¿Cómo vestir para una entrevista de trabajo? ¿Qué hay que ponerse para una importante reunión laboral? ¿Qué llevar en la maleta en un viaje de negocios? Esas preguntas, que hoy muchas mujeres podrán responder en segundos y con los ojos cerrados, eran toda una odisea a principios de los setenta, cuando muchas, en todo el mundo, empezaban a incorporarse al mercado laboral, convirtiéndose en las primeras universitarias y trabajadoras de sus familias. Y las respuestas se las dieron entonces los consultorios de las revistas de moda. La pionera fue entonces, en Estados Unidos, una cabecera, Vogue, que acababa de renovarse y dejar atrás el legado de glamour, tan fabuloso como algo envarado y añejo, de Diana Vreeland para dar paso a una directora joven, fresca y que pensaba en sus lectoras, esas mujeres que tenían que compartir sala de juntas por primera vez con un puñado de hombres encorbatados. Aquella mujer, Grace Mirabella, diseñó un camino para esas mujeres trabajadoras, empresarias y nuevas en un mundo en el que se abrían paso por primera vez. Con 91 años, Mirabella murió el jueves en su casa de Manhattan, en Nueva York.
No era la moda el principal interés de Mirabella. No estudió para dedicarse a ella, sus primeros pasos nunca estuvieron enfocados a ella y, aunque era parte de lo que hacía en Vogue, no era ni mucho menos lo único. Nacida en 1930 en Nueva Jersey y de ascendencia italiana, se graduó en Económicas y empezó a trabajar en los grandes almacenes Macy’s para luego pasar al mundo de la publicidad en otra célebre gran tienda de Nueva York, Saks Fifth. Con apenas 21 años entró en la revista como ayudante del departamento de compras, pero se marchó en 1954 para gestionar la prensa de la modista italiana Simonetta, para lo que vivió varios meses en Roma. Cuando volvió a EE UU y a Vogue, un año después, todo cambió.
Fue Diana Vreeland, la entonces directora de la cabecera, quien se fijó en ella y llegó a convertirla en su directora adjunta a lo largo de los años sesenta. “Era muy difícil trabajar para ella”, llegó a decir Mirabella de Vreeland, como recoge su obituario en Vogue, “pero puedes congeniar con alguien difícil si lo admiras. Yo admiraba a Diana Vreeland, por su estilo y su conocimiento, por todo lo que era”. Pero sus vidas eran muy distintas: si los padres de la directora eran amigos de los reyes de Inglaterra y acudieron a la coronación de Jorge V, los de su adjunta eran un jugador y una feminista que le inculcaron a su hija que lo más importante era que trabajara y lograra ser independiente económicamente.
El paso de una década a otra pilló a la revista con el pie cambiado. La vieja y bella opulencia de la histórica directora, su sentido aristocrático, no terminaba de cambiar con la modernidad de la nueva burguesía que exigía la lectora de los setenta. El grupo editorial lo vio y en 1971 convirtió a Mirabella en directora; de hecho, ella se enteró mientras estaba en plena sesión de fotos.
Grace Mirabella, exdirectora de ‘Vogue’ en EE UU, retratada en Nueva York a finales de 1988.Mario Ruiz (Getty)
Llegó entonces la naturalidad, se fue la gran moda y abrió paso a la practicidad. Una de las primeras decisiones de Mirabella refleja bien el cambio de rumbo de la cabecera: el despacho de paredes rojas y tapizado de leopardo de Vreeland fue inmediatamente pintado de color beis, el mismo tono que tantas veces vestía la nueva directora. Se implantó la naturalidad en las prendas, el maquillaje, la peluquería, los temas de los que se hablaba, las portadas. Se apostó por cantantes y actrices, pero también por modelos jóvenes, por autoras, por mujeres del mundo de la política. “Quise devolverle Vogue a las mujeres reales, periodistas, escritoras, actrices, artistas, dramaturgas, empresarias”, escribió en sus memorias, tituladas In and Out of Vogue, publicadas en 1995.
