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Melissa Barrera, el poderío latino que triunfa en la televisión y Hollywood

El 31 de diciembre de 2019, la actriz mexicana Melissa Barrera se encontraba en su casa de Ciudad Obregón. Iba a celebrar la llegada del nuevo año como había hecho desde pequeña: pidiendo un deseo. “Es algo que me enseñó mi madre, el poder de creer en lo que quieres. Tener la idea clara, visualizarlo y verbalizarlo, y así las cosas se manifiestan”, recuerda.

Apenas llevaba un año de casada, los mismos meses en los que sus horizontes se habían expandido de tal forma que necesitaba de tres hogares (Los Ángeles y Nueva York, además de México) para dar abasto con todo el trabajo que conlleva convertirse en el rostro de una nueva generación de hispanos. Los pilares que la encumbraron son el fenómeno multirracial y de fluidez sexual que provocó la serie Vida, breve pero intensa, y la adaptación al cine del primer musical de Lin-Manuel Miranda, En un barrio de Nueva York, que finalmente llegó a los cines como una gran celebración de todo lo latino. Así, la actriz de 31 años llegaba al arranque de 2020 exhausta y feliz tras un ajetreado 2019, pero preocupada por el futuro de ese matrimonio en el que se acababa de embarcar. Otro año de ritmo frenético tal vez no podría soportarlo. Pidió un 2020 tranquilo. Tres meses después estallaba una pandemia que encerró a medio mundo en casa y provocó un parón sin precedentes en la economía global. “En lugar de un año perdido, he sido muy feliz porque este negocio es duro y pide mucho de ti. Es especialmente duro en tus relaciones”, se sincera.

Barrera, en un fotograma de la película ‘En un barrio de Nueva York’.Macall Polay (Warner Bros. Pictures)

La batalla por llegar a ser alguien en una industria con la que demasiados sueñan es especialmente dura. Quizá incluso un poco más cuando se es mujer e hispana. “No es solo la industria, es la sociedad patriarcal en la que vivimos. Nacer mujer te pone automáticamente en desventaja. Siempre tienes que trabajar un poco más, ponerte a prueba. Primero te juzgan por tu aspecto, no por tu intelecto o por lo que sabes hacer. Por eso les doy las gracias a mi abuela y a mi madre, porque siempre me animaron a darlo todo y a ser todo lo que quisiera ser”, asegura sin pelos en la lengua.

Melissa siempre lo tuvo claro: quería triunfar en Broadway. No la cegaron las luces de Hollywood. Le atraían los escenarios y por eso se fue a estudiar a la Escuela Tisch de la Universidad de Nueva York. Tenía 18 años. Una vez allí se dio cuenta del otro problema.

“La razón por la que quise ser actriz fue para meterme en el corazón de otros, para interpretar a otros”, recuerda. Sin embargo, los únicos papeles disponibles para ella eran en West Side Story o En un barrio de Nueva York. En Hollywood, incluso en un momento en el que la diversidad racial está en el punto de mira de la industria y términos como “aceptación” e “inclusión” proliferan en la conversación, son los afroamericanos quienes lideran el movimiento. Los latinos siguen luchando por ser vistos. Como recuerda un estudio de la Universidad del Sur de California y la Asociación Nacional de Productores Independientes Latinos, entre los grandes estrenos de Hollywood de 2007 a 2018, solo el 4,5% de los papeles con frase o al menos con nombre fueron a parar a manos de actores hispanos, un número que se queda en el 3% cuando se habla de trabajos protagónicos. Los números aún desconciertan más cuando se comparan con la audiencia que acude a los cines en Estados Unidos en un año normal. Según la Asociación de Cine Estadounidense, los hispanos son el grupo étnico más numeroso en las salas, asistiendo a una media que supera las cuatro películas anuales.

Fotografia subida por Melissa Barrera a su cuenta de Instagram, con su perro Rambo.

Estos escollos no descorazonan a toda una nueva generación de latinos/hispanos/latinx deseosos, como Barrera, de ocupar el lugar que les corresponde en la industria. “De hecho, En un barrio de Nueva York fue la primera vez en la que supe que podría interpretar cualquiera de esos papeles en Broadway”, rememora. Barrera admite que vio el espectáculo 10, 15, 20 veces. Se lo aprendió de memoria y se presentó varias veces para formar parte del reparto. La ironía del destino hizo que nunca le devolvieran la llamada.

