Poco antes de morir el emperador Marco Aurelio escribió: “Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, cuando te apetezca, retirarte en ti mismo”. Para él, como para sus maestros estoicos, la felicidad y la libertad se hallaban en el interior del hombre, en aceptar una vida conforme a la naturaleza. Una naturaleza, creían, que es racional, aunque no siempre el individuo sea capaz de la visión global; de ahí que interprete algunos hechos como un mal. Quizás la voluntad de serenidad de los estoicos sea una de las razones para que, durante el confinamiento, muchos hayan acudido a sus textos. En los países anglófonos la venta de sus escritos ha aumentado un 28%, según explicaba el editor de Random House a The Guardian; en España, Gredos (principal editorial de clásicos) también ha notado una subida de la demanda, sobre todo de uno de los autores: Marco Aurelio.
El estoicismo nació en Grecia hacia el años 300 antes de Cristo y mantuvo su vigencia hasta la caída del imperio romano, aunque su influencia se alcanza a Montaigne, Spinoza o Kant. Toma su nombre del pórtico (stoa en griego) bajo el que se reunían para aprender y charlar. Era un edificio situado cerca del Ágora. El primer estoico fue Zenón de Citio, nacido en Chipre y que se instaló en Atenas poco después de las muertes de Alejandro el Magno y Aristóteles (323 a. C.) y Demóstenes (322). La desaparición de estas figuras certificaba el fin de una época, la de las ciudades Estado, y el inicio del llamado periodo helenístico, que se prolonga en Roma. Los ciudadanos de Atenas o de Corinto se habían sentido dueños de sus destinos, capaces de influir con la palabra o la escritura en la organización de la convivencia, en la búsqueda de la felicidad, en la regulación de las costumbres. Y eso había terminado. El nuevo poder era ahora lejano, inabordable. Nada tiene de extraño que intentaran adaptarse. Las nuevas escuelas filosóficas buscaron la felicidad en lo individual, elaborando una ética a la medida del individuo. A veces al margen de la sociedad (cínicos) o creando pequeñas comunidades (epicúreos). Los estoicos intentaron una síntesis que conciliara individualismo y colectividad.
En los países anglófonos la venta de libros de autores estoicos ha aumentado un 28%. En España ha aumentado la demanda de uno de ellos: Marco Aurelio
La vía intermedia que suponen los estoicos entre el escepticismo y el dogmatismo que en su día representaban aristotélicos y platónicos, guarda cierto paralelismo con la búsqueda hoy de camino intermedio entre una posmodernidad relativista, cercana a los escépticos, y las dogmáticas de algunas escuelas analíticas.
Los hombres de los siglos III al I a. C. sentían el poder político tan lejano e inalcanzable como el hombre de hoy siente lejanos los poderes económicos globales y los políticos que se les someten (o lo parece).
Pero el hombre no sólo está sometido a la política, lo está también a una naturaleza cuyas leyes parecen determinar a todos (en la medida en que todos pertenezcan al mundo) y no siempre son fáciles de comprender. Y ello a pesar de los esfuerzos de David Deutsch por casar la mecánica cuántica de múltiples universos y el libre albedrío.
Los estoicos ofrecían una visión del mundo que permitía conciliar el sometimiento a la naturaleza, la aceptación de las leyes y la libertad individual, aportando, además, la posibilidad de una vida serena. “No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, quiere los sucesos como suceden y vivirás sereno”.
Asumieron que la naturaleza tiene un orden racional en el que no hay efecto sin causa. Así pues, el estudio de la física era paralelo al de la lógica y sus conectores. El azar, fuente de incertidumbre, quedaba fuera del universo. Lo azaroso es lo que no se comprende. Esto dibuja un mundo en el que el individuo se ve arrojado a un destino regido por una providencia universal. Pasa lo que tiene que pasar. El hombre es libre para aceptarlo o rechazarlo, pero su rechazo sólo conseguirá turbarlo. Quien interpreta lo que le ocurre como un mal no se da cuenta de que, para la naturaleza, no lo es. El mal (la muerte, el dolor corporal, el sufrimiento) es sólo una interpretación parcial de la realidad, una visión que no percibe la armonía global. Anthony Long, en su estudio sobre la filosofía helenística, lo resume citando a Pope: “Toda discordia, armonía no comprendida; todo mal parcial, bien universal”. Además, con frecuencia esos males son ficticios: no existen más allá de la imaginación, contribuyendo a aumentar tribulaciones y pesares. “Fuera del albedrío no hay nada ni bueno ni malo; no hay que adelantarse a los acontecimientos, sino seguirlos” (Epicteto).
