El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, parafraseó al exmandatario Porfirio Díaz en la primera cumbre que mantuvo con el estadounidense Joe Biden, de forma virtual, el pasado marzo. A Díaz, que gobernó México durante 34 años entre finales del siglo XIX y principios del XX, se le atribuye la popular frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. López Obrador lo citó para luego apostillar: “Yo puedo decir que es maravilloso para México estar cerca de Dios y no tan lejos de Estados Unidos”. La visita de la vicepresidenta Kamala Harris a México el próximo martes, el primer contacto presencial entre ambos Gobiernos, abordará sobre todo el reto migratorio, pero también servirá para empezar a medir la distancia que hay entre Dios, México y Estados Unidos.
Después de cuatro años de mandato de Donald Trump, quien hizo de los ataques a México uno de los asuntos más recurrentes de su estrategia electoral, sería lógico esperar que la crónica sobre el cambio de inquilino en la Casa Blanca hablase del fin de un tiempo de confrontación y el inicio de un nuevo clima, más suave, en las relaciones entre dos países condenados a entenderse, que comparten 3.200 kilómetros de frontera y mueven más de 6.000 millones de dólares en intercambios comerciales. Pero si en la ecuación política se combinan perfiles como el de Trump, el de López Obrador y el de Joe Biden, el relato promete giros imprevistos.
El presidente mexicano acabó forjando un desconcertante marco de entendimiento y cordialidad con Trump, el líder que los vinculaba a la inmigración de “violadores” y repetía a diestro y siniestro que los mexicanos iban a “pagar el muro” que quería levantar en la frontera. Cuando lo visitó en la Casa Blanca, el pasado julio, se deshicieron en elogios: “En vez de agravios hemos recibido de usted comprensión y respeto”, dijo López Obrador. “Somos amigos contra todo pronóstico”, proclamó el estadounidense.
A Biden, sin embargo, le ha recibido con frialdad: tardó seis semanas en felicitarle por la victoria -la exembajadora en Washington llegó a calificarlo de “supuesto presidente electo”-, al mismo tiempo que lo hicieron Vladímir Putin y Jair Bolsonaro. Y lo hizo en una tibia carta en la que le recordaba el principio de “no intervención”. Desde entonces, le ha lanzado varias puyas, entre ellas, ofrecer asilo al fundador de Wikileaks, Julian Assange, encarcelado en Reino Unido mientras Washington pide su extradición. En un contexto de clima electoral (este domingo López Obrador se enfrenta a una suerte de plebiscito con elecciones locales y la renovación del Congreso), también ha criticado el informe anual que el Departamento de Estado elabora sobre los derechos humanos como una injerencia y las donaciones a las ONG críticas que tacha de “golpistas”.
Por mucho que lo dijera el 1 de marzo, no está nada claro que el México de López Obrador se encuentre cerca de los Estados Unidos de Joe Biden. Trump aplicó una política monotemática sobre México, dirigida a conseguir el control del flujo de inmigrantes irregulares procedentes de Centroamérica. López Obrador concedió, se desdijo de su programa, aplicó mano dura y ambos comieron perdices. La estrategia del demócrata abarca múltiples frentes: la inmigración es el reto más acuciante ahora, pero más adelante planea abrir el melón sobre las políticas de cambio climático y apertura de su sector energético, por ejemplo. Todo eso complica las cosas.
Arturo Sarukhan, embajador de México en Washington entre 2007 y 2013 que reside en la capital estadounidense, cree que la nueva Administración va a ser más proclive que la de Trump a inmiscuirse en asuntos de política interna y eso puede crear fricciones con López Obrador, quien, a su juicio, no comprende la excepcionalidad del vínculo de las dos naciones. “La relación es interméstica [es decir, que todos los asuntos de política doméstica se relacionan directamente con el vecino], solos dos países en el mundo tienen este tipo de relación con Estados Unidos, Israel y México, pero esto López Obrador no lo comprende porque tiene una visión de la política exterior de los años 70”, comenta por teléfono.
A esto se añade que AMLO, como se conoce coloquialmente al presidente mexicano, “tiene una memoria de elefante y considera que los demócratas debieron apoyarle cuando denunció fraude electoral en 2006 y en 2012”. “Trump y López Obrador son gemelos de distinta madre, pese a su distancia ideológica”, continúa, “se veían reflejados el uno en el otro, en espejos distorsionados, y lograron un quid pro quo tácito que nadie esperaba”. Si López Obrador no hubiera accedido a las demandas de Trump sobre inmigración, cuando en 2019 el estadounidense usó los aranceles como mecanismo de presión, esa extraña alianza no se hubiera dado.
Hillary Quam, asesora especial de la vicepresidenta Harris para México, avanzó esta semana en una llamada con periodistas que el encuentro de este lunes busca avanzar en los objetivos planteados el pasado mayo, relacionados con el desarrollo económico del llamado Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) y su efecto en la inmigración irregular. Biden ha dado un giro a la doctrina de mano dura de Trump. Este martes, por ejemplo, Estados Unidos terminó con la política de Trump de devolver a México a los solicitantes de asilo mientras resolvía sus casos.
Harris, a la que Biden ha encargado la misión de aliviar la presión migratoria en la frontera sur, como en su día hizo el presidente Barack Obama con él como vicepresidente, se reunirá con López Obrador para hablar del asunto más urgente, la inmigración, aunque también sobre cómo “profundizar la relación bilateral, incluyendo asuntos de inseguridad económica”, en palabras de Quam.
Hay un conflicto en ciernes en el sector energético. La reforma que impulsa el Gobierno mexicano va en detrimento de la inversión exterior, reduce la apuesta por la energía renovable y ha hecho saltar las chispas en el grupo de seguimiento del T-MEC (el tratado comercial entre los dos países y el tercer socio norteamericano, Canadá, que sucedió a Nafta y entró en vigor en julio de 2020). Duncan Wood, asesor principal del Instituto de México del Wilson Center, resalta que “ya hubo muchas críticas de empresas estadounidenses antes, pero el Gobierno de Trump no se posicionó con fuerza y eso ahora va a ser más importante”.
También se ha producido una fractura en la colaboración en materia de colaboración en seguridad e inteligencias. Para Wood, el punto de inflexión se dio a partir del ‘caso Cienfuegos’. La fiscalía mexicana decidió en enero exonerar al general Salvador Cienfuegos, exsecretario de Defensa, después de que fuera detenido en Los Ángeles en octubre, acusado de narcotráfico y lavado de dinero. Washington aceptó retirar los cargos para que fuera juzgado en México
Las fricciones, con todo, cree que tardarán en surgir. “Estamos en el proceso de construir la relación y yo creo que todo va a ser amigable, la conversación de esta semana será constructiva. Ahora la prioridad es la inmigración y no creo que sea hasta después del verano cuando comience una conversación más holística”, afirma el experto. También pesa la decisión de Estados Unidos de empezar a compartir sus existencias de vacunas con América Latina. Wood califica el vínculo entre Trump de López Obrador como “un matrimonio de conveniencia”. Con Biden aún se debe establecer el tipo de enlace.
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