‘Nananana’ no, 60 años de obsesiones en el reinado de Roberto Carlos

La cantante Maria Luiza Jobim, en la infancia, entre João Gilberto y su padre, Tom Jobim. Abajo, a la izquierda, jugando con su padre en casa. A la derecha, imagen de su primer álbum en solitario, ‘Casa branca’.
La cantante Maria Luiza Jobim, en la infancia, entre João Gilberto y su padre, Tom Jobim. Abajo, a la izquierda, jugando con su padre en casa. A la derecha, imagen de su primer álbum en solitario, ‘Casa branca’.Arquivo pessoal

Maria, Francisco, José, Isabel, João, Maíra, Martim, Heloísa. Nombres tradicionales en tantas familias brasileñas que, en casos excepcionales, llevan el ADN de la bossa nova, la samba, el rock’n’roll, la música brasileña en todas sus vertientes. Crecieron rodeados de instrumentos musicales y correteaban entre bastidores antes de aprender a leer y escribir. Son herederos de otros nombres que construyeron y construyen la identidad cultural de un país y que, hoy en día, dotan de una musicalidad propia la historia de la música popular brasileña.

“La nueva música popular brasileña tiene toques del universo del pop, que trae nuestra generación. Y nuestra contribución al pop es precisamente rescatar elementos tradicionales”, afirma José Gil, de 29 años, hijo de Gilberto Gil, famoso mundialmente por sus músicas elementales para reconocer el ritmo brasileño. Junto con João Gil, de 27, y Francisco Gil, de 25, nietos del tropicalista, forma el trío Gilsons, que revisita la sonoridad afrobrasileña en la percusión, la trompeta y la guitarra.

Aunque José es oficialmente tío de los otros dos, la pequeña diferencia de edad los ha hecho crecer como hermanos y descubrir la música juntos. La imagen de la portada del primer EP, Várias queixas (regrabación de un éxito de la banda Olodum), es precisamente una imagen de los tres, de niños, tocando instrumentos de juguete en el salón. “La banda es, en cierto modo, una continuación de esta convivencia familiar”, dice Francisco Gil, hijo de Preta Gil, cantante y productora cultural. Los veranos y carnavales vividos en Bahía generaron no solo recuerdos, sino también una profunda reverencia por las comparsas afros, presentes en un repertorio que va del afoxé al chotis, pasando por el baião.

El pasado 12 de septiembre, los Gilsons subieron al escenario por primera vez junto a su padre y abuelo. Fueron la principal atracción del Festival Coala, que, debido a la pandemia, se celebró de forma virtual. Presentaron todo su repertorio y Gilberto Gil tocó la guitarra en todas las canciones. La interacción de la familia durante todo el concierto hizo evidente que Gil es, de hecho, una influencia para el grupo. “No tenemos cómo escapar, es una de las mayores fuerzas musicales de los siglos XX y XXI. No hay muchos artistas que hayan logrado lo que él y Caetano [Veloso] han conseguido: una carrera de 50 años publicando discos, en cada época con su propia estética y experiencia”, dice João, hijo de la cantante Nara Gil, la hija mayor de Gil. Precisamente porque la generación de sus padres ya ha continuado el linaje musical de su abuelo, los Gilsons no temen ser calificados como “nietos o hijos de”. El nombre del grupo, ideado por Preta Gil, lo deja claro. Aunque reconocen que más que ser una carga por las comparaciones, el apellido les abre puertas en una industria en la que pocos tienen éxito financiero. “Es un privilegio, por supuesto. Estamos más familiarizados con la forma en que funcionan las cosas, el proceso de grabación, cómo se hace un concierto… Al crecer en este ambiente, conocemos a mucha gente, desde técnicos hasta productores”, dice João.

A pesar de su ilustre apellido y tener las puertas abiertas, los tres dicen que nadie les incentivó a seguir una carrera musical. “El gran mérito fue tener un instrumento a mano. Nunca hubo esta cosa de ‘ah, tienes que tocar’, pero siempre había guitarras y baterías en casa de mi abuelo, así que tocábamos”, recuerda João. “Solíamos hacerlo a escondidas, robábamos guitarras, quemábamos los amplificadores”, se ríe José. En estos ensayos de la “banda casera”, estuvieron muchas veces los hijos de Caetano Veloso —Moreno, Tom y Zeca—, con los que crecieron, dada la amistad de décadas entre los dos músicos de la Tropicalia. EL PAÍS intentó entrevistarlos a los tres, que estaban de gira con Caetano presentando el álbum Ofertório, pero la asesoría de prensa de la familia informó que no querían hablar.

