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Messi, el argentino

Todavía en Brasil, después del Maracanazo de Argentina en la Copa América, con ese 1-0 a Brasil en la final, tanto de Di María, un miembro del cuerpo técnico de la Albiceleste escribe vía WhatsApp. “Normalmente, cuando ganás un título, buscás a la persona que tienes más cerca o tu mejor amigo en el grupo para festejar. Hoy todos fueron a buscar al mismo. ¿Hace falta añadir algo más a lo que genera Leo en este grupo?”. Argentina se coronaba después de 28 años de sequía de títulos y se convertía en el segundo equipo en la historia en vencer en el templo brasileño en partido oficial. El primero fue Uruguay en la final del Mundial 50. Era también el primer título con la celeste y blanca absoluta para Lionel Messi. El 10 se arrodilló en el césped de Maracaná, triunfador por fin a los 34 años después de cuatro finales perdidas (tres de Copa América y una del Mundial). Todos sus compañeros, titulares y suplentes, corrieron a abrazar a su capitán. Le mantearon y cantaron: “¡Vení, Vení, cantá conmigo, que un amigo vas a encontrar, que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar!”.

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Brasil 2021 dejó algo más que a la selección argentina en lo más alto del podio de América por primera vez desde 1993. Dejó a un Messi total. Futbolista, como siempre; líder, como nunca. “Hoy es tu noche, Ángel. Es tu revancha por las finales que perdiste”, le dijo el 10, en soledad, a Di María, autor del gol del triunfo. Después se dirigió a todo el grupo: “Hoy ganamos”. Antes de que la selección argentina viajara a Brasil, el rosarino ya había roto públicamente el protocolo de la prudencia: “Es momento de dar un golpe”. Messi dejaba de ser Messi solo en el campo, ahora también lo era en el vestuario y ante la prensa. Orador poco elocuente, vacío de un gran carisma, Messi aprendió a construir un capitán a su medida. Ni caudillo como Pasarella ni magnético como Maradona, el rosarino convive con su timidez, ya lejos de sus viejos temores.

Fotogalería: La victoria de Argentina

“Salí, pibe. Este lugar no es para vos…”, escuchó Messi en su primera Copa América, en 2007. Tenía 20 años y quería formar parte de la reunión de los pesos pesados de la Albiceleste en el hotel Maruma, de Maracaibo. En la habitación estaban Roberto Abbondanzieri, Juan Sebastián Verón, Hernán Crespo, Roberto Ayala y Juan Román Riquelme. Este fue quien habló. Messi agachó la cabeza y se fue.

La presencia de Riquelme siempre fue incómoda para Messi. Finalizado el segundo ciclo de Alfio Basile al frente de la selección (2006-2008), el exjugador del Barça y del Villarreal no volvió más al Predio de Ezeiza. El rosarino no terminaba de estar cómodo, tampoco su séquito. Tiempo después la piedra en el zapato pasó a ser Carlos Tévez. “Estamos todos, no citen más”, cantaban en el autocar de la selección rumbo a los partidos cuando Tévez estaba fuera de la convocatoria. Messi, entonces, silencioso fuera del campo, se refugiaba en la personalidad de Mascherano, su amigo y compañero en el Barcelona.

En 2011, cuando Alejandro Sabella se hizo cargo de la selección, el técnico pactó con Javier Mascherano, entonces capitán, el traspaso de poder con Messi. “Este era el momento, estoy contento de recibir la cinta. La quería”, agradeció el rosarino. El liderazgo del 10, en cualquier caso, era simbólico.

Argentina cayó en tres finales consecutivas: el Mundial de Brasil 2014 contra Alemania y las Copas América de 2015 y 2016, ambas ante Chile en los penaltis. Y el liderazgo de Messi quedó señalado. “Le sacaría la cinta de capitán a Messi. Sería una forma de quitarle un peso de encima. El liderazgo sobre un grupo es diferente a cómo te desempeñas en la cancha y al talento específico de cada jugador. Yo soy un ferviente admirador de Messi. Me baso más que nada en la forma de ser de Messi, por su personalidad. Él es más tímido, más retraído”, pidió Pasarella, capitán de Argentina en 1978. Maradona, dueño del brazalete en México 86, se sumó al análisis: “Leo es buena persona, pero no tiene mucha personalidad como para ser líder. Es inútil querer hacer caudillo a un tipo que va 20 veces al baño antes de jugar un partido”, expuso el Pelusa, que fue el técnico de Messi en la selección en el Mundial de Sudáfrica.

En Argentina sucedía algo similar a lo que pasaba en el Barcelona. En el Predio de Ezeiza y en la Ciudad Deportiva Joan Gamper se repetía una frase: “Leo dice”. Y, como Messi no hablaba, entrenadores, compañeros, directivos y el personal de ambos equipos tenían que dar por buenas las palabras de sus supuestos interlocutores. “El problema es que Leo, a veces, no decía nada y esta gente ponía en boca de él cosas que pensaban ellos”, cuentan los que conocen al rosarino. De Xavi Hernández a Mascherano, el silencio del 10 era difícil de interpretar.

Pero todo estalló en la concentración del Mundial 2018. Messi y Mascherano le pidieron una reunión al técnico Jorge Sampaoli. “No nos llega lo que decís. Ya no confiamos en vos. Queremos tener opinión”, dijo el Jefecito. El 10, a su lado, no decía nada. Hasta que, para sorpresa de todos, soltó: “Me preguntaste 10 veces a qué jugadores querías que pusiera y a cuáles no. Nunca te di un nombre. Decime adelante de todos si alguna vez te nombré a alguien”. La travesía de Argentina en Rusia terminó en los octavos ante Francia.

Messi sumaba un nuevo varapalo, Argentina una gran revolución. Lionel Scaloni tomaba mando en el banquillo y el grupo del rosarino -”los amigos de Messi”, nombre que le otorgaban los detractores del 10, “la mesa chica”, con el que se lo conocía en Ezeiza por cómo se ubicaban en las comidas- se desintegraba. Mascherano, Biglia, Higuaín, Banega, Gago y Lavezzi no volverían más a la selección. Sí, en cambio, Di María y Agüero. “Ángel y el Kun son muy buenos chicos. Tienen otra personalidad. No condicionan ni intimidan a Leo”, explican en la federación argentina.

Y Messi cambió. Se rebeló en 2019 y se consolidó en 2021, más cercano en el vestuario, más comprometido en el campo. “Desde que yo estoy, Leo no faltó a un solo entrenamiento y hasta la entrada en calor la hace con la intensidad necesaria. Pero lo que más me sorprendió es su parte humana. Es espectacular, Leo disfruta de tomar un mate conmigo o quien sea. Ponemos un tema de cumbia y le gusta escucharlo. Disfruta de cosas sencillas. Nosotros nos jodemos, tiramos chistes. Y como capitán, es un fenómeno. Tuve muchos, pero Leo demuestra con el ejemplo”, cuenta Rodrigo De Paul.

El brazalete de capitán ya no es un símbolo incómodo para Messi. “Necesitaba sacarme la espina de poder conseguir algo con la selección, estuve cerquita muchísimos años, sabía que en algún momento se iba a dar. Estoy agradecido a Dios por darme este momento contra Brasil en la final y en su país. Creo que estaba guardando este momento para mí”, expuso el 10, ya con la medalla colgada. El destino celeste y blanco dejó der cruel con Messi en Argentina. Él no lo sabía, le bastaba solo con hablar.


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