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Mario Draghi, el hombre que quiso domar a la bestia

Mario Draghi, el hombre que quiso domar a la bestia

La frase tiene varios padres, pero la versión más extendida sostiene que fue el dictador Mussolini quien la pronunció al ser interrogado por la dificultad que entraña gobernar una volcánica nación como Italia. “No es imposible, es completamente inútil”. Es probable que Mario Draghi y gran parte de los italianos que le apoyaban se convenciera de algo parecido ante la última crisis de Gobierno, que ha dado al traste con la legislatura en un momento de extrema fragilidad en el país y en Europa. Italia deberá ahora administrar la herencia de sus 17 meses de gobierno, en el que la república emprendió una renovación aplazada durante décadas.

Italia había tenido en dos años y medio dos gobiernos de signo opuesto en cuya foto siempre aparecían el Movimiento 5 Estrellas y Giuseppe Conte, convertido casi por casualidad en primer ministro. Fueron años de turbulencias, populismo y amenazas a Europa. Pero la crisis que se avecinaba derivada de la pandemia, los problemas en la campaña de vacunación y los tradicionales movimientos sísmicos parlamentarios provocaron la segunda crisis de gobierno de la legislatura. El presidente de la República, Sergio Mattarella, echó un vistazo a lo que en Italia se conoce como “las reservas del Estado” y eligió al hombre con mayor autoridad y prestigio del país: Mario Draghi. El expresidente del Banco Central Europeo (BCE) dudó un tiempo. Su leyenda corría el riesgo de verse mancillada por el fango de la política. Pero la idea de liderar un Gobierno de unidad nacional que legitimase democráticamente lo que las urnas no le habían dado terminó de convencerlo. Solo 17 meses después, ese elemento se ha esfumado.

Traspaso de poderes entre Giuseppe Conte y Mario Draghi el 13 de febrero en el Palacio Chigi.FILIPPO ATTILI HANDOUT (EFE)

Draghi eligió un Ejecutivo mixto formado por técnicos y políticos. Supo satisfacer las necesidades de los partidos, pero encontró también a figuras de enorme prestigio en la sociedad civil y en el mundo empresarial para encargarse de carteras fundamentales como Economía, Transición Ecológica o Innovación digital. El nuevo primer ministro puso orden en el desaguisado creado por el anterior Ejecutivo en la redacción de los proyectos del plan de recuperación, que debían convertir a Italia en el mayor receptor de fondos europeos para paliar los efectos de la pandemia (nada menos que 230.000 millones de euros entre préstamos y dinero a fondo perdido). Puso en marcha las reformas necesarias para recibir esa enorme inyección económica. Y, pese a que algunas de ellas encallaron y siguen pendientes (como la de la competencia), consiguió poner en órbita la de la justicia, la de la administración pública y una parte importante de la del fisco. Nadie recordaba a un primer ministro en Italia que hubiera hecho tanto en tan poco tiempo.

El primer ministro, un hombre silencioso y poco habituado a las turbulencias de la política italiana, cogió las riendas del país en plena campaña de vacunación. Italia había sido uno de los países del mundo más castigados por la pandemia. El primer lugar donde se detectó una de las zonas cero de su impacto. Y lo primero que hizo fue sustituir al hasta entonces comisario extraordinario, Domenico Arcuri, por un militar: el general Francesco Figluolo. Funcionó. La curva de vacunación creció, llegando a alcanzar un récord de inoculaciones diarias. Y en ese periodo, Draghi fue inflexible y las medidas restrictivas no fueron atenuadas, liderando en Europa la imposición del certificado de vacunación y la obligación de la dosis para prácticamente todas las actividades públicas, incluido el trabajo. La medida le costó revueltas en la calle y dentro del Ejecutivo, pero aguantó el tipo y pudo sortear las polémicas.

El perfil internacional de Italia, extremadamente dañado por los gobiernos populistas o por el recuerdo de las payasadas del ex primer ministro Silvio Berlusconi, volvió a crecer enormemente. Y en un momento en el que Alemania y Francia se sumían en campañas electorales internas, Draghi, empujado por su leyenda de salvador del euro, se erigió en una de las voces de referencia de la Unión Europea. El primer ministro italiano, eso sí, prefirió recuperar el viejo esquema en el que el país funcionaba como bisagra en el eje franco-alemán (su predecesor, Giuseppe Conte, había apostado por el eje mediterráneo). Italia volvió a ser protagonista —para bien— en las citas internacionales y organizó con enorme éxito la última cumbre del G-20 en Roma. Todo el mundo quería salir en la foto con el nuevo líder de moda.

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SuscríbeteDraghi, junto a Macron y Scholz en el tren que les lleva a Kiev el pasado 16 de junio. LUDOVIC MARIN (AP)

Italia aprovechó ese tirón y fue protagonista en el conflicto de Ucrania. Después de años de flirteos de todos los gobiernos con Moscú (desde Berlusconi a los oscuros manejos del líder derechista Matteo Salvini), Draghi liquidó de raíz esa promiscuidad y apostó decididamente por el apoyo a Ucrania. Tanto, que le costó la primera explosión que originó la crisis de gobierno actual con el Movimiento 5 Estrellas. La apuesta decidida por el envío de armas a Kiev no fue compartida por sus socios grillinos, que decidieron oponerse a esa iniciativa para marcar un perfil propio que frenase la sangría electoral y parlamentaria que sufrían. Todavía el miércoles, Draghi volvió a apostar por ello cuando creía que todavía había posibilidades de reconducir la situación. La noche anterior lo había llamado el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, para que no dimitiese. Pero ya no dependía de él.

La foto de Draghi junto a los dirigentes francés y alemán, Emmanuel Macron y Olaf Scholz, en un tren viajando a Kiev, situó la posición de Italia en este conflicto de forma más nítida que nunca. La Italia de Draghi reivindicaba de forma contundente sus valores atlantistas y europeístas, algo no tan obvio después de años de turbulencias populistas y euroescépticas. Un alivio para el jefe del Estado, Sergio Mattarella, principal defensor estos años de ese esquema tan vapuleado. Es el mismo hombre, precisamente, al que Draghi aspiraba a suceder al frente de la presidencia de la República. Y es posible que justo en ese momento, el pasado febrero, comenzasen sus problemas.

La elección del jefe del Estado confirmó que Draghi es un extraordinario gestor y uno de los hombres de mayor prestigio con los que cuenta Italia. No ha necesitado pasar años en la política para ser aclamado por los ciudadanos y parte del Parlamento. Pero la volcánica política del país requiere también de otras cualidades que, quizá, no están entre las mejores del primer ministro. En febrero fue víctima de todo tipo de trampas y trucos que le impidieron cambiar el Palacio Chigi, sede de la presidencia del Gobierno, por el del Quirinal, donde reside el jefe de Estado. Quedó algo tocado, pero se repuso rápido. A finales de julio, en pleno verano, cuando la mayoría de accidentes y catástrofes suelen producirse en Italia, ha vuelto a ser devorado por esa pulsión autodestructiva y grotesca de la política italiana. Una naturaleza indomable que durante 17 meses logró mantener a raya.

El primer ministro italiano, Mario Draghi, habla por teléfono durante la visita al Museo del Prado de jefes de Gobierno durante cumbre de la OTAN, el pasado 29 de junio. Ballesteros (EFE)

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