Mirabella quería que las mujeres no estuvieran “obligadas a reinventarse cada día” y por eso, aunque decía amar la moda, apostó por lo utilitario y le dio voz y visibilidad a grandes diseñadores que entonces despuntaban por eso mismo, como Ralph Lauren, Giorgio Armani, Calvin Klein o Donna Karan. “Recuerdo que la gente solía decir que me gustaba la ropa práctica, y eso me mataba. Me gusta el estilo, pero la última tendencia nunca me interesó demasiado”. Ella buscaba “un aspecto más relajado, saludable, un look más cercano. Es un estilo que se ve bien, pero no demasiado pulido”.
Esa practicidad también la impulsó su vida personal. En 1974 se casó con William Cahan, un afamado cirujano especializado en pulmón. De ahí que la vida sana se convirtiera en uno de sus caballos de batalla: el deporte y la salud empezaron a copar las páginas de la revista. Cahan, 15 años mayor que ella, se había licenciado en Harvard en 1935 y en Columbia en 1939 y tras luchar en la II Guerra Mundial trabajó durante más de 50 años en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, donde se dedicó en cuerpo y alma a advertir de los daños que causaba el humo del tabaco, tanto inhalado por uno mismo como de forma pasiva. De hecho, Mirabella y Cahan se convirtieron en un lobby de gran presión frente a las autoridades neoyorquinas para que se prohibiera fumar en el interior de restaurantes y edificios públicos en la ciudad, algo que lograron a finales de los ochenta.
Los esfuerzos de la editora en Vogue también dieron sus frutos, y la tirada se triplicó, pasando de vender 400.000 ejemplares al mes en 1971 a 1,2 millones a finales de los ochenta, según reseña The New York Times, que también destaca el perfil afable de Mirabella, sin ningún tipo de interés por el protagonismo mediático.
Sin embargo, los últimos años de la década de los ochenta fueron más difíciles de digerir para la directora. Ella misma lo decía: “No soportaba los volantes, los brillos y los vestidos de fiesta de 40.000 dólares”. La moda volvió a cambiar y su gestión ya no era tan alabada. Además, llegó un factor externo: en 1985 la revista Elle irrumpió en el panorama editorial estadounidense, con más de 800.000 ejemplares vendidos cada mes. Era la hora del cambio. Tres años después, la directora creativa de la revista se convirtió en su directora: nació la era de Anna Wintour.
Wintour, que lleva 33 años en el cargo, ha asegurado a la publicación que “Grace guio a Vogue a través de un momento fundamental de la historia de EE UU: la emancipación [femenina], la liberación sexual, y los vitales y muy duramente ganados derechos de la mujer, y logró hacer que ese tiempo cobrara vida en las páginas de la revista”. La actual directora alaba la tarea de su antecesora: “Ella eludió la fantasía y el escapismo a favor de un estilo que fue chic y minimalista y que hablaba clara y directamente de las formas de vida recién liberadas que todos queríamos vivir. Grace exhibió a Helmut Newton en su forma más atrevida y defendió a muchos diseñadores estadounidenses: Ralph, Calvin, Donna y el señor Beene. Siempre ejemplificó lo mejor de EE UU en su visión y valores, y cambió Vogue de un modo que aún tiene su eco y que agradecemos profundamente hoy en día”.
Su salida de la cabecera no acabó con su capacidad de afrontar nuevos encargos, y en 1989, tras un encargo de Rupert Murdoch, Grace creó una revista homónima, Mirabella, más centrada “en el estilo que en la moda”, como explicaba ella misma. “La moda y la belleza tenían hueco, pero también la política, el humor, la psicología, la salud, los negocios, la ficción”. Arrancó con 400.000 lectores, pero la caída de ventas y los constantes cambios a los que se sometía la revista le hicieron abandonar la publicación cinco años después de fundarla, en 1994. Cerró definitivamente en 2000.
Desde entonces, Mirabella se dedicó a escribir columnas y artículos. No tuvo hijos junto a Cahan —fallecido en 2000—, pero él tenía dos, además de siete nietos y tres bisnietos. Esa es la familia que ha confirmado la muerte de la editora que, con toda discreción, puso patas arriba la moda de finales del siglo XX.
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