Los hombres del siglo III antes de Cristo sentían el poder político tan lejano e inalcanzable como el hombre de hoy siente lejanos los poderes económicos que se les someten
Los estoicos preferían hablar de sabios e ignorantes que de buenos y malvados. El conocimiento lleva a elegir el bien, a dominar las pasiones: el placer, la tristeza, la depresión de ánimo, el deseo, elementos externos que no dependen de uno mismo. Como la ira, la peor de todas, que imposibilita la serenidad. La libertad consiste en no depender del exterior. El hombre no es responsable de su entorno, pero sí de cómo reacciona al mismo. Debe ignorar la vanagloria, pues el elogio no forma parte de uno. Lo bello lo es en sí y las alabanzas en nada lo mejoran, dice Epicteto. Tampoco hace mejor al hombre lo que de él opine otro. “Mira la piedra”, sugiere, “insúltala”. ¿En qué le afecta?
Hay algunas diferencias entre los primeros estoicos, en general afincados en Grecia, y los del periodo romano. Los primeros no dudaban en proponer el ideal del sabio. Cicerón, Séneca y Marco Aurelio prefirieron hablar de la tendencia a la sabiduría y el bien, reconociendo las dificultades de lograrlo siempre, por eso Marco Aurelio habla de la conducta “oportuna”. Para Séneca, el suicidio puede ser aceptable en determinados casos, pero no como norma.
Los estoicos aceptaron participar en los gobiernos. La sociedad forma parte de la racionalidad natural. El hombre es un ser natural y social, sometido a las leyes físicas y políticas. La vida social es parte del mandato natural y racional. Pero el individualismo estoico es también cosmopolita y defensor de la igualdad del género humano, Para ellos, el hombre acepta promover su supervivencia, y conecta luego con la familia, los amigos, los conciudadanos, la humanidad. La división de la tierra en naciones es para ellos un absurdo, aunque reconozcan que los vínculos pierden fuerza con la distancia. Una idea que reaparece en Richard Rorty (La justicia como lealtad ampliada) al tratar de la lealtad.
Preferir el bien está relacionado con la voluntad de una vida serena libre de las amenazas exteriores. El camino hacia el bien es el estudio y la práctica. “No hemos de hacer caso al vulgo que dice que sólo a los libres se les ha de permitir la instrucción, sino más bien a los filósofos, que dicen que sólo los instruidos son libres”, decía Epicteto.
Sus textos han llegado hasta el presente y, traducidos al inglés, al francés, al castellano, siguen sirviendo de enseñanza y consuelo. Siguen invitando a mirar al interior de uno mismo y, como Marco Aurelio, a preguntarse, “¿Me despreciará alguien? El verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa para no ser sorprendido como merecedor de desprecio”. Para lo cual era óptimo practicar la benevolencia serena y lograr la imperturbabilidad, la situación menos alejada de la felicidad. Habla una vez más Epicteto: “Estás descontento. Si estás solo, a eso lo llamas soledad (,…) bastaría que le llamaras tranquilidad y libertad”.
LECTURAS ESTOICAS
Cómo ser un estoico. Massimo Pigliucci. Traducción de Francisco García Lorenzana. Ariel, 2018. 256 páginas. 19,90 euros.
El combate por la felicidad. Séneca vs. La Mettrie. Julien Offray de la Mettrie / Lucio Anneo Séneca. Traducciones de Lorenzo Riber y Teresa Ladrón de Guevara. Errata Naturae, 2018. 208 páginas. 17,50 euros.
Pensamientos para mí mismo. Marco Aurelio. Traducción de Joaquín Delgado. Errata Naturae, 2017. 256 páginas. 21 euros.
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