'Me detuvieron en mi primera protesta en Caracas' | CRÓNICA

‘Me detuvieron en mi primera protesta en Caracas’ | CRÓNICA

-Nos tenías preocupados. Yo pensaba que te iba a encontrar muerto.

Estas fueron las palabras de la mamá de Miguel* cuando hablaron por teléfono, minutos después de que salió de un comando de la Dirección de Acciones Estratégicas y Tácticas (DAET), de la Policía Nacional Bolivariana.

Tengo entendido que antes funcionaba en el DAET una sede de las FAES (Fuerzas de Acciones Especiales), sólo que le cambiaron el nombre. Lo único que sé es que estuve menos de 24 horas en ese lugar y no quiero volver a pisarlo.

La organización Foro Penal reportó hasta el 31 de julio al menos 429 personas detenidas durante las manifestaciones ocurridas en los últimos días.

Foto: Reuters.

Miguel fue detenido el pasado 29 de julio en una de las protestas ocurridas en Caracas. Él, al igual que muchas personas, salieron a las calles de Venezuela en rechazo a los resultados que anunció el Consejo Nacional Electoral (CNE). Ninguno confía en los números dados por el ente comicial.

El organismo electoral, sin mostrar los resultados desglosados de la elección, dio como ganador a Nicolás Maduro con 51,2% de los votos. Un resultado que es rechazado por la dirigencia opositora y cuestionado por la comunidad internacional. El Centro Carter -observador internacional invitado por el CNE- aseguró que las elecciones venezolanas no pueden considerarse democráticas.

Un mismo sentir

«No he podido comprarme una moto, ni siquiera los zapatos que quiero y eso que he trabajado bastante y sólo tengo un día de descanso a la semana», se lamentaba el domingo, día de las elecciones presidenciales.

Miguel no disimulaba su cansancio por las condiciones socioeconómicas que debe enfrentar cada día. «El 28 fui a votar por un cambio de gobierno. Mucha gente me decía que estaba segura de que la oposición iba a ganar, así que tuve fe. Me quedé despierto hasta tarde en mi casa y cuando escuché los resultados en televisión, la gente de mi callejón se alteró muchísimo».

En la comunidad había gente llorando y gritando. Unos pocos se escuchaban de lejos gritando consignas a favor del oficialismo. Apagó el televisor. Los mensajes en su teléfono y en los estados de Whatsapp recogían un mismo sentir: rabia, decepción, impotencia.

Al día siguiente no se escuchaba casi nada. Sólo a una vecina con música en su casa, pero de resto, en la zona parecía un primero de enero.

Foto: Reuters.

«Y así fue como hasta mediodía, cuando volvieron las cacerolas. En Whatsapp mis contactos subían videos de gente protestando en varios lados y yo no sabía si era verdad, pero como en mi casa sonaban las cacerolas, me uní».

Más tarde, alrededor de las 2:00 p.m., un primo le escribe: «Revisa youtube para que veas las protestas». Su mente retrocedió a lo que vivió Venezuela en 2017.

«Yo no fui a ninguna porque no me dejaban, pero veía a chamos defendiéndose de los guardias y eso lo recuerdo clarito».

Del silencio al ruido de las motos y cacerolas

Desde su casa veía como la gente salía de Petare y de otros lados a protestar. Un amigo tocó su puerta.

-Vámonos en la moto pa’l centro que allá está prendido.

Se vistió rápido y salió a su primera protesta.

«Parecía una película, nosotros íbamos en la calle con la moto y nos encontrábamos a otros motorizados tocando cornetas. Los negcios estaban cerrados y nos compartíamos direcciones con los de las otras motos», recuerda.

Llegaron hasta El Silencio, entre el centro y el oeste de Caracas. En los alrededores de la vía hacia Catia y Miraflores había muchas personas.

Foto: Reuters.

«El paso estaba cerrado y la gente que estaba ahí no se quería ir. Algunos se tapaban la cara y otros nos quedábamos atrás viendo lo que pasaba».

En instantes, rememora Miguel, llegó la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y los policías. También unos motorizados afines al gobierno, vestidos de negro.

«Parecía una protesta de las que uno veía en Youtube. La gente lanzando cosas, los militares respondiendo. De repente sonaron disparos y mi amigo y yo prendimos la moto y nos fuimos, no tan lejos».

Uno de los manifestantes les dijo que dejaran la moto cerca, pero que se quedaran ayudando «porque era una lucha de todos».

«Todo se descontroló, seguían sonando los disparos y nosotros nos fuimos más lejos, pero cuando dejaban de disparar, nos regresábamos al punto. A uno de los encapuchados lo habían agarrado. Igualmente seguía el disturbio, habían prendido fuego e hicieron una barricada».

El amigo de Miguel aceleraba la moto para hacer ruido. Él se bajó y audó a montar cosas para la barricada. El lugar se mantuvo así hasta la noche.

«Cada vez llegaban más policías y más colectivos. Los guardias estaban parados con antimotines y lanzando lacrimógenas».

Recordó que hubo un momento en el que todos los manifestantes empezaron a correr. Les estaban disparando y les lanzaban bombas lacrimógenas. Él quedó lejos de su amigo entre la multitud y no se dio cuenta de que lo había perdido de vista.

Traté de esconderme pero me agarraron unos encapuchados. Yo pensé que me iban a secuestrar o que me iban a matar ahí mismo. Me subieron a una camioneta. No se veía nada hacia afuera y yo no decía nada por miedo. Después de un rato me bajaron.

Hay que pagar para que no te procesen

Al llegar al sitio, ya sabía donde estaba. El comando al que lo llevaron está en una zona que frecuentemente recorre.

«Uno de los funcionarios me mira y me dice que yo no tengo cara de ‘guarimbero’, pero que me habían agarrado ahí, así que yo sabía que estaba ‘en tremendo peo’».

Trató de defenderse y explicar que no había agredido a nadie.

«Me dijo que de todos modos estaba alterando el orden. Yo le pregunté si podía llamar a alguien y me dijo que sí, pero sólo si era para colaborar con ellos».

Fue un poco más preciso y le dijo: hay que «bajarse de la mula», es decir, pagar algo. De inmediato soltó la amenaza: si no lo haces te procesan por terrorismo y por instigación al odio.

«¿Cuánto es lo que tengo que pagar? De pana, yo no tengo mucha plata», dijo.

El pago por la libertad fueron $2.000 porque el funcionario «andaba de buenas».

«También me dijo que ellos tenían ganas de unas hamburguesas. Me prestaron un celular y llamé a mi papá».

El teléfono estaba en altavoz y le contó todo a su papá. Preguntó cuánto tiempo tenía para entregar el dinero. Era mucho. «Encárgate de las hamburguesas primero», respondieron.

«Tengo que decir que en todo ese tiempo no me hicieron daño. Yo estaba asustado, eso sí, hasta que llegó mi tío con la comida. Me dejaron comer una hamburguesa».

Antes del mediodía del martes 30 debían entregar el dinero y así fue.

El hombre que me habló en el comando, supongo que es el jefe allá, me dijo que no me siguiera metiendo en esas protestas, «porque siempre pagaban los más gafos».

Luego de su liberación, Miguel se sintió más aliviado, pero con el temor de que volvieran a buscarlo. En ese momento solo quería descansar, llamar a su mamá y pensar cómo pagará los $2.000.

*El nombre real del testimonio fue cambiado para proteger su identidad


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