El 19 de mayo de 1992 una adolescente de 17 años llamada Amy Fisher apareció en la puerta de Mary Jo Buttafuoco, de 37 años, en la acomodada comunidad de Massapequa (Long Island, Nueva York) para decirle que su marido le estaba siendo infiel. Tras 15 minutos de conversación, Mary Jo le pidió que abandonase su propiedad y y se dispuso a entrar de nuevo en su casa. Amy sacó una pistola, le golpeó con ella y, una vez Mary Jo estaba en el suelo, le disparó en el cráneo y abandonó la casa.
Esa misma tarde, Amy (de 16 años) y Joey (de 35) tuvieron su primer encuentro sexual. Él le dijo: “Tranquila, tengo hecha la vasectomía”. Ella no sabía lo que era una vasectomía
Amy Fisher, única hija de Elliott y Roseann Fisher –un matrimonio de clase media-alta que poseía un negocio de telas y máquinas de coser–, tenía una aventura con Joey Buttafuoco, de 35 años, casado con Mary Jo y padre de dos hijos. Todo empezó un año antes, cuando Amy dañó el Dodge Daytona que sus padres le habían regalado por su 16 cumpleaños y lo llevó al taller que regentaba Buttafuoco.
Amy conocía el taller y también a Joey Buttafuoco porque era el lugar al que su padre solía llevar el Cadillac familiar a reparar. Según Fisher contó en el programa de Oprah Winfrey, tras su visita al taller Joey se ofreció a llevarla a casa. “Yo, que soy educada, le invité a entrar para ofrecerle algo de beber. Antes de que me diese cuenta me había arrojado en la cama. Me dijo cosas bonitas que nadie me había dicho antes… No era un extraño, era un tipo simpático. Decía: ‘Te quiero, llevo meses pensando en ti”.
Según Fisher contó en su biografía Amy Fisher, My Story esa misma tarde tuvieron su primer encuentro sexual. Él le dijo: “Tranquila, tengo hecha la vasectomía”. Ella ni siquiera sabía qué era eso. Según Amy, su mente adolescente asumió que tras hacer el amor, Buttafuoco pasaba a ser su novio.
Se vieron una media de dos veces por semana durante el primer año. Joey, según relató Amy, solía hablarle sobre la infelicidad que sentía en su matrimonio. Amy empezó a bajar en sus notas y a perder interés en su familia y amigos. Joey era su única obsesión. Según Amy, el plan para matar a su esposa empezó a fraguarse poco antes de su graduación. “Iba a terminar el instituto y no sabía qué hacer con mi vida. Joey me dijo que si yo hacía esto [disparar a Mary Jo] él se encargaría de mí”, declaró la joven.
Según el abogado que defendió a Amy Fisher tras ser acusada de intento de asesinato, Eric Naiburg –quien antes de convertirse en letrado intentó ser estrella de cine y vendió camas vibradoras–, durante la relación Joey instó a Amy a prostituirse. Amy confirmaría este dato en su libro. Consiguió el arma con la que disparó a Mary Jo, por ejemplo, tras mantener relaciones con un mafioso local.
La relación duró 18 meses y terminó cuando Amy disparó a Mary Jo. Después de que Amy huyera, los vecinos auxiliaron a la mujer. Tras varias horas de operaciones, su condición se estabilizó. La esposa de Joey acabaría sobreviviendo aunque la mitad de su rostro se paralizó, caminó durante meses con un bastón y aún sufre sordera en un oído. La bala sigue dentro de su cuello, a escasos milímetros de su espina dorsal, y ahí seguirá mientras viva. Los médicos concluyeron que la operación para sacarla era muy arriesgada.
El 20 de mayo de 1992, un día después del disparo, Mary Jo recobró la conciencia y dio detalles a la policía. Joey fue quien facilitó a las autoridades el nombre de Amy Fisher, a la que su esposa identificó enseguida. El 21 de mayo la policía detuvo a Amy por intento de asesinato. El 23 de mayo una portada del New York Daily News rebautizaba a la joven con un titular gigante: “La Lolita de Long Island”. Amy saltaba a la fama para siempre.
