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Mi hijo es mi hija: “En sus ojos pude entender que sus rabietas no eran un capricho, sino algo más profundo”


Cuando Ainhoa, de ocho años, tenía apenas dos dio a sus padres un mensaje alto y claro: soy una niña. No le interesaba jugar con coches o los balones que le habían comprado sus padres. A la hora de vestir, mostraba malestar, y cuando estaban en un restaurante, siempre pedía entrar al baño de las mujeres. “En sus ojos pude entender que sus rabietas no eran un capricho, sino algo mucho más profundo. Mi hija nació con pene”, explica su padre, Iban Mayo. En España, se estima que hay más de 10.000 personas cuya identidad de género no coincide con el sexo que se les asignó al nacer, y en torno a 700 son menores transexuales, según el Colegio Oficial de Psicología de Castilla y León.

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“El tránsito lo vivimos en casa. Nos costó dos años reconocerla. Fue un proceso muy duro, lleno de aprendizajes y amor incondicional. Todo lo hicimos dentro del hogar y después, poco a poco, lo fuimos comentando, pero nadie lo entendía. Nos sentíamos muy solos”, recuerda Mayo. Un tiempo después, se enteraron de que existía una asociación llamada Naizen, en el País Vasco, y decidieron asistir a una charla. Escuchar a otras familias contar sus testimonios y ver que no eran los únicos que estaban pasando por esta situación los ayudó a desmontar muchos prejuicios. “Las personas transexuales no han venido al mundo a pedir permiso, han venido a ser, a vivir según quien realmente son, y no podrían vivir bien de ninguna otra manera”, denuncia Mayo.

Bea Sever es responsable de la atención a familias en la Asociación Naizen, que atiende a más de 200 personas. Esta surge con el objetivo de visibilizar la realidad que viven estas familias, para que sufran menos y para apoyar quienes están acompañando el tránsito de sus hijos. Desde Naizen explican que una niña o un niño en situación de transexualidad necesita que se le acepte y se le quiera tal como es, sobre todo en el hogar. Esto conlleva asumir que la suposición sobre su sexo fue errónea. Se impone, por tanto, corregir el error, aceptando que su sexo no es otro que el que expresa que es.

“Los menores necesitan que se respeten sus juegos, sus gustos, sus maneras de comportarse y expresarse, que les veamos como el chico o la chica que es, es decir, que les veamos; que aceptemos verbalmente su identidad y usemos el género gramatical correspondiente a su sexo; que respetemos la posible decisión de cambiar su nombre”, explica Saver. En muchos contextos, es muy probable que al inicio todo esto solo pueda ocurrir en el ámbito estrictamente familiar; incluso con cierto secreto o reserva.

Desde la Asociación, aconsejan a los padres ir siempre un paso por detrás de sus hijos. La reflexión sobre qué pasos dar y cuándo darlos tendrá que basarse en las necesidades expresadas por cada niño o niña. “Porque así como hay quienes necesitan ser reconocidos por todo el mundo ya, también hay quienes prefieren ir poco a poco”, afirma Sever.

La transexualidad puede ser definida como la situación que se produce cuando una persona presenta una diferenciación sexual, una anatomía sexual con la cual no se encuentra conforme. De este modo, su identidad sexual y su anatomía sexual no se corresponden, produciendo una necesaria búsqueda de ajuste entre ambas, explica la FELGTB en su informe Análisis de la realidad social y factores psicosociales asociados.

“Patricia López fue la primera mujer transexual de Pontevedra a la que la justicia concedió un cambio de nombre”, cuenta orgullosa su madre, Soledad Fernández, que al ver lo difícil que había sido el proceso decidió involucrarse cada vez más para ayudar a otras familias que estaban pasando por la misma situación.

Fernández es vicepresidenta de la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, y explica que lo se busca es generar herramientas en cada familia para modificar el entorno.

Desde Chrysallis ofrecen asesoramiento en el ámbito familiar, escolar, sanitario, social y legal para cualquier persona. “La primera vez que vine a Chrysallis y hablé con otra madre que había vivido lo mismo que yo, me sentí comprendida por primera vez”, recuerda.

Fernández recuerda como con cuatro años, nada más llegar del colegio, Patricia quería vestirse de princesa. Se hacía pelucas improvisadas, cogía sus vestidos y se maquillaba. Con el paso del tiempo, Patricia escogió no esconderse más y actuar fuera como actuaba sola en casa. Sus padres siempre la apoyaron en todo y fueron a hablar con sus profesores. Ahora, con 20 años, vive feliz y es consciente de los retos que le faltan por conquistar al colectivo trans como la ley trans por la que están luchando en el Congreso de los Diputados.

Una lucha que ayudará a las que vienen. Como es el caso de Odei, de 7 años. Sus padres cuentan que siempre han intentado educarlo alejado de los estereotipos de la sociedad. Nunca han condicionado sus juguetes o su manera de vestir. Cuando dijo que le gustaban los vestidos, nadie le dijo nada. “Le pusimos un nombre neutro y esto ha hecho que se sienta identificado con él”, explica su padre, Ander D.

Hace dos años, les dijo a sus padres que él era un niño y que quería tener pene para poder orinar de pie. Entonces, sus padres buscaron ayuda con varios expertos hasta que llegaron a la Asociación Naizen, en donde los asesoran. “El conocimiento y estar en contacto con personas transexuales han hecho que no tengamos barreras a la hora de aceptar a nuestro hijo”, dice Ander D.

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