Migrantes rumbo a EU saturan ciudad colombiana tras levantarse cierre de frontera por Covid

Migrantes rumbo a EU saturan ciudad colombiana tras levantarse cierre de frontera por Covid

Tras viajar durante más de un año en barco, autobús y automóvil desde África con la esperanza de llegar a Estados Unidos, Simón Gyamfi quedó atrapado en un remoto centro turístico de la costa Caribe de Colombia con otros miles de migrantes.

Este carpintero cristiano de 42 años huyó de su casa en Ghana por una disputa con la familia musulmana de su difunta esposa, según dijo, y emprendió un viaje oceánico de un mes hasta Brasil. El cierre de las fronteras por la pandemia de coronavirus lo dejó varado allí durante meses.

Tras la reapertura de las fronteras, viajó por carretera a la ciudad de Necoclí, en el noroeste de Colombia, una puerta de entrada para los migrantes que se dirigen al norte a través de Centroamérica.

Todos los años, miles de migrantes pasan por esta pequeña ciudad en busca de un barco que cruce el Golfo de Urabá hacia las selvas del Tapón del Darién, en el istmo de Panamá.

Allí, los contrabandistas de personas guían a los grupos a través de la región salvaje y sin carreteras, una de las barreras más traicioneras en la ruta clandestina hacia Estados Unidos.

Ahora que se levantaron los cierres de las fronteras, el número de migrantes que llegan a Necoclí se está disparando.

Foto: Reuters

En un año normal, se calcula que pasan por Necoclí unos 30,000 migrantes. Pero a comienzos de agosto de este año ya habían pasado 25.000, según cifras del Gobierno colombiano.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá dijo que espera recibir más de 70,000 migrantes cruzando el país en ruta hacia Estados Unidos para finales de 2021, una cifra sin precedentes en la historia de esa nación.

La ciudad se ha esforzado por acoger a los migrantes de América Latina y de otros países -muchos empujados por las dificultades económicas agravadas por la pandemia-, que claman por los escasos cupos en los barcos que cruzan el golfo.

Miles de personas se agolpan en los hoteles y en la playa mientras esperan semanas para conseguir un cupo.

Colombia y Panamá se comprometieron la semana pasada a poner orden en los flujos migratorios y a buscar el apoyo de sus aliados, incluido Estados Unidos, después de que el número de viajeros varados en Necoclí superó los 10,000.

La mayoría de los migrantes que pasan por este balneario son haitianos o cubanos, que huyen de las terribles circunstancias económicas de sus países de origen. Pero Reuters habló con otros procedentes de países más lejanos, entre ellos de naciones africanas como Ghana y Mali.

Gyamfi llevaba casi una semana en Necocli, pagando 7 dólares la noche por una habitación de hotel.

“El viaje ha sido duro y lleno de sorpresas. El mes pasado un amigo mío murió en el camino”, dijo el carpintero viudo, que espera ahorrar lo suficiente para traer a su pequeña hija y reunirse con ella si logra llegar a Estados Unidos. “Hace falta mucho dinero para llegar aquí y hay grandes riesgos”.

Necoclí se convirtió en una zona de paso para los migrantes hace apenas cinco años. Aunque progresó cobrando a los emigrantes en dólares, no en pesos colombianos, los funcionarios locales dicen que los servicios públicos y la vivienda en la ciudad de 20,000 habitantes no son lo suficientemente robustos para hacer frente a las cifras recientes.

Travesía peligrosa

Un mayor número de migrantes aumentó de los beneficios para muchos en Necoclí, especialmente para los guías llamados coyotes, que llevan a la gente en la travesía de una semana a través del Tapón del Darién.

“Todo el mundo aquí se está beneficiando del tema migrante”, dijo un líder de los guías locales, un hombre de unos 40 años, que pidió permanecer en el anonimato por temor a atraer la atención de las autoridades.

El Gobierno colombiano advierte frecuentemente de los peligros criminales que corren los migrantes que transitan por el Darién, así como del riesgo de sufrir lesiones o enfermedades.

Foto: Reuters

El hombre reconoció que algunos grupos -que suelen estar formados por 20 migrantes y un guía- han sido asaltados y las mujeres a veces violadas.

Los guías aumentaron el tamaño de sus grupos para hacer frente a la reciente demanda, pero el hombre negó cualquier conexión criminal.

“Siempre nos están mirando a nosotros como los monstruos de esta zona. Se ganan la vida día a día, no están haciendo millones los coyotes“, afirmó.

A las seis de la mañana, el sonido de la cinta adhesiva arrancada de sus rollos se escuchaba en el puerto de Necoclí, mientras los emigrantes con cupo en el barco de ese día sellaban frenéticamente sus pertenencias en bolsas de basura de plástico para el viaje en barco de 2 horas y media a un costo de 50 dólares a través del Golfo de Urabá.

Algunos empacaron artículos comprados a los comerciantes que se alinean en las calles vendiendo esteras para dormir, repelente para insectos, tiendas de campaña, linternas y botellas de vidrio llenas de creolina desinfectante, que se supone aleja a las serpientes.

El día que Reuters visitó la zona, el alcalde de Acandí -que se encuentra al otro lado del golfo, cerca de la frontera con Panamá-, decidió dejar cruzar sólo a 200 de los 1.000 migrantes habituales por lo que, según dijo, eran preocupaciones medioambientales y de seguridad.

La decisión provocó el descontento de las autoridades locales colombianas y de las organizaciones sin ánimo de lucro, que temían que algunos migrantes pudieran realizar una peligrosa travesía informal por la noche.

En Necoclí, los migrantes enfadados que habían pagado con días de antelación los billetes de barco protestaron en las calles.

En Capurganá, el haitiano Lenos Dorvilien, de 44 años, estaba frustrado después de haber cruzado el golfo antes que su mujer y su hija de 12 años, que quedaron atrapadas en Necoclí.

La familia abandonó su país natal -el más pobre de América- para irse a Chile en 2016, pero descubrió que el trabajo allí estaba mal pagado. Tenían previsto marcharse antes, pero el coronavirus los retrasó y finalmente se fueron hace dos semanas en autobús.

Chile -que tiene uno de los niveles de renta per cápita más altos de América Latina-, es un destino popular para los haitianos, pero los migrantes allí se quejan regularmente de experimentar xenofobia.

Chile recibió críticas en 2018 por enviar a algunos a casa en lo que dijo que eran vuelos voluntarios de regreso.

“Me aguanté vivir en Chile, pero es un país de racismo”, dijo Dorvilien. “Hermano, trabajaba duro para salir de eso. Trabajaba duro como el diablo”.

Dorvilien acabó abordando otro barco de vuelta para estar con su familia. Agotado el dinero para hoteles, durmieron en la playa.

(Reuters)


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