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Marina San José: “Que haya una pareja de lesbianas en una serie no tendría que ser algo tan excepcional como no lo es en nuestra vida”

El patio de butacas aún está vacío, pero Marina San José (Madrid, 37 años) irrumpe en el escenario. Llega más de una hora tarde y con las prisas, en mitad de la entrevista, se da cuenta de que se le ha olvidado quitarse para las fotos el falso piercing de la nariz que lleva su personaje en Escape Room. Cuando lo descubre, ríe a carcajadas. Es la segunda vez que la obra recala en Madrid y esta vez lo hace en el teatro Fígaro, el lugar que la vio debutar en la capital hace 15 años con El cartero de Neruda. Una experiencia que recuerda como “preciosa” y que supuso “el comienzo de una vida laboral” que por ahora ha desarrollado principalmente sobre las tablas, donde realmente se siente feliz. “Nunca se pierde el gusanillo y si se pierde… ojo, que igual hay algo que tienes que revisar”, reflexiona.

Era bastante improbable que San José dudase sobre su vocación siendo hija de dos de los artistas de más peso en las últimas décadas, Ana Belén y Víctor Manuel, y habiéndose criado entre bambalinas, artistas, versos musicales y guiones. Pero lo cierto es que en algún momento de su juventud se le pasó por la cabeza ser veterinaria, hasta que se dio cuenta de que le apasionaban los animales, aunque no “para abrirlos en canal”, asegura, mientras cuenta que comparte su vida con Limona, una podenco que acogió en casa temporalmente y de la que nunca más se separó. Como responsable de que se decantase por la interpretación señala a su madre, quien la animó a apuntarse a un curso de teatro en El laboratorio de William Layton cuando acabó el instituto, la misma escuela madrileña a la que había acudido antes su progenitora. “Me encantó y empecé a trabajar y aquí estoy”, resume.

Vestida de negro impoluto, con mascarilla a juego y luciendo un moreno posvacacional irreprochable en las primeras semanas de septiembre, ella, confirma, es una disfrutona, tal y como se intuye al mirar su perfil de Instagram. En él acumula un número discreto de seguidores —unos 15.000— si se tiene en cuenta que durante más de 400 episodios fue una de las protagonistas de Amar en tiempos revueltos, una de las series más longevas y con más fieles de la parrilla. “No soy un animal de redes. Hay mucha gente que vive para eso y no les cuesta. A mí me cuesta, me cuesta el esfuerzo de ‘venga va vamos a colgar algo’…, pero realmente una de mis características fundamentales es disfrutar de todo lo que me viene”, admite. De vez en cuando, entre posados e instantáneas, comida o copa en mano —asegura que es “cocinillas” y que su elaboración estrella es el “risotto ai funghi porcini e tartufo”—, se cuela alguna reivindicación social a favor, por ejemplo, del 8-M, sin que le preocupen demasiado las opiniones ajenas. “Me interesan hasta cierto punto cuando alguien hace una crítica constructiva. Cuando es insultar por insultar… Yo tengo en mis redes sociales gente muy respetuosa que me sigue porque quiere”.

San José en el escenario del teatro Fígaro, con parte de la escenografía de la obra ‘Escape Room’. Kike Para

Comparada con su prolífica carrera teatral, su paso por la pequeña y la gran pantalla es, al menos por ahora, muy residual, aunque es al personaje de Ana Rivas a quien le debe gran parte de su fama entre el gran público. A diferencia de otros compañeros de profesión, cree que nunca ha tenido que lidiar sin embargo con los inconvenientes de la exposición pública y que la reconocen más por su “característica” voz cuando, por ejemplo, pide “una cerveza en un bar”, que cuando pasea por la calle. Rivas fue, además de su alter ego durante cuatro años, un personaje inusual en la televisión española, una mujer lesbiana, para más inri, en tiempos de dictadura franquista. Al margen de que la historia se desarrollara en los cincuenta, San José defiende con ahínco la normalización de este tipo de personajes y la necesidad de acabar con las etiquetas. “No tendría que ser algo tan excepcional como no lo es en nuestra vida. Yo le estoy muy agradecida a ese papel y nos dieron premios y nos dieron muchas cosas porque hicimos visible esa parte, pero creo que también va un poco en contra el no normalizarlo, el que de repente sea una excepción que haya una pareja de lesbianas en una serie”, asegura. Por aquella interpretación recibió, junto a su compañera Carlota Olcina —su amante en la producción— un galardón en el festival LesGaiCineMad.

Es casi imposible mirar a San José y no pensar automáticamente en su madre. También cuando gesticula. El parecido físico entre ambas, principalmente el de su boca, es incontestable, aunque la actriz señala que su cara es una mezcla de sus progenitores y que “las facciones” son de su padre. Lo mismo, apunta, ocurre con su personalidad. Le quita importancia a la coletilla “hija de” que acompaña casi siempre a su nombre y afirma que le da “exactamente igual”. Se siente “orgullosa” y cree que el parentesco le ha traído “muchas más cosas buenas que malas”. “Obviamente también ha habido cosas malas, como que te juzgan sin conocerte, pero me ha traído muchas más cosas buenas”, insiste. Entre ellas, la de una infancia que aunque ella califica como normal, le permitía asomarse a las funciones que protagonizaba su madre e, incluso, intuir entonces cómo sería ponerse delante de un patio de butacas lleno, como cuando salió junto a una amiga al escenario en plena función de La Bella Helena. “De tanto ir a verla un día decidimos que como las chicas tenían doble vestuario pues nos vestimos y nos pusimos como tomando algo. Mi madre, que no sabía nada, cuando me miró y me vio ahí en el escenario con los trajes y tomando un cóctel le dio un parraque, pero como profesional que es siguió como si no pasara nada”, recuerda divertida.




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