La pandemia de covid-19 pegó primero en Asia, después en Europa, Estados Unidos, y ahora se ensaña con América Latina. Los engranajes de las economías se fueron frenando a medida que la enfermedad viajaba a cada rincón del mundo. Pero el impacto económico fue siempre mayor para las mujeres que para los hombres. Y esto, al menos, por dos razones fuertes.
El desempleo explotó, en todas partes se destruyeron empleos. En todas partes, también, las mujeres salieron más perjudicadas por ello. Un estudio de McKinsey & Company estima que el empleo femenino es 1,8 veces más vulnerable a la crisis que el masculino. La participación mundial de las mujeres en la fuerza de trabajo es del 39%. Pero cuando miramos la destrucción de empleos reciente, encontramos que el 54% de los puestos perdidos eran de mujeres.
El motivo detrás de esto es doble. Por un lado, las mujeres participan más de algunos de los sectores más golpeados por la crisis, como el comercio minorista, la gastronomía, la recreación y la hotelería. Un sector cuya actividad no ha caído con la pandemia y donde las mujeres están sobrerrepresentadas es la salud. Pero por supuesto esta sobre-representación también las expone más al contagio. Por otro lado, las mujeres tienden a tener más trabajos informales, que son los más desprotegidos, en particular ante coyunturas como la presente. Esta situación se agrava en América Latina, cuyas tasas de informalidad superan el promedio mundial.
La segunda razón por la que la crisis pandémica pega más entre las mujeres es que ha multiplicado el trabajo no remunerado, y este recae más en ellas. Más cuidado de niños y adultos mayores, más tareas domésticas, significa en la práctica más carga para las mujeres. Esta distribución desigual se verifica en todos los continentes. En América Latina, los estudios muestran que las mujeres son responsables en promedio del 73% de las tareas no remuneradas, porcentaje que varía entre el 67% de Brasil y el 69% de Chile, y distribuciones del 79% (en Ecuador y Honduras) o incluso del 86% (Guatemala).
Las mujeres participan más de algunos de los sectores más golpeados por la crisis, como el comercio minorista, la gastronomía, la recreación y la hotelería
La pandemia de covid-19 vino a reforzar y profundizar la desigualdad en la que vivíamos. Por ello, está siendo una fuerza regresiva en la agenda de género. Pero acaso este mundo revolucionado encierre en sí una clave para el cambio. Nunca antes un solo fenómeno tuvo tanta fuerza transformadora, con un alcance tan vasto e inmediato. La irrupción de la pandemia es una oportunidad para llevar este tema al centro de la agenda pública. Porque es más necesario y candente que nunca.
La agenda de género abarca todos los temas públicos. Las posibles intervenciones de políticas son muchas y no excluyentes. Acometer la desigualdad económica es solo una parte del trabajo por delante. Pero en tiempos tan recesivos como los que atravesamos, se ha vuelto urgente.
Una línea de intervención impostergable es nivelar la responsabilidad por el trabajo no remunerado. Si consiguiéramos que hombres y mujeres se lo distribuyeran equitativamente, muchas de las otras desigualdades empezarían a equilibrarse. McKinsey & Company valoriza el trabajo no remunerado en manos de las mujeres en 10 billones de dólares, el 13% del PIB mundial. Se mire por donde se mire, el tema es demasiado importante para relegarlo.
Necesitamos multiplicar las guarderías, gestionadas por empresas o gobiernos, lo que de por sí puede potenciar la industria del cuidado infantil. La pandemia ha entremezclado de hecho el tiempo dedicado al trabajo y a la familia. La flexibilidad se ha vuelto en contra de las mujeres. Las empleadas responden desde sus casas a las exigencias de sus superiores, asisten a sus hijos en las tareas escolares y mantienen en marcha sus hogares. Todo al mismo tiempo. El hecho de que las relaciones laborales se hayan adaptado a la pandemia es una oportunidad para pensar cómo poner al servicio de mujeres y hombres la flexibilidad, para que congenien sus intereses superpuestos, donde el trabajo remunerado y no remunerado compiten por las mismas horas activas del día.
Lo que es bueno para la equidad de género también lo es para la economía y la sociedad. En tiempos adversos como los que vivimos, apostar por más igualdad es caminar hacia la luz que nos saca de las cuarentenas y nos lleva a un mundo mejor, por venir.
Marcelo Cabrol es gerente general del Sector Social del BID.
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