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¡Música, maestros!

El Premio Princesa de Asturias de las Artes ha recaído sobre los dos compositores más venerados del mundo del cine: el estadounidense John Williams (Nueva York, 88 años), autor de la legendaria música de La guerra de las galaxias, Tiburón, E. T., el extraterrestre o La lista de Schindler, y el italiano Ennio Morricone (Roma, 92 años), conocido por Cinema Paradiso, La misión, Novecento, El bueno, el feo y el malo o Los intocables de Eliot Ness. Ambos son los compositores sinfónicos más conocidos de nuestros tiempos y, cada uno en su continente, responsables directos del respaldo académico que la música de cine, históricamente un género menor, ha adquirido en los últimos años. “Los dos autores premiados han enriquecido con su talento cientos de películas. Mientras Morricone construyó su reputación poniendo música desde Europa al lejano oeste americano, Williams trasladó la tradición sinfónica vienesa a grandes éxito de Hollywood”, explica el jurado.

Williams es, de lejos, el compositor que más éxito comercial ha obtenido en vida durante el último siglo y posiblemente en la historia. Sus colaboraciones con Steven Spielberg, de quien ha musicado prácticamente toda su filmografía, y el ciclo de nueve películas de La guerra de las galaxias son las bandas sonoras más reconocibles del cine, y de las pocas con calidad para sobrevivir en salas de conciertos por todo el mundo (hablamos del compositor vivo más interpretado). Es el último ejemplo del sonido clásico de Hollywood, aquel que en los años treinta importaron de Europa Max Steiner (Lo que viento se llevó) y Erich Korngold (El halcón del mar), y que el mismo Williams ha enriquecido y modernizado con referencias a contemporáneos como Bela Bartok, Aaron Copland o John Adams. Y seguramente sea el narrador musical más sofisticado del séptimo arte, capaz de usar melodías, aparentemente simples pero de gran complejidad, para subrayar los matices de una historia.

Ha ganado cinco Oscar, y ha sido nominado para 52 (de nuevo, el hombre vivo con más nominaciones). “El Mozart de nuestros tiempos”, como le bautizó recientemente Gustavo Dudamel, se ha erigido además como el compositor de referencia en la vida estadounidense: ha escrito himnos para dos Juegos Olímpicos (Los Ángeles 1984 y Seúl 1988), más una pieza para la histórica toma de posesión de Obama en 2009, quien le otorgó ese mismo año la Medalla Nacional de las Artes. Quizá la mayor prueba de su talento sea el que haya sido capaz de sobreponerse a su propia popularidad y al carácter comercial de sus películas para ser no solo celebrado en las instituciones, sino estudiado en las universidades. Su sonido puede resultar poco sutil, como le han recordado siempre sus cada vez menos detractores, pero hasta para ser poco sutil hay que ser muy fino.

Ennio Morricone es el reflejo europeo de un éxito parecido. Empezó como trompetista antes de pasarse, en los sesenta, a la escritura (irónicamente su sección de cabecera no es el viento, sino la cuerda). Sus primeros trabajos, con los wésterns de Sergio Leone, ya fueron muestras de su capacidad para combinar la emoción con lo inmediatamente reconocible; su capacidad para resultar a la vez íntimo y exuberante; melancólico y pegadizo.

También tiene una inagotable versatilidad: en la misma obra se puede escuchar silbatos de tren, un birimbao o una guitarra eléctrica. De esas películas le viene el estatus de culto que le ha acompañado toda su carrera, 500 cintas entre Italia, Francia y Hollywood. Ganó un Oscar en reconocimiento a su carrera en 2007 y otro en 2016, por la música de Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino. Entre medias, ha firmado las partituras de La misión, La leyenda del pianista, Érase una vez en América o Días del cielo. En 2016 publicó su biografía.

“Tengo 92 años y veo que la Familia Real de España y la Fundación Princesa de Asturias quieren reconocerme con este prestigioso Premio. Hoy es un día para reflexionar y pensar en el camino recorrido, sentir con humildad y gratitud que, quizá durante mi trabajo, he sido capaz de llegar a las personas y compartir con ellas la experiencia única que es la música. Esto es lo que significa para mí el Premio Princesa de Asturias de las Artes”, ha explicado el romano en un comunicado. “John Williams y yo hemos tenido un recorrido paralelo en nuestras carreras, compartiendo el mismo amor y compromiso hacia la música y hacia la música en el cine. Escribir música significa también vivir en una profunda soledad y concentración. Siento que con John comparto la misma ética y dedicación constante que nos convierte no solo en compañeros, sino también en hermanos”.

https://www.youtube.com/watch?v=VTU2anRISmw

No hay forma de conciliar los estilos de ambos compositores. Uno es típicamente americano: pletórico y extrovertido; el otro, sutil y reservado. Williams acompaña la imagen de la película; Morricone subraya la psicología de los personajes. Williams suele decir que no le importa cómo suene la música fuera de su contexto, que eso es vanidad; el segundo opina que cada composición solo tiene sentido si se vale por sí sola. Sin embargo, algo les une al recibir el Princesa de Asturias de las Artes; incluir en esta lista a dos compositores “de bandas sonoras” (un término despectivo en el mundo de la música) se puede tomar como una muestra del respeto que el género está cobrando en los últimos años. Si resulta incómodo admitir que mucha de la mejor música de los últimos cien años se ha escrito para películas, este premio ayuda a recordar que Morricone y Williams han llevado sus obras a las mejores orquestas del mundo. Han colaborado con los mejores intérpretes, como el cellista Yo Yo Ma o el violinista Itzhak Perlman. En enero, Williams dirigió a la Orquesta Sinfónica de Viena en un concierto de sus obras en el Musikverein. El año pasado, Morricone dio una gira de despedida, donde cosechó aplausos por toda su carrera como el compositor europeo más relevante de los últimos años.


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