El día de fin de año, Manuel Charlín Gama, de 89 años y patriarca de uno de los más conocidos clanes gallegos de la droga -el que lleva su apellido, los Charlines- tomó el aperitivo con Melchor, uno de sus seis hijos y su mayor aliado en los últimos años, y varios amigos en el bar Áncora de Vilanova de Arousa (Pontevedra). Sería la última vez que los vecinos de ese municipio, uno de los epicentros del negocio del narcotráfico y a la vez uno de los que más han sufrido los estragos de la droga, especialmente en los años 80 y 90 del siglo pasado, lo vieran con vida. A media tarde del 31 de diciembre, el incombustible capo, con cuatro décadas de actividad ilegal a sus espaldas, dos de ellas en férreo presidio, sufrió una caída en su casa. Charlín, aquejado del corazón, ya no se levantó: los servicios de emergencia no pudieron reanimarle en el interior de esa vivienda embargada por la justicia, una de las pocas propiedades que permanecen en manos de una familia cuyos excesos se hicieron legendarios.
Charlín Gama hacía una vida metódica en su pueblo. El anciano capo paseaba y acudía casi a diario a los mismos bares, donde leía los periódicos. Su rutina solo se veía alterada por algún sobresalto policial o judicial, circunstancias que han sido una constante hasta el final de sus días. En agosto de 2018, una operación de cocaína con otros históricos narcos enredó don Manuel en los juzgados. Fue una falsa alarma, aunque quedó patente que él y su hijo Melchor intentaron participar en el suculento envío, pero fueron relegados por su falta de liquidez económica. Era evidente que el gran patrón de la droga había perdido su estatus en el negocio. Un año antes, dos encapuchados con una escopeta recortada asaltaron su casa, donde dieron una paliza al padre y al hijo.
El patrón del clan de Los Charlines estaba en libertad desde 2010 después de haber cumplido 20 años de condenas por tráfico de cocaína, encadenando varias prisiones preventivas por otros alijos y causas como inducción al asesinato y blanqueo de dinero, delitos que acabaron salpicando a su mujer, Josefa Pomares, fallecida en 2012 y sus seis vástagos. A la sombra del narcotráfico, Charlín levantó múltiples negocios como cocederos de marisco, conserveras, mejilloneras y un emporio inmobiliario de mansiones antiguas y nuevas construcciones donde la familia trabajaba y vivía en medio de un tren de vida de llamativos excesos que terminaron por dinamitarla.
Junto a su hermano José Luis, Manuel Charlín, forjó en la década de los años setenta la mayor organización dedicada al contrabando de tabaco. Los métodos mafiosos que ambos ya aplicaban entonces, como encerrar en un camión frigorífico a un vendedor de cajetillas por una deuda, pusieron los cimientos de la redada policial que acabó con las tres principales compañías tabaqueras que se repartían los alijos en las Rías Baixas.
Para entonces, Los Charlines ya habían dado el salto a las drogas. Con una potente flota de barcos, los hermanos se hicieron con el control del narcotráfico en las rías gallegas y los hijos de ambos pasaron a ocupar la primera línea del negocio de estupefacientes: heroína, hachís y cocaína. El clan había creado su propia escuela de narcos de la que salieron la mayoría de los capos que hicieron fortuna en la década de los años noventa y que sembraron de dolor a miles de hogares, buena parte de ellos en la propia comarca de Arousa y la provincia de Pontevedra.
15 millones en inmuebles y cuentas en Suiza y China
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La Operación Nécora, dirigida por el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón en junio de 1990, fue un simple zarpazo para Manuel Charlín, que quedó libre de cargos, pero la ostentación del clan y su impunidad se convirtió cinco años después en un asunto aparte que hizo tambalear a toda la organización. En 1995, la Audiencia Nacional embargó todas las millonarias propiedades a Los Charlines, unos 30 millones de euros, en el mayor proceso por blanqueo de dinero del narcotráfico en Galicia. Un caso que todavía está dando los últimos coletazos y mantiene en vilo al clan.
Una investigación iniciada desde la Fiscalía Antidroga a finales de 2007, la Operación Repesca, puso de nuevo en el punto de mira a esta histórica familia que ha visto pasar a todos sus miembros por la cárcel. Los orígenes están en la condena al matrimonio Charlín y a todos sus hijos a 104 años de prisión por blanqueo de dinero de la droga. Pero tres años después, el Tribunal Supremo revocó parcialmente el fallo y rebajó la condena de Manuel Charlín y absolvió a su hija Teresa.
El mismo tribunal acordó decomisar solo los bienes obtenidos después de 1990 y decretó el embargo de los anteriores a esa fecha si las millonarias multas impuestas no se hacían efectivas. Esta decisión permitió a Teresa Charlín recuperar en subastas parte de las empresas más rentables. Fue entonces cuando la maquinaria judicial reinició todo el proceso. Cuando el clan aparentaba estar arruinado, la investigación empezó a arrojar indicios insólitos sobre su recuperación económica al ser intervenidos más de 15 millones de euros en inmuebles, depósitos en cuentas suizas y negocios marisqueros en China. El juicio previsto para 2022 ya no sentará al viejo patrón en el banquillo.
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