Por Ciela Ávila
Atender a personas adultas mayores, a quienes padecen enfermedades crónicas, y a la gente con discapacidad son algunas de las tareas que las mujeres ejercen como parte del llamado trabajo de cuidados; pero en el caso de las que pertenecen a grupos indígenas, estas labores se extienden a sus comunidades, lo que muchas veces implica una larga lista de ocupaciones añadidas como “limpiar los centros de salud, y organizar las procesiones y las fiestas patronales de sus poblados”, indica en entrevista Celia Aguilar, directora de Planeación y Evaluación del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).
Las mujeres en México hacen tres veces más trabajo de cuidados no remunerado que los hombres, refiere Aguilar, y sugiere que estas tareas deberían ser compartidas por las y los integrantes de una familia y de una comunidad, pues por lo general recaen en las jefas del hogar.
Felícitas Martínez es una lideresa de Guerrero que desde hace 20 años lucha por la impartición de justicia y la salud de las mujeres, fue fundadora (junto a Martha Sánchez y Hermelinda Cayetano) de las Casas de Salud para las Mujeres Indígenas y Afromexicanas creadas para prevenir la muerte materna y defender los derechos sexuales y reproductivos.
La lideresa indígena es originaria de la localidad Potrerillo Coapinole, ubicada en el municipio de San Luis Acatlán, y fue la primera mujer en asumir la titularidad de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), cargo que ejerció por varios años de manera intermitente, pero que dejó, principalmente, para atender a sus hijas.
“Soy mamá y papá al mismo tiempo, pero decidí terminar la universidad y ausentarme un poco para bajar el estrés”, dice en entrevista.
A Felícitas el trabajo del hogar le consume todo el día. Cuida a sus dos hijas de 11 y 4 años y ahora también debe usar parte de su día para supervisar sus clases en línea debido a la pandemia de Covid-19.
“Es una locura esto, hacer la comida, lavar los trastes, lavar la ropa; las niñas que gritan y quieren correr, jugar, y una dice: ‘yo quiero leer un libro’ y por más que tú intentas, no se puede porque al final las niñas te requieren tiempo”, comenta.
Aunada a ello, Felícitas padece de una enfermedad crónica llamada psoriasis, que se manifiesta con un sarpullido en la piel que no tiene cura, sólo se controla.
“Creo que es la enfermedad más cara que puede existir. La pomada cuesta 980 pesos y es un tubito de 30 miligramos, mínimo me tendría que comprar tres para que me alcance”, lamenta.
Actualmente tiene un trabajo temporal en un proyecto académico que consiguió en medio de la contingencia sanitaria.
“Al menos ya tengo la garantía de que le voy a dar de comer a mis hijas. Tengo dinero seguro al mes y esa entrada también me facilita pagar mi tratamiento”, expresa Felícitas, pero asegura que le gustaría tener tiempo para ella misma, lo cual ahora mismo es un lujo que no se puede permitir.
Cuidados: Del ámbito privado al comunitario
El tema de cuidados ha dejado de estar relegado al ámbito privado y se ha convertido en una discusión global y de debate público. El 2 de julio de 2021, el Gobierno de México y ONU Mujeres lanzaron la Alianza Global por los Cuidados e hicieron un llamado a países de todo el mundo a sumarse.
El objetivo de la alianza es asumir y promover compromisos, acciones concretas, financiamiento y colaboración, con el propósito de reducir las desigualdades y promover una cultura de transformación garantizando el reconocimiento, reducción y redistribución de las tareas entre todos los actores corresponsables, así como la representación y remuneración de las personas proveedoras de cuidados.
Desde este espacio de cocreación se buscan ocho elementos clave: desarrollar y aumentar los servicios de cuidados; hacer políticas públicas de conciliación de la vida personal, familiar y laboral; inversión en infraestructuras de atención social y física; financiamiento gradual y progresivo de un sistema de cuidados; derechos de las personas proveedoras y receptoras de cuidados; generación de datos y evidencias; banco de buenas prácticas y campañas de sensibilización.
Celia Aguilar, del Inmujeres, indica que la Alianza Global tiene una importancia muy grande y agrega que en este ámbito de articulación y de colaboración entre todos los países, aquellos que tienen mayores adelantos en la materia están apostando y aportando mayores recursos.
“Las mujeres usan una enorme proporción de su tiempo en estar desarrollando trabajos de cuidado de niñas, niños, adultos mayores, enfermos y personas con discapacidad”, menciona y añade que en el caso específico de mujeres indígenas hay una particularidad: se ha mantenido una manera de cuidar a nivel comunidad.
Gabriela Salomé es directora de Fortalecimiento a la Participación y Políticas Públicas de la Secretaría de las Mujeres de Oaxaca (SMO), entidad en donde 417 de los 579 municipios tienen sus propias formas de nombrar autoridades municipales y, en este contexto, muchas mujeres cumplen con algunos servicios en la comunidad o con su representación política (presidentas, regidoras, síndicas o alcaldesas), “y no necesariamente tienen remuneración”, expresa.