Tal vez pensando que no había visualizado bien su meta, la actriz regresó a su México natal. “Ya sabes, en ocasiones uno se tiene que marchar para que se den cuenta de tu existencia”, afirma de algo que funciona en las dos direcciones. Porque además de consolidar en este tiempo su carrera en México en series como La Academia, Tanto amor o Club de cuervos, finalmente recibió la llamada deseada del otro lado de la frontera, aunque no de Broadway, sino de Hollywood. Se muestra exultante al recordarlo: es fácil sentir su alegría incluso por videoconferencia. Especialmente cuando cuenta el mote que se ganó entre sus compañeros de En un barrio de Nueva York: Abracitos. Y todo porque, cada vez que la llamaban para hacer una prueba, los abrazaba a todos. Así hasta el día en el que finalmente conoció en persona al actor, compositor y director musical del filme, además de ser el boricua capaz de revolucionar el teatro musical primero con In the Heights y luego con Hamilton. Y un hombre que sabe cómo romper el hielo. “¿Tú eres la de los abrazos? ¡Yo también quiero uno!”, bromeó al conocerla. “Me tuve que esconder en el baño para llorar, porque esto es de verdad un sueño hecho realidad. Y todos sabemos que esta industria es una verdadera lucha y lo normal es toparse con cosas que no son nada agradables. Incluidos mis propios ataques de pánico”, confiesa.

Debajo de esa aparente dureza de Barrera, de la mujer que tiene las cosas más que claras —y si no, las visualiza como le dijo su madre—, hay una mujer llena de dudas y lágrimas que se emociona por todo. Hay muchas lágrimas de alegría cuando habla de los cuatro meses de trabajo, entre ensayos y rodaje, de En un barrio de Nueva York. “Y eso que, siendo tan fanática de la obra y habiéndola visto tantas veces, tenía un poco de aprensión a que la experiencia me fuera a defraudar un poco”, rememora. “Me encanta”, explica, “la idea de que esa obra celebre a la comunidad latina, al latinx, de la forma más exuberante, colorida y musical, porque la música es gran parte de lo que somos. Pero también representamos el dolor de esta comunidad, y eso es algo que sorprenderá a la audiencia, que quizá no está acostumbrada a pensar en lo que hay detrás de esta explosión de vida. Y sobre todo estoy muy orgullosa de ser la mexicana de una película que estoy segura que abrirá las puertas a nuestra comunidad”.

Fotografia subida por Melissa Barrera a su cuenta de Instagram, durante una sesión de moda.

A ella se las ha abierto de un modo que ni la pandemia ha conseguido detener. A las órdenes del hoy director Benjamin Millepied, que saltó a la fama como coreógrafo en El cisne negro, Barrera es la nueva Carmen en una adaptación de las que le gustan porque más que una ópera será “una película con música”. Una historia que da un giro a la trama para conectar con la historia de los inmigrantes indocumentados. Otra historia con trasfondo latino: “Películas para diferentes grupos demográficos y para diferentes públicos, grandes espectáculos como En un barrio de Nueva York o películas independientes y experimentales como Carmen”, puntualiza. O películas de terror como Scream, en la que también ha tomado parte, lo que la lleva a tener que enjugarse alguna lagrimita de emoción ante la idea de conocer a Courteney Cox: la actriz de Friends siempre fue su ídolo.

Uno de los grandes apoyos de la actriz nacida en Monterrey es su madre, Rossana Martínez. Ella, su abuela y sus tres hermanas, un gineceo que sacó adelante una madre soltera y que sale una y otra vez en su conversación porque asegura que sin ellas no sería quien es. “Y mi hermana es la que realmente sabe cantar. Nada que ver conmigo”, sostiene. De ahí que la conversación más difícil que mantuvo con su madre no fue cuando decidió ser actriz, ni tan siquiera cuando hizo las maletas y se fue a Nueva York. O cuando hizo lo mismo años más tarde, pero camino a Hollywood. Verdaderamente el trago más difícil fue decirle que iba a trabajar en la serie Vida interpretando el papel de Lyn, una latinx parte del colectivo LGBTQ+. “Monterrey es una burbuja muy conservadora y participar en una serie con tanto desnudo, yo que nunca había hecho nada así, solo me hizo preguntarme eso de qué pensará mi abuela. Fue la conversación más difícil de mi vida. No con mi abuela, que nunca me atreví, pero sí con mi madre, tras años de aprender desde niña a temer el qué dirán. Pero no encontré otra cosa que su apoyo”, confiesa una Melissa Barrera ahora ya envuelta en un auténtico mar de lágrimas.

