“Aunque signifique ser una polilla volando hacia una llama, diré la verdad sobre lo que pasó entre nosotros”. A las pocas horas de su publicación, las redes sociales de la tenista que había escrito esas valientes palabras, Peng Shuai, estaban bloqueadas y ella misma desaparecida. El Partido Comunista Chino se encontraba con el Me Too llamando a las puertas de sus altas esferas y cortaba por lo sano. Antes del apagón, Shuai añadía: “Sé que has dicho que no tienes miedo, como alguien de tu estatus prominente”, mostrando a las claras ese abuso de poder sistemático, grabado a fuego en una estructura de desigualdad, previo a cualquier violencia concreta, que denuncia el Me Too.
Tras el caso Weinstein, la conversación que intentó imponerse desde sectores reaccionarios no fue el abuso de poder: se habló de la vuelta al puritanismo, de caza de brujas contra aquellos a quienes se señalaba desde las redes. Se nos advirtió sobre nuevas inquisiciones (“¡Ojo con la barra libre!”) y cosas así. Sería interesante saber qué piensan hoy esas voces ahora que el vendaval llega a China, donde las autoridades, medrosas como todo poder, tratan de enterrar el escándalo temiendo una represalia mundial justo antes de los Juegos de Invierno de Pekín. Li, veterana activista china, dice que lo sucedido con Peng muestra que el Me Too “tiene la capacidad de sacudir y transformar cosas que la gente común, a través de canales regulares, normalmente ni siquiera podría tocar”. Palabras valientes en China, y que recuerdan a las de Margaret Atwood, quien señaló que “con demasiada frecuencia, las mujeres y otros denunciantes de abuso sexual no pudieron obtener una audiencia imparcial a través de las instituciones, incluidas las estructuras corporativas, por lo que utilizaron una nueva herramienta: internet”. Es la naturaleza del movimiento: gracias a un sencillo hashtag, se denuncia una injusticia social omnipresente cuyo arraigo se construye sobre el silencio de quienes la padecen.
Porque el caso de Peng demuestra que el Me Too existe en todas las capas de la sociedad china. Habla sobre la naturaleza global del movimiento, pues global es el abuso sistemático que sufren las mujeres; de cómo, cuando se pide respeto a los derechos humanos y la integridad física de las personas en China, chocamos siempre con las fisuras del universalismo sacando a las mujeres de la ecuación. Dice mucho también sobre la identificación con el puritanismo solo por venir de EE UU, exactamente desde el mismo prejuicio con el que se habla del Black Lives Matter como movimiento identitario. Quizás, ahora que amenaza latente con estallar en China, se entienda que el Me Too confirmó el carácter universal de la lucha por los derechos de las mujeres, aunque los reaccionarios no los perciban como derechos y los relativistas digan que son valores culturales propios de la decadencia de Occidente. Solo persiguen mantener el statu quo. Pero mientras tanto, ¿qué pasa con Peng Shuai?
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