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Muere el periodista Tico Medina, pionero de la televisión

El periodista Escolástico Medina García, conocido como Tico Medina, uno los pioneros de la televisión en España, ha fallecido este lunes a los 87 años. Nacido en Píñar (Granada), desarrolló una extensa y prolífica trayectoria profesional, que le llevó a trabajar en numerosos medios de comunicación y a recibir innumerables premios y reconocimientos. Entre ellos, el Ondas (1961), la Antena de Oro (1965) la Pluma de Oro del Gobierno mexicano (1990), el premio Rodríguez Santamaría de la Asociación de la Prensa de Madrid (1996) o la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2017).

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Comenzó su andadura profesional en el diario Ideal de Granada y escribiendo reportajes en las revistas Careta (1950) y Chicas, y desde entonces su carrera fue imparable. 300 millones, A toda página, Las mañanas de Rosa o Con T de Tarde, son algunos de los ejemplos de su periplo televisivo a lo largo de más de cinco décadas. En prensa fue una de las principales firmas de Pueblo y redactor jefe de Hola!. También fue corresponsal para TVE en México (1977-1978) y enviado especial de ABC para toda Latinoamérica, desde donde hizo reportajes para su sección La crónica de América y entrevistas. Figura visible de la televisión de los 2000 por su aparición en programas de crónica social y prensa rosa, en otro tiempo había entrevistado a Richard Nixon, Pablo VI, Fidel Castro o Salvador Dalí. Su versatilidad le llevó también al mundo del cine en los sesenta, donde escribió los guiones de Aprendiendo a morir (Pedro Lazaga, 1962), y La niña de luto, Manuel Summers (1964).

En diciembre de 1978 es nombrado director del diario La Voz de Albacete, cargo que abandona pronto por no sentirse “a gusto encerrado en un despacho”. Por esas fechas, Francisco Umbral le deseaba desde EL PAÍS que tuviera suerte con un programa que estaba a punto de estrenar, Las buenas noticias, que surgió en Televisión Española con la suerte que tienen, por otra parte, las buenas noticias: un par o tres de días. El formato era una ocurrencia de la época, cuando esta ardía entre los que querían buenas noticias y aquellos que producían todo lo contrario. En esa dialéctica que también afectaba entonces (y afecta ahora) al periodismo estaba Tico, fallecido este lunes en Madrid aún al pie del cañón como colaborador de Herrera en Cope.

Maestro de periodistas

En la época en que Medina se situó en el lado de acá del riesgo de viajar y transitó por casi todos los medios y casi todos los temas (él fue quien convirtió a Isabel Pantoja en la viuda de España, tras la muerte del torero Paquirri, su marido), se ancló en la zona del corazón de la prensa española, que sigue siendo tan fértil y a la que él le dio una pluma que jamás le dijo que no a la metáfora. A veces excesiva, pero siempre informada (fue bellísima su despedida del Che, al que había conocido, en Pueblo), esa pluma de Tico siempre estaba al borde del agradecimiento a sus personajes, aunque en sus viajes de reportero, como su amado Hemingway, puso en marcha uno de los tesoros de aquel periodismo que impuso Emilio Romero: la frase corta, el testimonio directo, un estilo del que fueron herederos también Raúl del Pozo o Arturo Pérez-Reverte.

Tico Medina, en 1974.EFE

Tico Medina, en esos trances y ante tales desafíos (tuvo delante, y salió con bien, a Fidel Castro), se abstuvo de ser grato con los personajes o con los lectores y se comportó, una y otra vez, como el buen periodista que llevaba en su corazón partido: o los hechos o los ditirambos. Fue creador, como su amigo Francisco Navarro García, Yale, de formatos que parecían hechos para otra época (quizá para esta, aunque en aquella crónica Umbral le decía que era más bien del pasado), así que subió los temas y los personajes a un ring para que se dieran de tortas en un tiempo, el del franquismo, en el que el régimen quería, más bien, muy buenas noticias.

En sus viajes de reportero, como su amado Hemingway, cultivó la frase corta, el testimonio directo, un estilo del que fueron herederos también Raúl del Pozo o Arturo Pérez-Reverte

Al margen de esa intensa actividad en distintos medios de comunicación y como conferenciante, Medina escribió una veintena de libros, algunos de recopilación de artículos y otros sobre la vida de personajes de la vida social, los toros o la cultura española, entre ellos, Oro y barro de El Cordobés (1964), Cayetana, duquesa de Alba (1972), Julio Iglesias: entre el cielo y el infierno (1981) o El día que mataron a Manolete (2009).

Su popularidad se parecía a él mismo, pues era un hombre al que le gustaba darse a los demás, conversar con ellos, y era verdaderamente una buena persona, un hombre que no le negaba ni el saludo ni la sal a los compañeros, a los innumerables entrevistados ni a los taxistas (la mañana en que se supo de su muerte el taxista que llevaba a este periodista, Santiago Pizarro, nos dio una buena noticia para Tico: hace dos años fue en ese taxi a la clínica de Madrid donde había nacido su nieta). Esa popularidad no era de fanfarronería, pero sí le resultaba pegajosa, como los compromisos, de modo que alguna vez, siendo miembro destacado del Festival de Música del Atlántico, en plena agonía del franquismo, se dejó tentar por los policías del régimen para que Víctor Manuel no ganara un premio por atreverse a relatar en una canción la cobardía de un soldado. De ese trance salió bien, porque siempre fue buena gente y buen periodista, en una época en que ser ambas cosas no quitaba también para que no todo fuera de ley, periodística o civil. Tico Medina, hombre de buenas noticias en tiempos en que serlo obligaba también a esconder las malas.

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