El mundo comienza a salir de una pandemia devastadora, y la economista Mariana Mazzucato (Roma, 52 años) está empeñada en convencer a los gobiernos y organizaciones internacionales de que sean ambiciosos y vayan más allá de un papel reparador de economías maltrechas. Profesora de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres (UCL) y directora fundadora del Instituto para la Innovación y el Objetivo Público, dependiente de esa misma institución académica, Mazzucato es sobre todo una mente provocadora, ágil y brillante que se disputan como asesora gobiernos de medio mundo y que ha puesto en entredicho el sacrosanto papel protagonista de los empresarios en el crecimiento económico y ha reivindicado la necesidad de un Estado fuerte, sí, pero reinventado. Capaz de diseñar objetivos globales e influir en el diseño de los mercados. Como John Fitzgerald Kennedy en 1962, que impuso a su país la misión de enviar un hombre a la Luna y traerlo de vuelta a la Tierra sano y salvo, cree que solo al saber de antemano qué se persigue será posible determinar cómo hacerlo del modo más eficaz y beneficioso para todos. Ahora publica Misión economía. Una guía para cambiar el capitalismo (Taurus, 20 de mayo) y No desaprovechemos esta crisis (Galaxia Gutenberg, 26 de mayo), un recopilatorio de algunas de sus últimas colaboraciones.
‘Reconstruir el Estado’, por Mariana Mazzucato
PREGUNTA. Una economía basada en misiones concretas, para dar la vuelta al capitalismo tal y como lo entendemos. ¿Es así?
RESPUESTA. La mayoría de las políticas económicas de los Gobiernos consisten básicamente en aportar dinero: subsidios, préstamos o avales, en forma de apoyo a distintos sectores. No se centran en resolver problemas. Debemos aspirar a una política económica que se enfoque en problemas concretos y se oriente por resultados. Ya sea deshacerse de los residuos plásticos en los océanos o acabar con la ola de crímenes con arma blanca en Londres.
P. Objetivo, llegar a la Luna. Asumir riesgos, cometer errores, pero no cambiar el rumbo.
R. La idea consiste en que, a la hora de diseñar una política económica, esté orientada por un propósito y un resultado determinados. Por eso debemos plantearla como si fuera una misión. Ir hasta la Luna y regresar era una misión. El desafío al que se enfrentaba Estados Unidos era muy amplio: la Guerra Fría, el desarrollo del Sputnik por parte de la Unión Soviética… Hoy los desafíos están englobados en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que Naciones Unidas estableció en su Agenda 2030: pobreza cero, paridad de género… Cada uno de ellos puede convertirse en una misión concreta, y lograr que todo el conjunto de la economía trabaje a la vez para resolver el problema, las empresas y el Gobierno.
P. ¿Cómo se consigue esa colaboración? ¿Quién la coordina?
R. Necesitamos un nuevo modelo de sector público. Y necesitamos también un modelo diferente de colaboración público-privada. Dos tareas igual de complicadas, porque existen serios problemas en ambos terrenos. Las instituciones del sector público no se ven a sí mismas como organismos orientados por una misión concreta. Han sido entrenadas, por los académicos o por los ministerios de Economía, para actuar en el mejor de los casos únicamente cuando existe un fallo en los mercados. Y se trata de que la economía sea una creación conjunta. Eso significa asumir riesgos, invertir, y pensar de un modo proactivo cuáles son los objetivos que se persiguen. La cultura interna de las instituciones públicas debe basarse mucho más en la experimentación. Y en equivocarse una y otra vez. Las firmas de capital de riesgo, o la comunidad empresarial en general, presumen precisamente de eso, de haber fracasado una y otra vez hasta alcanzar el éxito. Cuando los organismos públicos fracasan, acaban inmediatamente en las portadas de los periódicos.
P. El fondo de recuperación de la pandemia acordado por la UE parece recoger algunas de sus ideas. ¿Se ha acertado en su diseño?
R. Está muy bien que tengamos en la UE un plan de recuperación con condicionalidad en las inversiones. Después de la crisis financiera, la condicionalidad se puso en la austeridad. España recortó su inversión en investigación pública un 40%, para poder reducir el déficit. Algo estúpido, como reconocen hoy incluso el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. No se puede, sin embargo, sustituir la austeridad por una inversión a secas, como proclaman algunos economistas de izquierdas. ¿Cómo vamos a invertir? ¿En qué marco? ¿Nos dedicamos a arrojar dinero público desde un helicóptero? Necesitamos un camino, un plan, una trayectoria para lograr un crecimiento liderado por la inversión. Dado que la recuperación en la UE se ha condicionado a la consecución de esos objetivos tan amplios, se abre una oportunidad. Pero ahora debe aterrizar en cada uno de los Estados miembros y obligarles a replantear el modo en que funciona su Administración pública, su sector público, su capacidad sobre el terreno para enfrentarse de un modo serio a esos desafíos.