El 28 de julio de 1992 se anunció que la fianza para que saliese en libertad en espera de juicio era de dos millones de dólares, la más alta de la historia judicial de Nueva York. Para aquel entonces, la casa donde vivían los padres de Amy en Merrick (Long Island) ya era una ratonera de curiosos y periodistas.
Amy y su abogado tuvieron claro cuál era la única manera de conseguir ese dinero: vender los derechos de su historia a la televisión. Según contó Rolling Stone, los ejecutivos de varias cadenas aguardaban a las afueras del juzgado de Nassau (Nueva York) para ofrecer a los abogados la cifra más alta en lo que fue una subasta improvisada en plena calle. “Mike Tyson o un Kennedy tienen grandes cantidades de dinero para superar esta situación”, dijo su abogado Eric Naiburg. “Pero Amy Fisher es una estudiante. Su único valor económico es su historia”. Finalmente, fue la NBC la que se llevó el gato al agua.
Mary Jo Buttafuoco efectuó esa misma operación. Ella no tenía una fianza que pagar, pero sí costosas facturas médicas de la operación que le salvó la vida. Vendió los derechos de su parte de la historia a la rival de la NBC, la CBS. Apenas un mes después del disparo, Amy, Joey y Mary Jo tenían ya representantes artísticos. La representante de Joey era Sherri Spillane, que también añadiría a su cartera a John Wayne Bobbit, Tonya Harding o al mejor amigo de O.J. Simpson, todos ellos famosos relacionados con actividades criminales.
En septiembre de 1992 Amy se declaró culpable para evitar un largo y mediático juicio. Durante el tiempo que pasó desde que fue detenida hasta que se declaró culpable –cuatro meses–, el caso estaba en la prensa escrita y en la televisión día tras día.
El interés mediático que suscitó dejó en un segundo plano la campaña presidencial que se disputaban George Bush y Bill Clinton. Abría los monólogos de los programas de entretenimiento nocturno. Había cómics sobre el caso. Era parodiado en Saturday Night Live. Lo que más asombró al público fue que la esposa de Joey, Mary Jo, no abandonó a su marido. Lo defendió vehementemente en televisión. Mary Jo solo señalaba a una culpable: Amy. Joey era un pelele en esta pugna entre mujeres –la madre de familia víctima de adulterio y la hipersexual y tenaz Lolita/Amy– por un hombre ante millones de espectadores.
El 1 de diciembre de 1992 Amy fue condenada a cumplir un mínimo de cinco años y un máximo de 15. El juez desoyó a la defensa de Amy, que la presentó como una víctima de las manipulaciones de Joey Buttafuoco. Mary Jo, la mujer que salía triunfante de este duelo aún con su cicatriz cerca de la oreja, dijo de Amy: “Es una persona patética y hoy se ha llevado lo que se merecía”.
En diciembre de 1992 terminó aquel proceso real y en 1993 llegó la ficción. La figura de Amy se elevaba a la estratosfera de la cultura pop. De la venta de los derechos de esta historia no salió una película. Tampoco dos. Salieron tres.
La cadena NBC, la que había comprado la historia de Amy Fisher, emitió Amy Fisher: My Story, en la que la joven era dibujada como una víctima. La cadena CBS, que había comprado los derechos de la historia a Mary Jo Buttafuoco, emitió Casualties of love: the ‘Long Island Lolita’ story, en la que Amy aparecía como una desquiciada y los Buttafuoco como un dechado de virtud. Paradójicamente esta versión, la más machista de las tres, estuvo protagonizada por Alyssa Milano, la actriz que 24 años después iniciaría la mecha del movimiento feminista #MeToo.
La ABC adaptó una historia a media distancia en la que ambas partes eran víctimas y verdugos. Tenía a la estrella más famosa para dar vida a Amy: Drew Barrymore, que se llevó las mejores críticas de su carrera hasta entonces.
Era la primera vez en que las tres principales cadenas de televisión adaptaban el mismo suceso y, además, emitían las tres películas en la misma semana (dos de ellas, el mismo día y a la misma hora). Pese a que la de Barrymore fue la más exitosa, las tres dieron datos fantásticos de audiencia. 134 millones de estadounidenses las vieron.
