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Más de un millar de presos, entre ellos muchos militantes islamistas, se escapan de una cárcel de Congo

Activistas de Lucha protestaban frente a la sede de la misión de la ONU en Goma, República Democrática del Congo, el 30 de noviembre de 2019.Patrick Meinhardt

“No presentábamos ninguna amenaza. Es incomprensible que la policía dispare a civiles totalmente desarmados y pacíficos”, cuenta Stewart Muhindo, militante del movimiento pacífico Lucha (acrónimo del francés Lutte pour le Changement, Lucha por el cambio), desde Beni, en el noreste de la República Democrática del Congo, donde acaba de enterrar a su compañero abatido por un disparo de la policía. Freddy Kambale tenía 20 años y se manifestaba contra la inseguridad y la impunidad en esta castigada región cuando le mató un balazo.

El joven Kambale es el tercer militante de Lucha que muere por disparos de la policía. Los dos últimos lo hicieron en menos de seis meses, también en Beni, en la provincia de Kivu Norte, durante protestas. “Quizás estiman que la represión y el asesinato son medidas eficaces para silenciarnos”, expresa aún conmovido Muhindo. Pero lejos de funcionar, el activista confiesa que “su muerte nos despierta aún más compromiso”. “La mejor manera de honrarlo”, prosigue, “es continuar aquello por lo que ha dado la vida”.

El movimiento ciudadano Lucha nació en 2012 en el este de República Democrática del Congo, la zona más afectada por la guerra y la inestabilidad. Y desde la ciudad de Goma, donde se originó, el grupo y su filosofía se extendió por todo el país. Su objetivo es reclamar los siempre ausentes derechos básicos de la población, vulnerados a diario en una región en guerra desde hace más de 20 años. Su herramienta: las protestas pacíficas.

La rama de Beni ha estado especialmente activa últimamente porque es en esta región donde en los últimos años se ha concentrado el conflicto. El grupo armado ADF (Fuerzas Democráticas Aliadas), con raíces en Uganda, comete atrocidades desde 2014 y en el último medio año han muerto al menos 432 civiles durante sus ataques y masacres, según ha contabilizado el Barómetro de Seguridad de Kivu. Pero desde La Lucha recuerdan que “los [miembros de] ADF no son la única fuente de amenaza” para los civiles de Beni. Hay otras milicias, como los Mai-Mai, “y también bandidos, policías indisciplinados y militares incontrolados actúan con impunidad total. Roban y matan a civiles”, explica Muhindo. Contra esta inseguridad permanente se manifestaba el pasado 21 de mayo Lucha cuando la policía disparó a Kambale.

La muerte de Kambale ha coincidido con un fatídico aniversario: el de otro asesinato. El escándalo del caso Chebeya cumplió el pasado 2 de junio 10 años sin justicia, dejando en evidencia la persistente impunidad en la República Democrática del Congo y el peligro de embarcarse en el combate de exigir justicia. Floribert Chebeya era un conocido activista por los derechos humanos que se atrevió a alzar la voz contra el dictador Mobutu Sese Seko, contra los dos Kabilas (Laurent y Joseph, padre e hijo), y contra el rey Alberto II de Bélgica. Que denunció masacres y abusos, incansable y bajo amenaza, actuando con la organización que dirigía, La Voz de los Sin Voz. El 1 de junio de 2010 fue convocado por el inspector general de la policía John Numbi, y al día siguiente Chebeya apareció muerto. Su conductor, había desaparecido.

Una década después las organizaciones de derechos humanos congoleñas e internacionales denuncian una “parodia de justicia” y reclaman la reapertura del caso. Y es que el presunto autor intelectual del asesinato de Chebeya y de Fidèle Bazana —el conductor—, es Numbi, que no solo no ha sido juzgado, sino que es actualmente inspector general del Ejército congoleño.

“Estamos en un país que premia la impunidad” dispara Muhindo. “[El caso Chebeya] es el reflejo de la injusticia institucionalizada” asevera. Pero Chebeya es sobre todo, para los jóvenes de Lucha, “el símbolo del coraje: por cómo contribuyó a los derechos humanos a pesar del difícil contexto congoleño.”

Desde Lucha están convencidos de que contra el contexto de violencia y guerra que les rodea, la mejor arma es la paz y la justicia. Y si el movimiento avanza es gracias a un cóctel de indignación, fatiga y esperanza. Estos jóvenes ya no esperan nada de la clase política “que está podrida, incluso más que antes”. Pero beben de la “esperanza que surge de la población”. Porque, según Muhindo, “el pueblo está despertando”. Y alerta: “somos cada vez más exigentes y más fuertes”. Y están dispuestos a desafiarlo todo, “para construir un país distinto”.


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