MADRID – Lamentaba hace unos días Isabel Pantoja que “hoy todo el mundo canta”, una idea que suscribe otra de las voces privilegiadas de la música española, Mónica Naranjo, pero con una puntualización: “Muchos cantan, pero solo los grandes como Isabel interpretan”.
“Yo he descubierto hace poco que también lo hago”, añade la catalana al preguntarle por su caso concreto, un hallazgo que dice haber descubierto al poner frente a frente su primer álbum, “Mónica Naranjo” (1994), con el último, el EP “Mes Excentricitès Vol. 1” (2019).
Ese ejercicio de contraste pueden hacerlo los seguidores que adquieran alguna de las versiones de “Renaissance. 25 aniversario” (Sony Music), que se pone a la venta este viernes con un repaso más o menos exhaustivo a su trayectoria discográfica desde que agarro el equipaje y emigró para probar suerte en México.
“Tenía esa confianza en que triunfaría. Me fui con 17 años y quiero pensar que fui valiente, pero también sé que la inexperiencia hace que seas un poco inconsciente. A mi favor tenía que era una mujer muy madura para esa edad y que mis padres lo habían hecho muy bien. Cuando me fui de casa, sabía que no iba a volver”, sentencia.
Al otro lado del Atlántico editó su primer álbum con éxito y eso le permitió editar de vuelta a Europa tres años después su siguiente trabajo, “Palabra de mujer” (1997), con su pelo bicolor, su voz atronadora y una personalidad igualmente avasalladora. Aún se ríe de un video suyo que circula de una rueda de prensa de la época. “Soy monísima, canto como nadie, interpreto como nadie, compongo como nadie y produzco como nadie”, señalaba sin bochorno.
“Era un papelón tremendo. Tuve que crearlo para protegerme. Es que estaba muy sola durante todos esos años. No dejaba de ser una niña con mis miedos e inseguridades, pero nadie podía verlo. Ese papel fue una coraza que me permitía soltar perlas como esas”, matiza ahora.
Especialmente orgullosa asegura sentirse del disco que vino después, “Minage” (2000), en el que rendía homenaje a su ídolo, la italiana Mina. “Sony tenía dos discos que habían vendido millones de copias y lo normal era esperar un tercero con el mismo estilo de música. Así que cuando puse encima de la mesa ese proyecto, fue una lucha”, recuerda.
Varias veces ha abominado del que llegó después, “Chicas malas” (2001), trabajo que nunca cuela en su repertorio, aunque sí está presente en este “Renaissance”. “Que a mí no me guste no quiere decir que a la gente tampoco y este es un recopilatorio dedicado a ellos”, justifica.
“Hay que escuchar a la gente”, insiste, para puntualizar imediatamente después que “el público tiene que crecer contigo y tú con él, en equilibrio”, una apreciación quizás para quienes en su reciente gira echaron de menos un acompañamiento puramente pop, como el de sus inicios, no sinfónico como acostumbra en la actualidad. “Eso habría sido ir muy para atrás. Estamos casi en el 2020. Yo siempre digo que de lo muerto no hay que comer”, apostilla.
Naranjo admite que ha habido fracaso en su vida. “Pero también que ese fracaso fue mi gran victoria”, afirma sobre el período en el que se exilió siete años “cansada de muchas cosas”. “Ese tiempo me permitió descubrirme, aprender a vivir, a que el trabajo fuera mi esclavo y no yo el suyo”, alega.
“Cuando volví con ‘Tarántula’ (2008) tuve muy claro que solo iba a hacer lo que sintiera que debía hacer”, recuerda de un periodo en el que empezó a experimentar cada vez más, hasta el lanzamiento de aventuras discográficas como la ópera rock “Lubna” (2016) o, más aún, con “Mes Excentricitès Vol. 1”.
Previsiblemente en la primavera de 2020 podría ver la luz una segunda entrega de esa serie de EP, un sistema de publicación que prefiere al tradicional lanzamiento de álbumes largos. “¿De qué sirve trabajar 16 meses en un estudio si se van a escuchar dos sencillos de ese disco?”, se pregunta al respecto.