Valéry Giscard d’Estaing, que a los 93 años mantiene la agilidad mental y la voluntad de incidir en la actualidad, recibe el pasado miércoles a los periodistas con el titular preparado. “Soy el hombre que inventó el Brexit”, anuncia, escrutando la sorpresa en sus interlocutores.
El expresidente francés precisa enseguida a qué se refiere. Cuando, a principios de la década pasada, presidía la Convención que preparó la Constitución de la Unión Europea (UE), escribió el artículo que permitía a un Estado miembro salirse del club. La Constitución fracasó, entre otros motivos porque en 2005 Francia la rechazó en referéndum. Pero este artículo se mantuvo en el nuevo tratado. Ahora es el famoso artículo 50, el que permite al Reino Unido marcharse de la UE.
“En su momento, cuando, junto con otras personas, redacté este artículo pensé que era un gesto europeísta. Consistía en responder al argumento según el cual Europa era una prisión de la que no se podía salir”, recuerda. “Y habría ocurrido así si los Gobiernos británicos hubiesen participado del juego”.
Giscard d’Estaing, uno de los últimos supervivientes de una generación de líderes que vivió la Segunda Guerra Mundial, ve el mundo desde más de medio siglo en la vida pública. Podría pensarse que las contingencias de batalla diaria le importan menos. No quiere hablar de la política francesa. Cuando se trata de Europa —lo que más le ocupó o aquello en lo que dejó huella durante sus años en activo—, la cosa es distinta. “Hay que ser modestos. Empezamos hace más de 50 años. Hemos recorrido un camino muy largo”, dice al referirse al proyecto de Construcción Europea. Con esta perspectiva, no le parece tan grave prolongar las negociaciones del Brexit más allá de la fecha fijada del próximo día 31. “Encuentro que sería hábil que los europeos propusiesen a los británicos un plazo suplementario”, sugiere. “Añadir un año más no sería una catástrofe. Cuando redacté el artículo 50, puse dos años [un plazo ya expirado], porque pensábamos que podía negociarse la salida en este tiempo. Pero podrían haber sido tres”.
En el despacho donde Giscard d’Estaing recibió a EL PAÍS y a otros diarios internacionales, hay una foto de él de principios de los años 60, entonces un joven ministro de Finanzas, con John Fitzgerald Kennedy. En otra, se le ve en una cena con su gran amigo y aliado en la construcción europea: el canciller alemán Helmut Schmidt. Una tercera, con los presidentes Emmanuel Macron y Nicolas Sarkozy. Tras la muerte reciente de Jacques Chirac, él es el único presidente vivo de aquella generación. Otro mundo.
“El gran cambio es que se pasó de una política fundada en la cultura a una política fundada en la comunicación. Es un cambio enorme. El presidente de Estados Unidos tuitea cada mañana, envía mensajes generalmente un poco contradictorios, que siembran el desorden”, dice. La cultura, aclara, “es la lectura y el conocimiento del pasado”. “La primera vez que vi alemanes fue por la mirilla de un tanque a orillas del Rin”, explica, al evocar su experiencia como soldado al final de la Segunda Guerra Mundial. “Y unos años después trabajaba con Helmut Schmidt para construir, poco a poco, un proyecto común”, añade Giscard, que fue presidente un solo mandato, entre 1974 y 1981.
Se ha comparado a Macron con Giscard. Ambos eran jóvenes al llegar al poder. Ambos, formados en la elitista Escuela Nacional de Administración (ENA). Ambos, lastrados por una imagen de arrogancia. Y ambos con un mensaje reformista y liberal, más conservador Giscard y progresista Macron. Pero, durante la entrevista, las referencias al actual presidente son tangenciales (en cambio, prodiga los elogios hacia la nueva presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen).
“[Con Macron] Francia puede tener un papel más importante [en Europa] que en las presidencias recientes, en las que estuvo bastante eclipsada”, dice. Pero advierte de que el estado de la economía complica el liderazgo: “Somos, con Italia, el país más endeudado de Europa, y un endeudamiento importante pesa y pesará sobre las decisiones de los Gobiernos futuros”.
Su veredicto sobre la reciente cumbre del G7, bajo la presidencia de Macron en Biarritz, un formato inventado por Giscard y Schmidt y los líderes de su generación, es severo. “Un fracaso”, resume. “No hubo un resultado positivo”. Y, sin embargo, llama la atención, durante la hora larga de entrevista, cómo rehúye del discurso pesimista. “Hay fuerzas que podrían llevar a la dislocación, pero también fuerzas de unidad”, argumenta. “Europa es una construcción sólida”.
Sin que se le pregunte, evoca la crisis catalana y la posibilidad de una independencia: “No es deseable. Europa no tiene ningún interés en trocearse”. ¿El euro? “A la prensa le gusta decir que tiene dificultades, debilidades o contradicciones, pero hoy es un sistema tan sólido como el dólar”. ¿El populismo y nacionalismo? “Hay tendencias serias, pero no creo que haya un peligro. De hecho, cuando hay países que se aproximan al populismo, entonces poco a poco vuelven a posiciones más razonables”.
Su rechazo a los discursos apocalípticos quizá sea fruto de la experiencia. O una manera de reivindicar su legado: esta Europa es la que él, con Schmidt y otros, pusieron en marcha en los años setenta. “Hay que estar orgullosos de cómo vivimos en Europa”, dice el viejo estadista. Y se despide con un ruego: “Sean optimistas”.
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