en esta localidad blanca de la Costa Brava. “Hasta el 4 y 5 de julio parecía que estuviéramos en octubre”, dice Imma Parada, responsable de comunicación de la Fundación Dalí, uno de cuyos centros expositivos, la Casa-Museo de Portlligat, es uno de los reclamos principales en Cadaqués. No solo porque muestra las estancias donde discurría su vida y se desataba su genio artístico, sino porque tienta a un paseo costero, sin prisas, como todo aquí, por el Camí de Ronda. Unos seis o siete kilómetros de baja intensidad que bordean una escueta península culminada por la punta de s’Oliguera, y salpicada de calas como S’Arenella, Sa Confitera, el Racó d’en Senès o la playa d’Es Caials. La casa-museo reabrió el 11 de julio con su horario habitual de verno (de 9.30 a 21.00), pero reduciendo el aforo de los grupos guiados (3-4 personas) que acceden cada 10 minutos, “salvo en los casos de una misma unidad de convivencia”, aclara Parada, “que se amplían hasta ocho personas”. Desde la cala de Portlligat, la alternativa senderista continúa por la misma ronda litoral hasta el cabo de Creus, confín oriental de la Península. Pero si ya hemos tenido suficiente, en el centro histórico de Cadaqués aguarda una sugerente recompensa: los platos del restaurante Compartir (reabierto con aforo limitado), creado en 2012 por Mateu Casañas, Oriol Castro y Eduard Xatruch (ex jefes de cocina de elBulli), que ahora también deslumbran con Disfrutar, en Barcelona.

Tres pistas más para aparcar y respirar

En España hay 5.007 municipios con menos de 1.000 habitantes, según los últimos datos del INE, pero El Gasco no figura entre ellos. Pertenece en realidad al vecino municipio de Nuñomoral, desde donde nace una carretera (la CC-63) que acaba, literalmente, en la plaza de esta alquería de Las Hurdes (Cáceres). Llegados a este punto solo cabe dar la vuelta o aparcar para dirigir nuestros pasos, por ejemplo, a la senda empedrada y bien acondicionada que, en un par de kilómetros, garganta del río Malvellido arriba, alcanza el chorro de la Meancera, una cascada de 100 metros y caída escalonada. Al regresar, el centro de interpretación de la Casa Hurdana muestra la adaptación de la arquitectura tradicional al agreste entorno que nos rodea.

Desviarse de la A-1702, la llamada Ruta del Silencio en el Maestrazgo de Teruel, siguiendo el cauce del Guadalope también tiene recompensa de aire puro. El asfalto termina en Montoro de Mezquita, pero el río sigue su curso adentrándose en los Estrechos de Valloré, que pacientemente ha cincelado durante miles de años. Una cómoda senda de 2,5 kilómetros de recorrido, que a ratos transita por una pasarela de madera elevada por encima del río, recorre este maravilloso y poco conocido paraje natural.

La bacheada carretera GU-187 tampoco va más allá de Peñalba de la Sierra, uno de los pueblos semiabandonados del macizo de Ayllón (Guadalajara), lejos de todo. La vegetación salvaje que lo rodea esconde enclaves refrescantes y espectaculares como el cañón y la cascada del Cañamar, a tiro de excursión desde Peñalba, cerca ya de su unión al Jaramilla. Más cerca, cruzando el arroyo y remontando hacia el norte la ladera oeste del cerro del Águila, se encuentra una bien conservada dehesa boyal de robles melojos, de antiguo uso ganadero y dispersos ejemplares de hayas con cierta leyenda; se cuenta en el pueblo que son supervivientes de un gigantesco hayedo que, antiguamente, llegaba hasta el actual de Tejera Negra, patrimonio mundial desde 2017.

Encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestro Facebook y Twitter e Instragram o suscríbete aquí a la Newsletter de El Viajero.




Source link

Salir de la versión móvil