Moscú acogió este miércoles su primer encuentro con representantes del Gobierno interino talibán desde la precipitada salida de EE UU de Afganistán en agosto pasado. Con la cumbre, a la que también acudieron representantes de los países de la región, Pakistán, la India, Irán y China, Rusia busca reforzar su ansiado papel de mediador internacional y aumentar su influencia en la zona, esta vez en detrimento de Estados Unidos, contra el que el Kremlin ha cargado por no acudir a las conversaciones debido a “problemas logísticos”. “Es el momento de movilizar los recursos de la comunidad internacional y proveer a Kabul de apoyo humanitario y financiero”, ha reclamado el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, que ha adoptado un tono conciliador hacia los talibanes, que buscan legitimidad internacional para que se descongelen los activos del Banco Central de Afganistán, calculados en unos 9.400 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros).
La declaración final de la reunión insta a la comunidad internacional a “interactuar” con el régimen talibán independientemente de su reconocimiento, y reclama que la “reconstrucción” y la “carga del desarrollo” de Afganistán debe recaer en los países cuyos contingentes militares, como Estados Unidos y otros países de la OTAN, han estado presentes en el país durante los últimos 20 años.
El reconocimiento internacional ha sido uno de los principales puntos del encuentro. Y Moscú, cuya legislación considera al movimiento islamista como una organización terrorista, pese a que acoge conversaciones con los talibanes desde 2017, ha dejado abierta la puerta a hacerlo próximamente. “Todos, o al menos nuestro ministro de Exteriores, lo dijeron claro: ese momento llegará algún día, pero se recalcó a la delegación afgana que eso será cuando cumpla parte de las expectativas de la comunidad internacional en lo que concierne a derechos humanos y al Gobierno de inclusión”, señaló el representante del presidente ruso para Afganistán, Zamir Kabúlov, según la agencia Interfax.
El movimiento talibán defendió que su Gobierno es inclusivo, aunque sigue trabajando en ello. “Esta no es la composición final del Ejecutivo”, han dicho este miércoles en Moscú. El viceprimer ministro interino, Abdul Salam Hanafi, aseguró que su Administración emplea a medio millón de personas y que “muchas de ellas” trabajaron en el Gobierno antes de su llegada. “Las reformas están en pleno apogeo y habrá cambios”, prometió. Sin embargo, Lavrov afirmó antes, durante una reunión aparte con la delegación afgana, que la inclusión “no se trata solo de representación étnica”, sino también “política”. Según explicó el enviado del Kremlin después, “no solo deberían tener su opinión las fuerzas que comparten el punto de vista del movimiento talibán, sino también otros representantes del sistema político de Afganistán”.
El problema al que se enfrenta el Kremlin es mantener sus buenas relaciones tanto con los talibanes como con los países vecinos de Afganistán, cuyas etnias son minorías en el país centroasiático. Rusia, que libró su propia –y desastrosa también—guerra en Afganistán en la década de 1980 tiene estrechos vínculos militares y políticos con los antiguos Estados soviéticos de Asia central que limitan con Afganistán. El encuentro se ha celebrado precisamente al mismo tiempo que los países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) realizan cinco días de maniobras militares en Tayikistán, fronterizo con Afganistán. Rusia ha reforzado su presencia en ese país ante las peticiones de auxilio del Gobierno tayiko y ya en agosto desarrolló grandes maniobras militares cerca de la frontera afgana con Uzbekistán.
Lavrov ha reiterado su preocupación por la inestabilidad en la zona en numerosas ocasiones. Su eco, ha alertado, podría sacudir después a Rusia, donde viven millones de migrantes de aquellos países. “Numerosos grupos terroristas, como el Estado Islámico y Al Qaeda, intentan aprovecharse del caos para sus ataques”, dijo el ministro de Exteriores ruso, que en la víspera también advirtió de que “existe la amenaza real de un desbordamiento del terrorismo y del narcotráfico, incluido aquel que se infiltra a través de los flujos migratorios hacia los países vecinos”.
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Los talibanes se han defendido de estas acusaciones. “Hemos demostrado en la práctica que el territorio afgano no se utiliza para amenazar a otros países”, respondió a la prensa su ministro de Exteriores, Amir Khan Muttaqi, que habló de su “buena relación” con Rusia. No obstante, la confianza entre Moscú y Kabul parece firme: el Kremlin agradeció la protección de sus ciudadanos en agosto, y anunció además que permitirá próximamente la llegada de estudiantes afganos a sus centros educativos.
Otra cuestión clave del encuentro fue el retorno de los 9.000 millones de dólares en activos afganos “congelados” en el extranjero. Según la delegación talibán, la posición de todos los presentes en la cumbre fue unánime, y exigieron a Occidente que permita el acceso de Kabul al dinero. De hecho, el Kremlin no ve más opción que los talibanes en el poder. El jefe de la diplomacia rusa aseguró que “el nuevo equilibrio de poder establecido en Afganistán no tiene alternativa en un futuro previsible”, e instó a ayudarles porque “el país no puede ser considerado estable ahora”.
La ausencia de EE UU en el encuentro ha dado aún más brío a los esfuerzos de Rusia para tratar de convertirse en un mediador internacional. Al mismo tiempo que Moscú acogía a la delegación afgana, su ministerio de Exteriores condenaba un atentado en Siria e instaba a la comunidad internacional a apoyar a su aliado Bachar el Asad. Todo ello un día después de que el enviado de Washington para Afganistán y responsable de la negociación de su caótica retirada tras 20 años de guerra, Zalmay Khalilzad, dimitiera por la noche.
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