Pone como ejemplo a las que tienen un cargo de representación agraria, “eso no implica un ingreso a sus bolsillos y además se ven afectadas también con este tema de las cargas de las labores y las exigencias que desde la misma comunidad les hacen”.
Además señala que la pandemia agudizó todas estas cargas de trabajo para ellas.
“Tuvimos que hacer el trabajo de enseñanza y aprendizaje en suplencia del profesorado, es algo bien importante porque tiene que ver con el tema del cuidados y la reproducción de la vida, la formación de seres humanos”, afirma.
“No hay corresponsabilidad familiar (…) se piensa a los hombres en ese ámbito público y a las mujeres en este ámbito privado, por ende, todo este tema del trabajo del hogar, de los cuidados de las otras, los otros… pues es atribuido a las mujeres” y para Gabriela esas prácticas culturales deben cambiar.
Chihuahua y sus cuidadoras indígenas
La falta de acceso al empleo que viven las mujeres indígenas en México vuelve mucho más complicada su realidad, señala José Nabor, secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
“Del promedio nacional, 76 por ciento sigue reportando situación de pobreza; de ese total, 41 por ciento se encuentra en situación de pobreza moderada y 35 por ciento en pobreza extrema, es un tema que desafortunadamente aún sigue prevaleciendo de manera importante”, contextualiza Nabor.
Que las mujeres indígenas no tengan acceso al empleo no sólo afecta los niveles de pobreza, también repercute en los trabajos de cuidados, pues la mayoría de ellas se dedica a estas labores de manera informal y sin remuneración.
“Tenemos una serie de indicadores que nos permiten estar visualizando las brechas sociales que viven las mujeres indígenas (…) apenas 57 por ciento está integrada a la población económicamente activa contra 87.5 por ciento de hombres indígenas“, contrasta el secretario.
Rosalinda Guadalajara y María García son dos mujeres indígenas que narran sus experiencias en busca de una mejor vida en Ciudad Juárez, Chihuahua, una ciudad a la que llegaron en calidad de desplazadas.
Al poniente de la ciudad fronteriza con Estados Unidos, y sobre las faldas de un cerro, emergió un asentamiento que tiene aproximadamente 25 años de antigüedad, de acuerdo con la investigadora Martha Estela Pérez. Se convirtió en el hogar de 97 familias rarámuris y es conocido como la colonia tarahumara.
Rosalinda Guadalajara es originaria de la localidad Tehuerichi, aproximadamente a 559 kilómetros de esta colonia, y vive ahí desde hace 26 años. Ella fue siriáme (gobernadora) durante siete años, pero desde hace cuatro trabaja en el Instituto Municipal de las Mujeres (IMM) motivada por seguir ayudando.
Ahí su tarea principal es ser el enlace con las comunidades desde la coordinación del área de atención indígena y siempre tiene en mente el bienestar de la comunidad, en especial de la rarámuri.
“Hay que hacer acompañamiento, dar consejos a la familia. Tienes que fungir como psicóloga, como asesora, como intermediaria en cuestiones de educación, la salud, falta de viviendas, o cuando tienen un problema legal”, explica en entrevista.
Ella describe el trabajo como un cargo complejo: “Estar al frente de una comunidad pues sí es muy difícil porque no es monetario. Es un trabajo voluntario, ese trabajo se hace por amor a la cultura. […] gastas tu propio recurso para hacer todas esas clases de trámite, el acompañamiento que se requiere a la comunidad o alguna familia”.
En los hogares indígenas de Chihuahua, las mujeres son mayoría. En la entidad hay 79 mil 374 frente a 78 mil 297 hombres, según los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020.
Muy cerca de la colonia tarahumara está la ampliación Plutarco Elías Calles, donde se ubica una parte de la comunidad mixteca de Oaxaca que ha emigrado a Ciudad Juárez. Ahí, María García representa, desde hace tres años, a las personas de San Andrés Montaña, y es integrante de la Red de Pueblos Indígenas de Juárez (RPIJ).
En entrevista frente al puesto de tacos donde trabaja narra que en la colonia que se formó hace 30 años, ahora habitan alrededor de 40 familias.
Considera que las labores de cuidado son una responsabilidad comunitaria o familiar. Cuenta que cuando una persona mayor está enferma y requiere atenciones específicas, “los hijos se tienen que hacer responsables de los papás o del familiar que esté… o sea, en nuestras costumbres no los abandonamos. Si el papá es mayor, si tiene algún problema, la familia es la que se hace cargo“.
Pero los cuidados no sólo deben recaer en la comunidad. Para esta representante también es fundamental que regresen programas que brinden información y atenciones en cuestión de asistencia a la salud.
“Yo tengo que cubrir las necesidades que tenga mi comunidad, pero ojalá que algún día sean escuchadas. A lo mejor son sueños, pero un día se puede lograr”, dice y recalca que de estas actividades, en su mayoría, se hacen cargo las mujeres.
Ciela Ávila, periodista independiente
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