Hace 2.500 años, el médico griego Hipócrates ya describió pacientes que comenzaban viendo chiribitas en la nada, seguían con fuertes dolores en la mitad del cráneo y, en ocasiones, acababan vomitando. Hacia el siglo II, el romano Galeno distinguió los dolores de cabeza comunes de las migrañas (hemicráneas, las llamó) y sabios del mundo islámico como Avicena también se preocuparon por este sufrimiento tan común siglos después. Las soluciones en aquellos tiempos, que incluían trepanaciones o el uso de sanguijuelas, tendrían la eficacia habitual de la medicina de la época, pero la llegada de la ciencia moderna tampoco dio una solución rápida a los dolientes. Hace muy poco, en 1986, en el Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, JMS Pearce reconocía que aún era “extremadamente difícil investigar la migraña”.
Esta historia reciente y el hecho de que la migraña sea con frecuencia una herencia familiar, hace que muchas personas crean que sus herramientas contra la enfermedad son las mismas que las de generaciones anteriores: resignación y automedicación. Sin embargo, los especialistas destacan los numerosos avances de los últimos años y aseguran que un buen diagnóstico es clave para reducir el sufrimiento de millones de personas que aún pasan las migrañas sin ayuda médica. Aunque con una gravedad variable, los migrañosos son más del 10% de los humanos.
Una parte importante del cambio comenzó hace cuatro décadas con el trabajo de cuatro investigadores que el año pasado recibieron el prestigioso The Brain Prize, dotado con 1,3 millones de euros. El estadounidense Michael Moskowitz propuso que el ataque de migraña comenzaba con una activación de las fibras del trigémino, que transmiten sensaciones del rostro al cerebro. Esa activación libera señales químicas que dilatan los vasos sanguíneos de las meninges (una fina membrana que rodea el cerebro) y la consiguiente inflamación provoca el dolor de cabeza.
Otros dos de los premiados, el australiano Peter Goadsby y el sueco Lars Edvinsson, mostraron que una molécula conocida como CGRP (péptido relacionado con el gen de la calcitonina) era liberada por el trigémino durante los ataques y que esta molécula tenía una gran capacidad para dilatar las meninges. En su trabajo a principios de los noventa observaron que el sumatriptán, un fármaco descubierto en 1988 y que hoy está entre los más utilizados para calmar los ataques de migraña, limitaba la liberación de CGRP. Junto al trabajo de Edvinson y Goadsby y otros investigadores, el Brain Prize destacó la labor del danés Jes Olesen, que mostró que inyectar CGRP a pacientes con migraña desencadenaba un ataque y que los fármacos que bloqueaban la molécula podían evitarlo.
Con todo este conocimiento acumulado, se crearon los primeros fármacos para bloquear la CGRP, conocidos como gepants, y se abrió la puerta al uso de otros tratamientos con gran potencial para prevenir las migrañas. En tiempos recientes, los anticuerpos monoclonales, un tipo de medicamentos biológicos capaces de encajarse como piezas de un rompecabezas en distintos tipos de moléculas, que se han empleado para bloquear el desarrollo de tumores o de la covid, también han mostrado su utilidad para bloquear la CGRP y evitar las migrañas. Estos tratamientos se aprobaron en España por primera vez en 2019.
Patricia Pozo-Rosich, responsable de la Unidad de Cefalea y Dolor Craneofacial del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, participó en los ensayos clínicos de uno de estos fármacos en España y considera que, desde su aprobación, los resultados de aplicarlos a enfermos en su práctica habitual “han sido tan buenos o mejores que los de los ensayos clínicos”. No obstante, como sucede con muchos fármacos innovadores como los anticuerpos monoclonales, el precio es caro y se utiliza en pacientes que no han respondido bien a tratamientos convencionales. “Deberíamos poder ofrecerlo a todos, y no esperar a haber fallado tres tratamientos previos como ahora”, afirma Pozo-Rosich. “Damos algunos fármacos muy tarde y la migraña se cronifica, cuando podríamos haber dado algo bueno desde el principio, antes de que la gente esté muy mal”, añade. Estos medicamentos funcionan hasta en un 80% de las personas con migrañas, aunque los niveles de efectividad varían entre mejoras parciales y una cura casi total.
