No es habitual, en una sociedad tan condicionada por su edadismo y su machismo histórico como la presente, que una actriz pueda saborear el mejor momento de su trayectoria tras casi 25 años en el oficio. Pero María Botto (48 años, Buenos Aires, Argentina), consciente de que la cinematográfica es una carrera de fondo y no de esprint, prefiere moderar su entusiasmo. “Hace mucho tiempo que dejé de mirar la profesión solo por los highlights. Da igual si hoy se me ve mucho y mañana no, la cuestión es seguir trabajando. Cuando tenga 70 ya veré yo cuáles fueron los mejores momentos”, explica desde el céntrico piso madrileño que acoge la charla.
El pragmatismo de la intérprete, que se forjó un hueco en nuestro cine gracias a películas como Celos y Soldados de Salamina, es respaldado por los rigores de su experiencia en la industria. “Te voy a ser sincera”, advierte mientras termina de acomodarse en el sofá, “hace dos años pensaba que mi carrera ya se había acabado. Cumplí los 45 y llevaba año y medio sin trabajar. Es un limbo raro porque no eres una treintañera, pero tampoco la madre de 55. Esta es la realidad a la que tenemos que enfrentarnos las mujeres”. Pero llegó la pandemia, y que su teléfono ya no fuera la primera opción para los directores de casting dejó de preocuparle. “Lo importante era el otro y no tanto yo. Me ha cambiado el saber que estamos todos en la misma tormenta y que debemos tratar de estar en el mismo barco”, apunta.
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Si bien no alcanza el estatus de tormenta, la lluvia vespertina de la jornada adereza a la perfección el discurso reflexivo y sosegado, desplegado sin elevar nunca el volumen, de una de las grandes protagonistas de la cartelera de este mes. Su primer estreno, Malnazidos (11 de marzo), es una comedia de acción en la que un grupo de combatientes de bandos rivales en plena Guerra Civil española se ven obligados a enfrentar juntos un enemigo común: los zombis. Botto, que da vida a la belicosa hermana Sor Flor, comparte con el personaje un instinto de supervivencia que tiene presente desde la más dura infancia: “Ella sabe adaptarse y proteger a los suyos cuando las cosas se ponen mal. Esa preservación de la vida es algo que saqué de mí misma”.
La actriz María Botto durante la presentación de su última película ‘Malnazidos’ en Madrid. Foto: LUCA PIERGIOVANNI (EFE)
Botto tuvo que madurar a la fuerza. Su padre, un guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que luchaba contra la dictadura militar de Videla, desapareció en 1977, cuando ella apenas tenía cuatro años. Unos meses después, emigró a España junto a su madre, la reputada profesora de interpretación Cristina Rota, y su hermano Juan Diego, Premio Nacional de Teatro 2021. “Siempre he querido hacer una película de zombis. Desde pequeña siento esa conexión con ellos por ser muertos que siguen viviendo. Quizá porque veo una relación entre ellos y los desaparecidos”, confiesa.
El siguiente estreno, Código Emperador, también conecta de alguna forma con una de sus facetas más mediáticas: el activismo. Este thriller protagonizado por Luis Tosar ambientado en los entresijos del espionaje y la corrupción política es un descenso a las denominadas “cloacas” del Estado que tantos titulares han copado en los últimos años y que su intérprete defiende como una oportunidad para descubrir “lo que no queremos ver o no nos quieren mostrar” sobre la realidad. “El problema es que quienes deberían explicar lo que pasa con la corrupción en Madrid o en otros ámbitos no lo hacen; y los intereses económicos que manejan muchos medios hacen que miren para otro lado o que se fabriquen noticias falsas para desviar la atención”, precisa.
Su compromiso político, y su incorporación el pasado año a las listas de Unidas Podemos alentada por la ministra de Derechos Sociales Ione Belarra, la ha convertido en diana de medios reaccionarios y haters digitales. “No te haces una idea del odio que me llega a través de las redes sociales… Y claro que me afecta a veces, pero la indiferencia es la respuesta más poderosa. No puedes discutir con alguien que solo quiere hacerte daño”, evoca, ratificando que cualquier coste profesional que hayan podido cobrarse sus ideas “ha merecido la pena”. Ella tampoco escapa al abatimiento emocional que provocan las noticias sobre la invasión de Ucrania, pero se afana en canalizarlo tirando de oficio: “Todo lo que está pasando me influye y me afecta. Una no puede negar sus sentimientos, pero sí puede transformarlos para usarlos en un personaje”.
Muy celosa de su intimidad (jamás ha posado en una alfombra roja con una pareja sentimental), su próxima cita —profesional— será con Adam Sandler. A él le da réplica en Hustle, un drama deportivo de Netflix que le ha dado la oportunidad de trasladar hasta los platós su pasión confesable: el baloncesto. “Lo pasamos muy bien porque filmamos durante la pandemia y había que hacer parones para ventilar, así que aprovechábamos esos descansos para bailar y cantar con todo el elenco. A lo mejor Adam se ponía a tararear algo de West Side Story y le seguía, o yo cantaba Pearl Jam y él me seguía a mí…”. Estableciendo un símil con ese mundo baloncestístico que ocupa su tiempo de ocio, Botto considera que si hay un talento comparable al de Michael Jordan en el cine español ese es el de su hermano. “Es uno de los actores más generosos con los que he trabajado. Siempre lo da todo, está pendiente de los compañeros… Mi hermano vuela muy alto”, se enorgullece.
Antes de dar por finalizado el encuentro, Botto, que en los noventa estuvo a punto de perseguir una carrera en la música, se ruboriza por primera vez en la entrevista al recordar su participación en el prestigioso Festival de Viña del Mar. ¿Se atrevería a retomar la vocación de solista y presentarse al controvertido Benidorm Fest para representar a nuestro país en Eurovisión? Entre carcajadas, recoge el guante y dobla la apuesta: “Si me escribe la canción Rigoberta Bandini, sí”.
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