El peso de la mirada de los demás es una suerte de poderoso agente atmosférico que contribuye a modelar la vida de los seres humanos. A veces para bien, inhibiendo conductas indignas bajo el estímulo de evitar la reprobación que conllevan; otras para mal, induciendo a contorsionismos sin sentido por la mera búsqueda de la aprobación ajena. Esto es así desde la noche de los tiempos, pero la era tecnológica en la que vivimos exacerba la cuestión. Conectividad digital, redes sociales y otros desarrollos incrementan la exposición al agente. A la luz del día se halla la exhibición voluntaria ―en busca de atención y protagonismo― con un gran desfile de comentarios o imágenes en foros de distinto pelaje; en la oscuridad ―por vía digital, pero no solo― estamos sometidos a otro tipo de mirada que se infiltra en nuestra privacidad contra nuestra voluntad. Puede que estemos un poco demasiado pendientes de lo primero, y demasiado poco de lo segundo.
Líderes de la UE se han reunido esta semana con homólogos estadounidenses para lanzar el Consejo de Comercio y Tecnología, iniciativa lógica en el marco de intentar un cierre de filas entre democracias-liberales después del desgarro de la era Trump frente a potencias autoritarias como China. En el acercamiento, sin embargo, hará bien la UE en mantener un sano escepticismo. La retórica de Joe Biden es mucho mejor, pero no todos los hechos acompañan. Es notorio que los gigantes tecnológicos lo saben casi todo de nosotros (y que desean saber también lo poco que queda). El pasado, además, invita a la máxima cautela. No puede olvidarse el masivo espionaje de la agencia gubernamental NSA, que por la puerta de atrás recolectaba todos los datos que podía sin contemplaciones. Se tarda una vida en construir confianza; basta poco para romperla y, una vez rota, cuesta volver a creer.
Pero harán bien la UE y los europeos en elevar su atención sobre la otra cara del Jano bifronte dios de las puertas que se abren para controlar: Pekín. En las últimas semanas se han acumulado algunas noticias en ese sentido. Las autoridades lituanas han recomendado a sus ciudadanos que tiren sus móviles chinos, denunciando haber detectado una capacidad de censura activable en remoto en un modelo de Xiaomi, y fallos de seguridad en otro de Huawei. Las compañías niegan malas praxis, y el gesto se inscribe en relaciones tensas entre Vilnius y Pekín por otros motivos. Pero la alerta no debería ignorarse, y cabe recordar que Xiaomi se situó como el principal vendedor de móviles en Europa en el segundo trimestre, según datos recopilados por la firma Strategy Analytics. En el trasfondo de todo esto, destaca la perspectiva de la instalación de infraestructura 5G.
Igual o más inquietante aún es la sospecha de que la mirada ajena llegue a fijarse incluso en nuestra genética. Una notable investigación de la agencia Reuters ha puesto el foco sobre las actividades del gigante chino de la genómica BGI. La compañía es un referente de pruebas prenatales para detectar anomalías en los fetos. Más de ocho millones de mujeres en medio centenar de países ―entre ellos una docena europeos― han recurrido a sus servicios. Reuters evidencia que la información genética recabada es en gran medida trasladada a China, donde la empresa gestiona una enorme base de datos ―de fetos y madres― financiada por el Gobierno chino; señala la estrecha colaboración de BGI con las Fuerzas Armadas chinas; cláusulas contractuales por las que los datos recolectados pueden ser compartidos con autoridades si son relevantes por razones de seguridad o defensa. BGI alega que esto no ha ocurrido y que respeta las normas de privacidad, pero hay autoridades europeas que están empezando a mirar con lupa sus actividades. A nadie se le escapa que la recolección de una gran base de datos genéticos globales puede tener gran utilidad estratégica en múltiples sentidos de investigación.
Las miradas ajenas pueden sacar lo mejor de uno mismo, como cuando se sienten los ojos de un ser amado observándonos; prestar demasiada atención a miradas cualesquiera no parece beneficioso; no prestar suficiente atención a miradas que se deslizan subrepticiamente en la intimidad más profunda tampoco parece sabio.
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