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Messi contra el pasado del Barça

Lionel Messi en un partido del FC Barcelona en el Camp Nou, en Barcelona, en noviembre de 2019.
Lionel Messi en un partido del FC Barcelona en el Camp Nou, en Barcelona, en noviembre de 2019.JOSEP LAGO / AFP

Uno de los mitos más consistentes del fútbol español es que el Barcelona despide mal a sus figuras. Como si históricamente le hubiese dado tiempo a despedirlas. El Barcelona, en realidad, tuvo a Maradona con 22 años y se le fue a los 24, y tuvo a Ronaldo con 20 y se le marchó a los 21. No perdió a dos jugadores, perdió dos épocas.

Messi, sin embargo, debutó en el primer equipo del Barcelona con 17 años con la promesa de ser aquello en lo que se ha convertido y se ha despedido del club con 34. Probablemente no haya sido su adiós la gestión más eficaz, probablemente pudo haberse marchado dos años después y de otra manera, pero si su despedida llega a estar a la altura de la tradición histórica del Barça se hubiera ido con 22.

Messi es la primera figura mundial que hace del Barcelona un equipo de época, no un club al que, como el de Maradona y el de Ronaldo, posar la mirada con admiración y curiosidad durante un año. El Dream Team fue un invento de Cruyff en el banquillo, modelo que perfeccionó hasta el final Guardiola, los dos como entrenadores. Messi nunca podrá estar a la altura como entrenador de lo que fue como jugador porque Messi nunca volverá a estar cerca de nada comparado con lo que ha sido como jugador. Messi ha sido en el Barcelona lo que nadie ha podido ser, entre otras razones porque los directivos del Barcelona no les dejaron serlo. El huracán Messi ha sido tan fuerte que tumbó el complejo antimadridista de los suyos y, más importante aún, la capacidad de autodestrucción de las directivas del Barcelona, que se desembarazan de todo lo que le hace feliz al punto de llegar a desembarazarse de Cruyff y de Guardiola. Por sobrevivir, Messi hasta ha sobrevivido contra su propia voluntad a los años de Bartomeu.

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Leo Messi, desde hace un par de años, es un jugador nostálgico; uno de esos hombres que, en la treintena, saben que jamás volverán a ser mejores en algo de lo que ya fueron. Una de esas personas que, aún jóvenes, comprenden que de repente todo lo mejor es pasado. Messi será pronto aquello que Sorrentino dijo de Maradona, un hombre con un problema irresoluble con el tiempo porque ha vivido el suyo de la forma más inolvidable posible: “El futuro no existe para alguien que está condenado a vivir en la memoria de todos”.

Por eso marcharse es duro, despedirse de alguien a quienes te quieren es duro, no volver a jugar con tu camiseta de siempre es duro. Hay un tipo de aficionado muy peculiar que dice que el dinero no lo es todo en la vida y, al mismo tiempo, que Messi, con tantos millones, no tiene derecho a estar triste; es ese tipo de aficionado peculiar que cuando dice que el dinero no da la felicidad en realidad se refiere a lo contrario: que lo que no da es la tristeza.

Que el nivel de Messi, en fin, se haya sobrepuesto a la pérdida de velocidad es la última de sus obras maestras, similar a la ejecutada por Cristiano cuando reparó en que nada se le perdía ya en la banda; jugadores que antes de morir como dioses prefieren jugar como el mejor de los humanos. Lo aprovechará el PSG y será un gran Messi, pero el mejor Messi ya pasó en el Barcelona, y de esas despedidas, las mejores, no se da cuenta nadie. Porque son demasiado dolorosas para reparar en ellas. Porque tampoco Messi, al límite, permitió que nadie reparase en ello.


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