Li Zhensheng creía que la clave era no olvidar. “Capturo desastres para que no vuelvan a ocurrir”, solía decir. Por eso durante dos décadas escondió bajo el suelo de su casa 20.000 negativos, que han pasado a la historia como uno de los pocos testimonios gráficos del fanatismo y la barbarie que la Revolución Cultural desató en China en la década de los sesenta. Estas imágenes acompañan hoy su despedida, después de que el fotoperiodista falleciera en su residencia de Nueva York a los 80 años de edad a causa de una hemorragia cerebral.
Li Zhensheng nació en 1940 en la ciudad portuaria de Dalian. Tras estudiar cinematografía en Changchun se incorporó al equipo de fotógrafos del Diario de Heilongjiang en 1963. Como tal fue testigo del estallido tres años más tarde de la Revolución Cultural, un movimiento contestatario frente a toda autoridad y tradición espoleado por el propio Mao Zedong, quien en un intento de afianzar su liderazgo lanzó a la población contra el Partido, brindando por “una nueva guerra civil” tras alertar de que elementos burgueses se habían infiltrado en el país con el objetivo de instaurar el capitalismo.
“Cuando empezó, todo el mundo estaba muy entusiasmado, incluido yo (…) pero al poco tiempo la situación se descontroló”, recordaría Li en una entrevista concedida en The New York Times en 2012. Sus dudas comenzaron cuando vio cómo un grupo de exaltados prendía fuego a la iglesia de San Nicolás y al templo budista de Jile. El movimiento pronto provocó en una purga en el gobierno, mientras en las calles hordas de rebeldes conocidos como guardias rojos humillaban, torturaban y ejecutaban con impunidad a cualquier persona tachada de “antirrevolucionaria”. El número total de víctimas sigue siendo un misterio, aunque las estimaciones académicas comienzan en los cientos de miles y alcanzan varios millones.
Li contempló el devenir de esta macabra campaña en su ciudad de residencia, Harbin, parapetado tras el visor de su cámara. Para que los sublevados le permitieran hacer su trabajo optó por portar un brazalete rojo que le identificara como uno de ellos. “En medio de la locura, no me olvidé de disparar”. Movido por el ansia de documentar la historia en marcha, nunca dejó de capturar fotografías, las cuales dividía en dos grupos: “positivas”, aquellas que podían salir publicadas en su periódico, y “negativas”, que mostraban la realidad de lo que estaba ocurriendo.
Estas últimas las revelaba a escondidas y las guardaba en un compartimento secreto de su escritorio en la redacción, hasta que en la primavera de 1968 comenzó a sospechar que ya no era un lugar seguro. Mientras su mujer vigilaba a través de la ventana, escondió hasta 20.000 negativos bajo el suelo de su casa. “Necesitaba poner a buen recaudo mis posesiones más preciadas”, contaba décadas después. “Además de mis fotografías también guardé dos monedas históricas y mi colección de sellos, entre los que había imágenes de mujeres desnudas pintadas por Goya”. Su intuición resultó acertada: dos semanas más tarde la pareja fue condenada a realizar trabajos forzados por “nuevos burgueses”. Cuando las fuerzas revolucionarias registraron su vivienda no encontraron nada.
Aunque seguía vigente, para 1971 el movimiento se había hecho menos asfixiante por lo que el matrimonio pudo continuar con su vida. Los negativos permanecieron ocultos durante casi veinte años, hasta que en 1988 Li envió 20 de ellos a un concurso de fotografía nacional. Siempre defendió que eso solo fue posible gracias a que el reformista Zhao Ziyang proporcionó el mayor grado de apertura y libertad que la población china ha conocido bajo el mandato del Partido. Su trabajo causó una conmoción, el primer premio fue suyo. Cuando sus antiguos compañeros del Diario de Heilongjiang visitaron la exposición se quedaron anonadados. “Has retratado toda la historia, nosotros solo la mitad”, le confesaron.
A partir de entonces comenzó a colaborar con Robert Pledge, director de la agencia internacional de fotografía Contact Press Images. Sus esfuerzos cristalizaron en Red-Colour News Soldier, un libro gráfico publicado en 2003, cuyo título procede de la inscripción grabada en el brazalete que portaba entonces. Este volumen sería traducido a seis idiomas, ganaría premios como el Oliver Rebbot del Club Internacional de Prensa de Estados Unidos y protagonizaría exposiciones en varias capitales del mundo.
Su obra, no obstante, no fue traducida al mandarín hasta 2018, cuando se editó por primera vez en Hong Kong, y sigue sin ver la luz en China, donde la Revolución Cultural es un tema altamente censurado por el Partido. “Cualquier libro sobre incidentes históricos importantes debe ser presentado para la aprobación de las autoridades. Puedes enviarlo, pero lo no aprobarán”, declaró al South China Morning Post. “He recibido mensajes de dos o tres lectores que han visto sus libros confiscados en la aduana”.
Li nunca perdió la esperanza de que sus fotografías llegaran a manos de sus compatriotas. “Siempre sueño con poder publicar mi trabajo en China. Es un insulto que estos materiales no puedan mostrarse en mi país. Hay quien dice que estoy sacando los trapos sucios de China en el extranjero, pero yo digo que no: estoy mostrando el registro histórico de un error cometido por la humanidad”. “Al ver las imágenes muchos se cuestionan: ¿Cómo es esto posible? (…) Solo tal reflexión puede llevar a un cambio en la ética de los individuos”. Su memoria le sobrevive en forma de fotografías para seguir planteando esa pregunta.
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