P. Insiste mucho en la necesidad de implicar a los ciudadanos en este nuevo diseño de la economía.
R. Esa es la parte más complicada. Por eso es más fácil implicar a los ciudadanos en los proyectos locales. Y es de donde podemos aprender. Porque la gente se reúne. En las asociaciones vecinales, en el movimiento estudiantil. Del mismo modo que formas parte del diseño del plan, adquieres conocimiento, te implicas, el proyecto en sí mismo acaba invirtiendo en tu propia capacidad. Son solamente los economistas, los líderes empresariales y los políticos los que se limitan a decir a todo el mundo que van a combatir el cambio climático. “Será algo bueno para todos, confíen en nosotros”, dicen. En áreas concretas, como la tecnológica, puede funcionar. Pero cuando lo que se pretende es definir una misión social, como combatir la desigualdad, o incluso el cambio climático, es necesaria la participación. Si no, la gente se desentiende y no cambiará. Se resistirá.
P. ¿Y es posible planificar a largo plazo con Gobiernos preocupados por lo que pueda pasar la semana que viene?
R. No necesitamos únicamente políticas orientadas hacia una misión concreta. Necesitamos organizaciones orientadas en ese sentido. Que sean públicas, pero no politizadas. Piense en la BBC, por ejemplo. Siempre ha tenido interiorizado un gran concepto de valor público. Tienen una cultura propensa a asumir riesgos. Cuentan incluso con un departamento de investigación y desarrollo. Han desarrollado a lo largo del tiempo una cultura de experimentación que ha atraído a los mejores. Resulta mucho más difícil que un político le indique lo que tiene que hacer, porque es una organización con un valor y un propósito muy definidos. Es mucho más sencillo acabar atrapado en una cultura de nepotismo o corruptelas cuando no tienes una visión clara de cuál es el papel del Estado o del sector público. Es lo que intento combatir, esa aniquilación constante de las capacidades públicas. No porque piense que el Estado es más importante que cualquier otro actor, sino porque creo que es el más débil.
P. Pero somos de memoria débil. Ya empieza a discutirse que, tarde o temprano, los países deberán afrontar los descomunales déficits en que han incurrido.
R. Si volvemos a caer en ese error, no solo sería una oportunidad perdida sino un crimen. Sabemos que la pandemia ha sido mucho peor de lo que debería haber sido. Si hubiéramos tenido sistemas de salud pública fuertes, si hubiéramos pagado lo que les correspondía a estos que llamamos “trabajadores esenciales”, la situación hubiera sido diferente. La austeridad masacró esa infraestructura social en muchos países. Una educación pública adecuada, una sanidad pública adecuada, un buen sistema de transporte público…, todo eso muere cuando impones la austeridad.
P. Elevar impuestos, ¿sí o no?
R. Por supuesto que tenemos que abordar la política fiscal. Los Gobiernos necesitan los ingresos de los impuestos para elaborar sus presupuestos y ayudar a financiar sus políticas públicas. Pero no puede ser un debate simplista. Los impuestos deben usarse para incentivar comportamientos concretos. Si tienes un impuesto de sociedades muy bajo, estás incentivando una economía cortoplacista, con operaciones muy en corto. Si no gravas las transacciones financieras, estimulas las ganancias basadas únicamente en intercambiar activos ya existentes.
P. ¿Y entienden todo esto los partidos de izquierda?
R. La izquierda se ha vuelto muy perezosa. Fíjese en Latinoamérica, por ejemplo, en Venezuela. En Europa tenemos el mismo problema, pero a un nivel diferente. Todo el discurso se centra en la redistribución. No existe una narrativa progresista adecuada que explique bien de dónde surge la riqueza. Yo creo cada vez más en la necesidad de hablar de la predistribución. Cómo somos capaces de crear más valor, de un modo diferente, en vez de esperar a recoger los restos. Todo eso necesita un discurso y una discusión diferentes. Por supuesto que necesitamos una política fiscal progresiva, para redistribuir, pero la agenda progresista necesita centrarse tanto también en la creación de riqueza. Si solo te centras en esto último, no habrá nada que redistribuir. Y además es aburrido, como mensaje. Siempre resultará mucho más atractivo un emprendedor como Elon Musk, o cualquier empresario de Silicon Valley.
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