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Miedo en las calles y ritmo frenético en los hospitales de Kabul

Un talibán hacía guardia este viernes en el lugar donde un terrorista suicida se inmoló el jueves junto a una puerta del aeropuerto de Kabul.
Un talibán hacía guardia este viernes en el lugar donde un terrorista suicida se inmoló el jueves junto a una puerta del aeropuerto de Kabul.WAKIL KOHSAR / AFP

Kabul amanecía este viernes desierta y vacía. Al día siguiente del atentado que acabó con la vida de más de 183 personas (de ellos, 13 militares estadounidenses) y dejó más de 200 heridos, la capital afgana parecía amedrentada y encerrada en casa. Es cierto que era viernes y festivo. Pero el viernes anterior se veían muchas más personas por la calle y más comercios abiertos.

En la puerta Abbey del aeropuerto internacional Hamid Karzai, donde se produjo el atentado, el acceso era ayer prácticamente imposible. Los talibanes tenían bloqueadas con vehículos militares de artillería todas las calles que dan a esta parte del aeródromo. Eso no quiere decir que la gente no quisiera seguir intentando salir del país, apurando hasta el último momento las oportunidades, ya que los plazos se van acabando (España, por ejemplo, dio ayer por finalizada su operación de evacuación, así como otras potencias europeas). Cerca del control de los talibanes se encontraba un joven que la tarde anterior había estado en el lugar del atentado (sin resultar herido) y que este viernes trató de acceder de nuevo.

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En la puerta Norte del aeropuerto, controlada exclusivamente por los soldados estadounidenses, el ambiente era distinto: no había tantas personas agolpadas como los días anteriores pero sí muchísima gente, cientos, tal vez miles, desafiando otra vez la posibilidad de un atentado. Llegar hasta allí resultaba más fácil porque no había que salvar controles de los talibanes. Y hasta aquí llegaban gentes en taxis, en autobuses o simplemente caminando, con las maletas y las mochilas a cuestas.

Esa mayor calma contrastaba con la actividad frenética que se vivía en los hospitales, que desde la noche del jueves empezaron a recibir una cantidad inmanejable de víctimas y vieron desbordada su capacidad. Muchos sanitarios, que habían terminado su turno, acudieron a reforzar el personal en los distintos centros, incluido el Hospital de Emergencia de Kabul que dirige una ONG italiana. Algunos de esos sanitarios se encontraron con familiares entre los heridos que llegaban a oleadas desde los alrededores del aeropuerto. A la avalancha inicial de heridos y cuerpos sin vida que llegaban al hospital se sumó a lo largo de la noche la de cientos de afganos que buscaban información sobre sus familiares. Solo al amanecer las instalaciones recuperaron cierta calma.

Mientras, las calles de la ciudad seguían vacías, salvando estos puntos del aeropuerto. Por no haber, no se encontraban, en el centro de la ciudad, ni los tradicionales controles callejeros de los talibanes, que también parecían haber desertado. En un parque céntrico, que por lo general, un viernes, acoge a cientos de personas que se reúnen allí a tomar el té, no se contaban más de 50. Otro signo de lo conmocionada que se encuentra la capital afgana, dividida entre el miedo a los talibanes y el miedo a otros atentados. Eso sí: antes de la llegada de los talibanes, la entrada a este parque costaba 100 afganis (casi un euro). Ese dinero lo cobraba la policía. A partir de ahora el parque es gratuito.

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