El seis de enero de 1993, esa misma semana, la mujer más famosa del mundo emitió su propio juicio. Madonna actuaba en el programa Saturday Night Live cantando –qué coincidencia– Bad girl. Al final de su actuación homenajeó a ese controvertido momento del mismo programa, meses atrás, en que Sinead O’Connor rompió una foto del papa Juan Pablo II al grito de “¡Luchad contra el verdadero enemigo!”. Madonna repitió la acción y el grito, pero la foto que rompió ante la cámara fue la de Joey Buttafuoco.
La influencia del caso Amy Fisher llegó a los Oscar en 1999. El guionista de American Beauty, Alan Ball, contó que se había inspirado en la ambigüedad moral del triángulo Fisher/Buttafuoco para crear a los personajes, especialmente a la adolescente llena de secretos que interpretaba Mena Suvari y era el objeto de deseo del protagonista.
Pese a que Joey acabó admitiendo que había engañado a su esposa con Amy –y cumplió cuatro meses en prisión en 1993 por abuso de menores–, Mary Jo Bottafuoco no se separó de él. El matrimonio se mudó a Los Ángeles. Allí, fueron dos de los invitados estrella de los Oscar en 1995. Él se convirtió en presentador de un programa de radio. Permanecieron juntos hasta 1999 y se divorciaron en 2003.
Amy Fisher salió de prisión el 11 de mayo de 1999, algo menos de siete años después de ingresar. Tenía 25 años. En 2003, con 29, se casó con Louis Bellera, un expolicía neoyorquino reconvertido en fotógrafo de bodas al que conoció a través de Internet. Louis era 24 años mayor que Amy y tenía cierto parecido con Joey Buttafuoco. Tuvieron tres hijos.
En el año 2007 la nueva cultura de la celebridad del siglo XXI se metió de lleno en esta historia. 15 años después del intento de asesinato, de la prostitución de menores y de la sentencia por violación, Amy y Joey cenaron juntos en Long Island, donde todo comenzó, y anunciaron a la prensa que volvían a ser una pareja. Ella tenía 32, él 53. Nadie se lo creyó, especialmente porque en aquella cena íntima no faltaron las cámaras, que grabaron toda la velada –con ostras, mouse de chocolate y crême brûlée– y confirmaron que un reality show estaba en camino. Por algún motivo, aquel programa no llegó a tomar forma.
Pero sí sucedió algo que puso a Amy un poco más cerca de Paris Hilton y Kim Kardashian, estrellas de reality shows de la misma década. En octubre de 2007 el marido de Amy (que amenazó con el divorcio cuando ella dijo ante la prensa que había vuelto con Joey, pero volvió a su lado) vendió una cinta pornográfica de la pareja a la distribuidora Red Light. Como en el caso de Kim Kardashian, su intención inicial de denunciar a la productora –en este caso, por sus derechos de imagen– se convirtió después en un acuerdo económico. Amy aceptó incluso promocionar la cinta.
Entre 2009 y 2011, satisfecha con los resultados económicos de aquella aventura, Amy se convirtió en actriz pornográfica y stripper. Amy y su marido producían sus películas a través de una sociedad conjunta. ¿Sus títulos? Totalmente desnuda y expuesta o En lo más profundo de Amy Fisher. Amy admitió en entrevistas que lo hacía por dinero y que no había contado a sus hijos (que tenían 2, 5 y 9 años) cómo se ganaba la vida.
Tras dejar el porno, Amy se mudó a Florida. En 2017 regresó a Long Island, donde empezó todo, harta del acoso de sus vecinos en Miami y de que sus hijos fuesen señalados por ser los retoños de la “Lolita de Long Island”. Terminó divorciándose de Louis Bellera y le culpó de haberle forzado a hacer pornografía (él lo niega). “Joey y Louis eran el mismo tipo de personas”, confesó al New York Post con el tono sereno e inquietante de aquellos que están seguros de no tener responsabilidad alguna de los errores de su vida.
Y remachó: “Dicen que siempre eliges al mismo tipo de persona. Y yo siempre elijo a cabrones”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.