Mishel Prada, su compañera en la serie Vida, que pese a durar tan solo tres temporadas dejó una profunda huella al presentar otra cara más urbana y real de la comunidad hispana de Los Ángeles, se ríe de las lágrimas de Melissa. “Ella es así de tierna. Con los ojos cargados de lágrimas o sin dejar de cantar La sirenita”, afirma esta actriz que se ha convertido en una especie de cuarta hermana para Barrera. En realidad, adoptó a todo el reparto de la serie, incluida su creadora, Tanya Saracho, y tiene a todos sus miembros agrupados en una aplicación llamada Marco Polo. También hizo lo mismo con el reparto de En un barrio de Nueva York, a cuyos integrantes tiene reunidos en un chat de ­iMessage. Con ellos lloró cuando la pandemia retrasó el estreno de la película y no los volvió a ver hasta un año después de lo esperado, en el Festival de Tribeca y en el Festival Internacional Latino de Los Ángeles, donde se estrenó el filme. “Nos puede la nostalgia”, resume.

Barrera aprovechó el confinamiento para más cosas. No solo para comer o estar junto a su marido, algo que no niega. Por ejemplo, aprendió a tocar la guitarra, otro de esos sueños que tenía en la cabeza desde hace tiempo. Y aprovechó para leer (autores hispanos, puntualiza), pero no solo para pasar el tiempo, sino pensando en levantar su propia producción. En concreto, un proyecto para televisión en el que ya está trabajando en el piloto. Eso sí, una vez más habla la Melissa con las cosas claras y que quiere un cambio. “Porque a los hispanos siempre nos dejan hacer un tipo de series. ¡Y eso, ahora!”, exclama, “series chiquitas, sitcoms, telenovelas, pero nada de grandes producciones ni de grandes elencos. Y ha llegado el momento”.

Fotograma de la película ‘En un barrio de Nueva York’.Warner Bros. Pictures

También ha llegado, sostiene, la hora de normalizar la presencia de los latinos en la pantalla, pequeña y grande. Barrera se sigue negando a interpretar a la hermana o a la novia de un narco. O a hacer de bandolera. “Estoy orgullosa de mis ancestros, de mi idioma, de mi comida y de mis tradiciones. Pero también me gustan los elencos donde podemos ser latinos o cualquier otra cosa”, añade. Y aquí es donde llega el último obstáculo de la latinización de Hollywood. Un problema que atañe a todas las etnias, credos o tendencias sexuales y donde la cultura de la cancelación, la corrección política y los grupos de presión están forzando a que cada uno sea de donde es. De hecho, y como un ejemplo positivo, Vanessa, su personaje en En un barrio de Nueva York, se transformó en mexicana en su honor y también para reflejar la mayor diversidad de Washington Heights, un área entre dominicana y boricua de la Gran Manzana cuando Miranda escribió el musical.

Pero hay otros casos no tan positivos, comenta Barrera. “Esto es un péndulo y hemos pasado de los años del blanqueado de Margarita Cansino en Rita Hayworth al otro lado, donde, si no eres auténticamente lo que sea, no puedes ni soñar con el papel. Me pasó con la película Aladdin. Me presenté porque es mi princesa preferida de Disney y la única que se me parece. O ella, o Pocahontas, porque no hay ninguna que sea mexicana. Y me dijeron que no porque no era árabe”, rebufa, aunque se alegra de que la intérprete británica Naomi Scott consiguiera su papel. “Al menos su madre es de la India y querían a alguien de la zona”, añade con cierto retintín.

El mundo del cine y del espectáculo todavía no lo ha visto todo de Melissa Barrera. “No soy de las que van buscando los despojos. Estoy cansada de que nos digan, como mujeres, que nos tenemos que conformar. O como latinos. Si los otros pueden pedir, nosotros también, aunque nos hayan criado con ese miedo a crearnos una mala reputación por pedir lo que nos merecemos”, asegura combativa, y prosigue: “No me van a encasillar por tener las cejas gordas. Somos muchos los que estamos reclamando una justa representación y no vamos a dejar que los estudios y las cadenas hagan oídos sordos. Nos queda mucho por andar, pero cada vez somos más”, concluye la voz de una generación que parece tenerlo claro.

La cartelera futura parece darle la razón. Más allá de En un barrio de Nueva York, se va aproximando el estreno del remake de West Side Story. Lin-Manuel Miranda debuta como director con el musical de Jonathan Larson Tick, Tick… Boom!, lo mismo que Eva Longoria, dispuesta a sumar el título de realizadora al de actriz o productora con Flamin’ Hot, la historia del bedel Richard Montañez que acabaría convirtiéndose en el inventor de los cheetos picantes. Un panorama bastante más amplio que el que ha dominado la industria desde que Rita Moreno ganó el Oscar como Anita. Una estatuilla que, hasta la fecha, sigue siendo la única otorgada a una latina.

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