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Mentalidad, novedoso, marrón: palabras que son más modernas de lo que parece


La historia nos suena de algún cuento fantástico; una persona tiene un doble, malvado, idéntico o muy similar a él pero que sin duda representa una tendencia perversa opuesta a la suya. Superman conoció como doble al supervillano Bizarro, en los videojuegos de Mario el doble malo era Wario y en la literatura antigua o reciente los ejemplos son tan numerosos como inquietantes. La palabra alemana doppelgänger (que significa “doble andante”) sirvió para nombrar a este recurso de la ficción.

Si buscamos algo parecido en la gramática, esos dobles están en los participios. Y es un fenómeno sobre el que la mayoría de los hablantes ha reflexionado alguna vez: “¿he freído?” o “¿he frito un huevo?”. La norma del español es muy clara en ese sentido y está expuesta en las distintas obras de la RAE: el verbo freír tiene dos participios posibles y ambos son correctos; por tanto, puedes decir que has freído o que has frito patatas. Esto mismo solo ocurre con los derivados de freír (sofreír, refreír) y en otros dos verbos de la lengua española: imprimir (he imprimido, he impreso) y proveer (he proveído, he provisto).

En español los participios son regulares (los que acaban en –ado, –ido) o irregulares (acaban en cualquier otra terminación); los verbos tienen un solo participio, que pertenece a un grupo u otro: por ejemplo, leído o llegado son regulares, pero visto o vuelto son irregulares. Para el caso de freír, lo curioso es que tenemos dos participios, o sea, está el participio regular, con su terminación normal, freído, y, como en los cuentos, hay una versión de personalidad inversa, el irregular frito.

A fines del XV, Nebrija documenta ya freído y frito; tres siglos después, los diccionarios de la Academia incluyen freído; a inicios del XX Emilia Pardo Bazán (en su obra La cocina española antigua y moderna) daba estas instrucciones para una receta muy calórica: “Se moja con caldo del puchero y se añade la manteca de cerdo en que se han freído los chorizos”. No obstante, aunque históricamente los dos participios son posibles, la mayoría de los hablantes tiende a usar frito.

Igual que en la ficción uno de los dobles tiene una personalidad y unos comportamientos que le son propios y exclusivos, en la gramática hay también papeles que solo asume uno de los participios. Así, para el caso de freír, cuando no estamos usando el participio como verbo (o sea, cuando no se combina con haber o con ser) sino como adjetivo, hay que usar siempre la forma irregular: “me tenéis frita” (y no freída), “de postre tomé leche frita”, “cocino al vapor y no como tantos fritos”.

¿De dónde salen estos dobles? En la literatura, la enigmática presencia de los dobles se atribuye a razones misteriosas como la bilocación, el demonio y sus lados oscuros o el típico recurso a la historia de los gemelos separados al nacer. Pero para el español las razones son más simples y prosaicas: tenemos estos dobles participios por herencia del latín.

Veamos: muchos de los verbos latinos acabados en –ere tenían participios irregulares, que fueron heredados en español; hemos conservado una parte de ellos (positus ha dado lugar a puesto o el propio frictus dio lugar a frito) pero otros no; nuestros hablantes medievales parece que se sintieron más cómodos, en general, buscando regularidades y, por ejemplo, para la forma latina natus (del verbo nacer) heredaron el participio nado pero lo perdieron en favor del regular nacido. Igualmente, del participio cursus no dijeron he corso sino “he corrido”; corrido es un participio regular creado, como lo fue freído o como se llegó a decir rompido para evitar el irregular roto (latín ruptus).

A veces el viejo participio irregular se nos ha conservado, pero solo como adjetivo; por ejemplo, no decimos “han preso al ladrón” porque hemos creado el participio regular prendido, pero sí conservamos la herencia del latín prensum al hablar de “el preso”. Lo mismo nos ha ocurrido con otros participios irregulares: converso, tinto, cocho (de coctus, que significa “cocinado”); los usamos como adjetivos (minoría conversa, vino tinto, bizcocho o cocinado dos veces) y como participios los hemos reemplazado por convertido, teñido, cocinado.

En alguna ocasión, y como en la lengua hay gente para todo, nuestros antepasados recorrieron el camino inverso y, donde tenían un feliz participio regular (querer: querido) crearon su particular doppelgänger: a querido le salió quisto, de donde en la lengua antigua se decía bienquisto o malquisto, que ya han sido olvidados en favor de bienquerido o malquerido.

Para el caso de freír o de imprimir, se nos han quedado en nuestra lengua la vieja forma irregular, frito, con la nueva forma regular, freído. En “Borges y yo”, Jorge Luis Borges decía tener en sí mismo un doble: uno era él, un aficionado a los mapas y a los relojes, pero el otro era Borges, el escritor, a quien le ocurrían las cosas. Nuestros dobles participios nos desquician menos que los dobles literarios, aunque, como ellos, observarlos y verlos hermanarse o separarse da para toda una trama fantasmagórica en la historia de la lengua. Por eso tenemos que hablar de freído y de frito, porque los dobles participios son también dobles andantes en nuestra gramática.

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