El presidente de la Sociedad Española de Neurología y jefe de Servicio de Neurología del Hospital Clínico Universitario de Valencia, José Miguel Laínez, coincide en que este tipo de fármacos “han ayudado a rescatar a un porcentaje de pacientes que antes eran resistentes a otros tratamientos”. “Los pacientes con migraña crónica, que tenían dolor casi todos los días, han pasado a tener muy pocos días. Para esa gente, dejar de estar en la cama tantos días es espectacular, y esto es un paso más hacia el control completo de la migraña”, concluye.
Pablo Irimia, neurólogo de la Clínica Universitaria de Navarra en Pamplona, coincide en la utilidad de los medicamentos y en la importancia de que los pacientes que cumplen los requisitos de acceso que pone la seguridad social los reciban cuanto antes. “Muchos que deberían recibirlo no están accediendo al fármaco y otros no lo reciben con la rapidez deseable”, apunta.
Además, Irimia, como los otros expertos consultados, enfatiza la importancia de la investigación básica para tener un conocimiento sobre cómo funciona la biología de las migrañas para poder combatirlas. Fruto de esta investigación, por ejemplo, van a llegar al mercado alternativas a los triptanes, eficaces para detener la migraña cuando se produce, pero que tenían limitaciones para personas con problemas cardiovasculares. Sin embargo, la financiación de la investigación para esta dolencia es muy reducida. Datos de EE UU muestran que mientras enfermedades como el asma o la diabetes reciben una inversión anual de unos 150 dólares al año, la cifra para migraña no llega a los 50 céntimos.
Irimia recuerda que “no hay líneas concretas para financiar proyectos de migraña”. “Las enfermedades neurológicas son muy complejas y la migraña compite con el alzhéimer o el párkinson, que tienen un peso muy importante por el envejecimiento poblacional, cuentan con una gran sensibilización de la gente y se llevan mucha financiación”, señala. En esta línea, Laínez incide en que “la migraña está entre el primero y el segundo lugar por días de discapacidad provocados, pero como no produce mortalidad no recibe la atención que merece”. “Esta enfermedad es lo bastante relevante como para que haya un plan nacional dedicado a ella”, demanda.
La migraña, que afecta a tres mujeres por cada hombre, fue menospreciada con frecuencia como una enfermedad de mujeres histéricas o un dolor de origen psicológico relacionado con el estrés. Sin embargo, los estudios científicos de las últimas décadas han demostrado que, pese a que el estrés desempeñe un papel en el desencadenamiento de los ataques, la migraña tiene su origen en procesos biológicos que se pueden identificar y manipular. Ahora, los expertos destacan la importancia de que muchas personas que sufren estas cefaleas en soledad o con automedicación reciban un diagnóstico adecuado y a tiempo para ser tratados según lo necesiten.
Irimia apunta por último a un problema de visibilidad. “En otras enfermedades hay gente famosa que sale y cuenta su caso, pero con la migraña no sucede”, afirma. “No es razonable que alguien oculte este problema por miedo a que no lo contraten y ya hay algunas estrategias para mejorar la visibilidad de la migraña en el entorno laboral, para dar formación a las personas para que conozcan bien su dolor de cabeza y que aquellas personas que tienen una incapacidad se puedan beneficiar de los tratamientos disponibles. Eso beneficia también a las empresas”, resume el neurólogo.
Pozo-Rosich insiste en que aunque la migraña no mate causa mucho dolor en los años más productivos de muchas personas. “Tenemos que darnos cuenta de la importancia que tiene tratar estos problemas para que la gente no solo viva sino que viva más feliz y sea más capaz y productiva. Hay que invertir en sobrevivir, pero también en vivir mejor”, remacha.
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