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Michelle Obama, ahora también consejera matrimonial


Una casa, sin más, no es un hogar. Y si la casa en cuestión tiene 5.000 metros cuadrados, seis plantas, 412 puertas, siete ascensores, más de 200 años y hasta un comité que se encarga de cuidarla y protegerla, resulta aún más difícil convertirla en un lugar mínimamente habitable sin que dé miedo hasta cambiar una bombilla fundida. Por ello no es de extrañar que, cuando los Obama llegaron desde Chicago a la Casa Blanca en enero de 2009, se vieran abrumados por un lugar que, de primeras, no resultaba precisamente acogedor.

Lejos de dejarse vencer por la inercia de los años o de agobiarse por las obras de arte, el matrimonio decidió ponerse manos a la obra. Fue Michelle Obama la encargada de darle un lavado de cara al lugar y de convertirlo en un hogar, el de la primera familia presidencial negra habitando en él. Para ello, la primera dama decidió aliarse con quien se ha convertido en uno de sus más íntimos amigos: el interiorista Michael S. Smith, marido a su vez del embajador de EE UU en España, James Costos. Ahora, Smith se ha decidido a contar los secretos acerca de cómo insufló vida al viejo edificio para dos jóvenes trabajadores y sus hijas de entonces siete y diez años, así como para la madre de la primera dama, Marian Robinson, que se mudó con ellos. Y es Michelle Obama —de ahora 56 años— quien prologa el volumen, dando pistas y detalles de cómo fue vivir en uno de los edificios más famosos, escrutados y retratados del mundo.

El 1 de septiembre ha salido a la venta, publicado por la editorial Rizzoli, “Designing History: The extraordinary art&style of the Obama White House” (Diseñando la historia: el arte y el estilo extraordinarios de la Casa Blanca de los Obama), con 176 páginas de fotografías y de la historia de la familia presidencial. En el prólogo del mismo, que ha adelantado People, la ex primera dama relata cómo se entendió rápidamente con Smith para saber qué querían hacer.

“De inmediato comprendió que éramos una familia joven con niñas que preferían Crate & Barrel [una conocida cadena de muebles estadounidense, de precio medio] que los aparadores, y con una abuela a la que se le ponen los pelos de punta con cualquier mínima pompa”, describe. “Pero además éramos los Obama: los primeros residentes negros de la Casa Blanca”. Como ella misma dice, “la presión sobre cualquier familia presidencial es enorme; la presión sobre la primera familia negra sería aún mayor. Michael nunca perdió eso de vista”. Además, como explica, el interiorista “se aseguró de que nuestros valores y visión de EE UU, basados en la inclusión y el amor para todos sus habitantes, se reflejaran en cada detalle de esa importante casa”.

La cuestión de crear un hogar era importante. “Un hogar es un lugar concreto, con gente concreta y recuerdos concretos. Pero más allá de eso, era una sensación en concreto. Era confort, calidez, seguridad, la riqueza envolvente de la historia de nuestra familia”, rememora Michelle Obama sobre su llegada al lugar. Por ello es normal que, en quien primero pensara al aterrizar, fuera en sus hijas, Sasha y Malia. “Mi marido y yo habíamos hecho todo lo que habíamos podido para lograr [esa sensación] en nuestra casa de Chicago, pero cuando el torbellino de la campaña presidencial acabó y mandamos a nuestra familia a la Casa Blanca, mi mayor preocupación era la más básica: ¿podrían nuestras hijas ser capaces de tener una niñez que se aproxime algo a lo normal?”.

Los Obama comprendieron rápidamente que su nuevo hogar era “una oficina”, “un museo”, pero también “un sitio donde familias de verdad con vidas de verdad pasan cuatro u ocho años de sus vidas juntos, dentro y fuera del foco público”. Por eso, “más allá de su papel vital en nuestra democracia, yo necesitaba espacio para cuestiones prácticas: un sitio donde nuestras niñas pudieran revolcarse por el suelo con sus Polly Pockets y sus animalitos, donde pudieran invitar a amigos a que vinieran a comer palomitas y a ver una peli, donde pudieran jugar con un balón o ir fuera a jugar con la nieve”.

Cuenta Michelle Obama que el interiorista les ayudó “a encontrar la calidez necesaria para la familia” que tanto ansiaban. “Nuestras hijas tuvieron habitaciones que llamar propias, donde podían quitar una gran obra de arte para colgar un póster o una foto de sus amigos”, relata. “Había sillones cómodos donde acurrucarse con nuestros perros, Bo y Sunny, después de un día largo. Yo tenía mi propio espacio donde podía esconderme vestida con un chándal y poner programas malos en la tele”.

Para todo ello Michael Smith se convirtió en una pieza fundamental con sus conocimientos y capacidades. Por ejemplo, era fundamental la iluminación. Como se cuenta en el libro, la Casa Blanca está llena de candelabros, “que no siempre son la opción más práctica para aportar luz cálida a un espacio familiar o para iluminar las obras de arte de los pasillos”. Por ello Smith optó por luces traseras, más suaves y cálidas. “Es la magia de Michael, dar luz al pasado para traer vida al presente”, relata Obama. Gracias a él, relata, “la residencia se convirtió en un verdadero refugio donde nuestra familia podía ser simplemente una familia y nuestras niñas convertirse en mujercitas con voces propias”.

La familia Obama vivió en la Casa Blanca entre enero de 2009 y enero de 2017, cuando les sustituyeron Donald Trump, su esposa Melania y su hijo Barron, de entonces 10 años. Tras sus ocho años en el poder, los Obama no volvieron a Chicago, sino que permanecieron en Washington. Allí se compraron una casa, que antes alquilaban, por más de ocho millones de euros. También el verano pasado se interesaron por otra en Martha’s Vineyard, en la costa de Massachussets, por 13,5 millones. La Casa Blanca se convirtió en su hogar y gracias a la riqueza que acumularon en ella han logrado tener algunos más.


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