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Masacre en Malí


Las deficiencias europeas en defensa y en política exterior, tan evidentes desde que Vladímir Putin invadió Ucrania, conciernen también al papel de la Unión Europea en las regiones del planeta más próximas. Tal es el caso del Sahel, región de creciente inseguridad, ahora especialmente infectado por el golpismo autoritario, la actuación de grupos terroristas y las violaciones de derechos humanos. En este peligroso cuadro se ha detectado además la intensa y creciente actividad de los mercenarios contratados por la compañía de seguridad rusa Grupo Wagner, propiedad de los amigos de Putin, que también cuenta con milicias pie en tierra en Ucrania. Estos milicianos irregulares han participado junto a fuerzas locales en la matanza de varios centenares de civiles —entre 300 y 400— perpetrada a finales de marzo en el mercado de ganado de la ciudad maliense de Moura después de un intercambio de disparos entre el Ejército de Malí, apoyado por el Grupo Wagner, y un grupo de 15 yihadistas pertenecientes al Estado Islámico y Al Qaeda. Los asesinatos de civiles no fueron resultado directo del enfrentamiento armado, sino de posteriores ejecuciones sumarias por parte de militares y mercenarios. La organización Human Rights Watch, que ha difundido la noticia, ha calificado estos hechos como “la peor atrocidad en la región en décadas”.

La intervención militar francesa en Malí se inició en enero de 2013, para evitar in extremis la caída de Bamako en manos de los yihadistas. A la Operación Serval le siguieron Barkhane y Takuba, todas encabezadas por Francia, con participación de otros países europeos y dedicadas a combatir el terrorismo. Por su parte, la UE puso en marcha EUTM Malí, una misión de instrucción del Ejército maliense cuyo primer contribuyente es España. El acercamiento de la junta golpista de Bamako a Moscú —Malí votó el pasado jueves contra la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas— y su ruptura de relaciones con Francia, que ha retirado sus tropas del país tras la expulsión de su embajador, han agravado las dificultades de la misión europea. Hasta ahora se ha limitado a exigir que las tropas malienses que instruye no combatan de la mano de los mercenarios rusos, una condición difícil de verificar. Paradójicamente, la diplomacia italiana ha aumentado su presencia en Malí, tal como reseñaba este viernes el diario francés Le Monde, que vincula tal acción a las necesidades de la política migratoria italiana. Roma mandó el pasado año por primera vez un embajador a Bamako, mientras que el embajador francés en Malí fue expulsado a principios de este año, coincidiendo con la llegada de un millar de contratistas militares del Grupo Wagner. Para la Unión Europea, atender debidamente al mapa de África debiera ser tan urgente como mantener la unidad frente a Moscú en la guerra de Ucrania.


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