Si un guionista se propusiera escribir una película sobre los últimos dos años de la vida de Milena Smit (Elche, 25 años), podría empezar por este momento. La primera escena sería así: una joven actriz posa ante los focos en el festival de Venecia. De un lado la vemos agarrada de la cintura de su nueva mejor amiga, Penélope Cruz; del otro, junto a un director que la adora, Pedro Almodóvar. Milena mira a cámara, con ojos que dicen: “Os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí”. Y la respuesta sería como todas las historias que merecen la pena: algo lleno de misterio, casualidades y sorpresas.
En esta película, Smit es una chica anónima, trabajadora e independiente que un día cualquiera recibe un mensaje privado en Instagram animándola a presentarse a la selección del reparto de un largometraje. Aquel fulgurante debut, No matarás (2020), junto a Mario Casas, le valió una nominación al Goya como Actriz Revelación. Todavía no ha parado de trabajar. Además de coprotagonizar la película que le ha otorgado a Penélope Cruz la Copa Volpi en Venecia, tiene pendiente de estreno la serie de Netflix Alma, de Sergio G. Sánchez, y dos largometrajes más, Libélulas y Tin&Tina. La industria parece haber decidido que Milena Smit es una estrella antes de que a ella se le ocurriera soñar con ello.
Como buena protagonista, Smit ha tenido que lidiar con sus propios demonios. “Siempre he sido un poco la ovejilla negra en mi familia”, anuncia hoy, y esa boca donde concentra buena parte de su expresión facial se alarga en una media sonrisa que uno podría llamar vulnerable. De pequeña se sentía diferente e incomprendida, lo que la llevó a independizarse a los 17, cuando, tras acabar el Bachillerato, se mudó a Murcia. “Necesitaba vivir mi vida, saber quién era yo, y pegarme una hostia”. ¿Se la pegó? “Me he pegado varias, muchas hostias a lo largo de este caminito”, cuenta. En aquel caminito de Murcia a Madrid ha trabajado como modelo, camarera, dependienta, canguro, teleoperadora, auxiliar de información en el metro o recepcionista de un hotel. En esas estaba cuando le llegó el mensaje en Instagram.
El papel de No matarás le cambiaría la vida más allá de lo profesional. Encarnaba a una chica emocionalmente inestable, loca dentro de los parámetros de un guion, lo cual le supuso una especie de exorcismo. Mila, su personaje, “era mi demonio, me conectaba con una época de mi vida bastante oscura en la que atravesé una depresión. Me ayudó a perdonarme muchas cosas a mí misma”, explica, siempre consciente de cuánto revela, o no, de esa vida anterior.
Pedro Almodóvar se fijó en ella cuando aún no había estrenado su primera película. La sometió a ocho pruebas bajo el mayor secretismo antes de pasar a la definitiva: encontrarse junto a Penélope Cruz en las oficinas de El Deseo. “Ella vino a darme la réplica y ver qué conexión teníamos. Yo iba pensando: ‘No me voy a crear expectativas, voy a ir y simplemente disfrutar de estar una hora con esta gente’. No todos los días se hace una prueba con Pedro y Penélope”, confiesa. Al poco, el director le entregó el guion completo con una nota: “Querida Milena, eres Ana”. Fue el día que cumplía 24 años, un 5 de octubre. 12 meses después nada es lo mismo.
Hay actrices que, al saltar a la fama, hablan de la industria. Milena vuelve siempre a sus personajes: “Mila era mi demonio; Ana, mi ángel”, cuenta de su lanzadera. Su personaje en Madres paralelas es una adolescente que empieza desprendiendo sencillez, inocencia y esa tangible vulnerabilidad. “Entre Mila y yo había conflicto, con Ana ha sido como agarrarnos de la mano y hacer el viaje juntas”. Le ayudó en el rodaje que en el fondo se parecía a Ana, al menos en la forma en que se pierde con facilidad y busca cariño y protección. “En la intimidad soy una persona muy cariñosa, empática, tranquila, muy inocente, sensible y frágil”, enumera, precisamente agarrando la mano de un miembro de su equipo que la acompaña en silencio durante toda la entrevista. No necesita que la protejan, aclara, pero se siente más tranquila acompañada: “Puedo ser yo en cualquier momento, ponerme histérica, echarme a llorar, estar feliz y compartirlo con ellos y está todo bien”.
También le ayudó desarrollar una conexión instantánea con Almodóvar y Cruz. En él vio a un maestro con un compromiso cautivador. “Hay gente que puede tener mejores o peores experiencias con cualquier director. Cuando yo veía a Pedro dirigirnos me quedaba embobada, entendí por qué es tan brillante. Te inspira, te abre canales y puertas”. En Cruz encontró un vínculo casi telepático. “Nos han pasado muchas cosas similares en nuestras vidas, nuestra energía de alguna forma está muy conectada”, indica, y ofrece un ejemplo tan esotérico como representativo: cuando Smit salía de ver la película por primera vez, le llegó un mensaje al móvil. Era Cruz. “Ella aún no había visto la peli ni sabía que yo la había visto ya, y me decía: ‘¿Qué tal estás? ¿Cuándo vas a verla?’. Y así todo el rato”.
En el fondo, Smit es puro Almodóvar. Su rostro, como el de tantas otras actrices de la filmografía del manchego, es poco común: boca rotunda, ojos claros y piel perfecta, en radical contraste con su melena negra y un estilo de vestirse y maquillarse entre oscuro y sexy. “Me encanta mi estética”, se jacta. En Venecia fue objeto de titulares por vestir una camiseta con dos guantes negros sobre el pecho de la extinta firma española Vacas Flacas. “Me parecía interesante apostar por algo que ya no existe. Era mágico, rompedor y fresco volver a vestir una marca que tuvo mucho peso en la moda más punkarra de los noventa. Iba acorde con lo que íbamos a hacer en Venecia”. ¿Qué iban a hacer en Venecia? Tras una pequeña pausa, se le dibuja en la cara esa sonrisa suya a medio camino entre la provocación y la travesura inocente. “Romper los esquemas”, responde. La película acaba aquí, con corte a negro y títulos de créditos, pero la historia de Milena Smit no ha hecho más que empezar.
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