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Muere Bob Sands, saxofonista y maestro de músicos de jazz, a los 55 años

Bob Sands durante los conciertos del 'Jazz Palacio Real', celebrados en Madrid el 26 de julio de 2020.
Bob Sands durante los conciertos del ‘Jazz Palacio Real’, celebrados en Madrid el 26 de julio de 2020.Oscar Gonzalez / Cordon Press

El pasado 25 de mayo en el Teatro Reina Victoria de Madrid se celebró un concierto homenaje al saxofonista, director de su propia Big Band, clarinetista, flautista, compositor y profesor de jazz Bob Sands. Aquel encuentro estaba cargado de emoción y sentimiento, porque Sands arrastraba un cáncer que tuvo hoy un desolador resultado para la comunidad jazzística de España. El intérprete neoyorquino ha fallecido a los 55 años. En aquella cita actuaron junto a su big band, probablemente la mejor armada del país con sus “innegociables” Francisco López Loque al contrabajo y Dani García Bruno a la batería, músicos como Jorge Pardo, Javier Colina, Quique Gómez, Marina Ferrer, Pablo Gutiérrez o Israel Sandoval. Fue toda una muestra del respeto y cariño que muchos tenían por él.

Bob Sands (Nueva York, 1966) llegó a Madrid en 1992. En principio, su destino era ir a París para hacer fortuna un par de años, pero la suerte hizo que su efímero paso por la ciudad fuera definitivo. Sands, como otras grandes referencias del jazz estadounidense afincados en España ―como los ya desaparecidos Jerry González o Malik Yaqub― imprimió a su música un sonido netamente madrileño, una capacidad al alcance de muy pocos músicos y que solo se logra con toneladas de personalidad dentro y fuera de los escenarios. Sands pateó calles y bares y en los últimos años residía en el popular barrio de Carabanchel. Su nombre estaba en la agenda de otros interpretes. Además de cómo músico de jazz, a los mandos de su saxofón, Sands actuó también para otras figuras de renombre en España: Miguel Ríos, Ana Belén, Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina lo tuvieron destacado en sus agendas como músico fiable y extremadamente profesional.

El trombonista Steve Armour tenía anotado desde hace algún tiempo algunas de las mejores historias que le habían ocurrido en compañía de Bob Sands. La idea es que esas notas fueran un recuerdo divertido de su amigo, que permanecieran en la memoria de los que le trataron y muy especialmente de su familia. Una de esas historias tenía como protagonista a una de las grandes referencias jazzísticas de todos los tiempos: Dizzy Gillespie. Armour contaba como en una noche que apuntaba como tumultuosa y parrandera con su amigo en Florida, se cruzaron con un solitario piano. Mientras Bob Sands trataba de sacarle jugo al instrumento apareció en la escena el mismísimo Dizzy Gillespie. “Yo me quedé mudo, pero Bob le pidió a Dizzy que le explicara la estructura armónica de Dolphin Dance de Herbie Hancock”. A partir de ahí el encuentro derivó en una conversación apasionada sobre música y más tarde en varias colaboraciones juntos.

Bob Sands fue un solista de altura, poco conocido para el gran público, pero habitual de muchos clubes de música en vivo y festivales. Una de esas rara avis foráneas que puebla la geografía española y se siente cómodo en la atmósfera de un país rácano con los reconocimientos culturales. Sands vivió en primera persona la evolución del jazz en España, y el desarrollo meteórico de muchos músicos que vio crecer y a los que ayudó a progresar. En los últimos años desde su puesto como profesor en el Centro Superior de Música del País Vasco (Musikene).

Dick Angstadt, dueño del mítico club de jazz Bogui que funcionó en la madrileña calle Barquillo entre 2005 y 2019 y donde Sands era un habitual, además de ser uno de los epicentros de su Big Band, recuerda como de los cientos de nuevas propuestas que llegaban hasta su sala, muchos músicos reflejaban en lugar destacado el haber sido alumnos de Bob Sands. Una auténtica señal de garantía: “De cada cinco músicos jóvenes que escribían o llamaban pidiendo una oportunidad, cuatro habían sido alumnos suyos. Bob fue un maestro para muchísima gente que ahora tiene nombre en el jazz”.

En el tanatorio de San Isidro de Madrid, donde fue llevado su cuerpo y se procedió a las despedidas, entre alumnos de diferentes épocas, músicos, dueños de salas y programadores los comentarios se cruzaban entre alabanzas a su calidad, recuerdos de momentos épicos y divertidas anécdotas, aunque como recuerda un amigo cercano desde la completa admiración: “Cuando llegaba el momento de la música era sumamente cabrón”.


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