Actualmente, los Gilsons editan algunas de sus canciones en la oficina de Gilberto, que, a pesar de tener muchas décadas de experiencia, aprende nuevas técnicas con su prole. “Como nuestra generación tiene más intimidad con los nuevos lenguajes musicales que han surgido con la tecnología, se los transmitimos”, dice José. El trío dice que su padre y abuelo suele ser “cariñoso” al opinar sobre sus composiciones, aunque ellos no le preguntan mucho. Prefieren mostrar el resultado final. “No es un tipo al que le guste todo y por eso no es bueno mostrárselo antes, porque creemos mucho en nuestro sonido. A veces, sus comentarios no son muy buenos, pero nosotros seguimos adelante”, añade José.

Como bien demuestra la familia Gil, algunos apellidos parecen bendecir el destino —al menos profesional— de quienes los llevan. En el caso de Bebel Gilberto, hija de João Gilberto, uno de los fundadores de la bossa nova, y de la cantante Miúcha, parecía casi inevitable. “Su música siempre me ha influido mucho. Escuché tanto su guitarra cuando era pequeña, que adquirí una noción armónica incalculable”, dice la cantante, de 54 años, que acaba de publicar el álbum Agora, cuatro décadas después de haber debutado junto a su padre cantando Chega de saudade y 20 años después del debut del álbum Tanto tempo, que vendió millones de copias en Estados Unidos.

João Gilberto era conocido por su obsesión por alcanzar la perfección cuando cantaba y tocaba. Bebel cuenta que, a veces, el afán musical de su padre la molestaba. Insistía en tocar la guitarra Di Giorgio incluso cuando su hija solo quería hablar. “Y entonces escuchaba. Hoy entiendo la importancia de haberme callado y escuchado. De alguna manera, logré marcar una estética y un sonido especial, algo que oyes y es inconfundible, igual que hizo él”, dice. El nuevo trabajo, que trae la bossa electrónica que la caracteriza, marca su regreso a Río después de vivir 27 años en Nueva York y es una declaración de amor a João Gilberto.

Na outra metade da vida [En la otra mitad de la vida]

Você soube, fez tudo [Lo sabías e hiciste todo]

Mas nessa metade [Pero en esta mitad]

Vou ter que tentar te ensinar (…) [Tendré que enseñarte (…)]

O que não foi dito [Lo que no se dijo]

Já estava escrito [Ya estaba escrito]

Deixa eu cuidar de você [Deja que cuide de ti]

“Hice esa canción para él porque quería hablar y no encontraba la manera de hacerlo”, dice Bebel sobre la letra de O que não foi dito. En 2018, pidió que bloquearan los bienes y derechos de autor de João Gilberto, porque no estaba en condiciones de administrarlos. “La repercusión en la prensa fue como si lo hiciera con malas intenciones, a pesar de que siempre tuvimos una relación muy estrecha y de confianza”, lamenta la cantante, que perdió a su madre en diciembre de 2018 y a su padre en julio de 2019. En Agora, exorciza su dolor con canciones de tono esperanzador y canta el amor a su legado y a la música brasileña.

La música ya estaba allí

Si a João Gilberto se le conoce como el inventor del ritmo de bossa nova, a Tom Jobim se le considera su gran compositor y maestro. Y quien lleva su legado en la música es también una mujer: Maria Luiza Jobim, de 33 años. Después de trabajar como arquitecta y estudiar Filología, aceptó que su destino era realmente la música. Como siempre le ha ido la música electrónica, ha construido un sonido propio muy diferente al de su padre. Entre 2013 y 2017, formó con el músico Lucas Paiva el dúo Opala, con un repertorio de indie-pop electrónico cantado en inglés.

Maria Luiza es bilingüe y sus primeras canciones nacieron en inglés. El portugués solo ha aparecido ahora, en Casa Branca, su primer trabajo en solitario, que recoge recuerdos de una infancia vivida junto a sus padres en una casa del barrio Jardim Botânico, en Río de Janeiro. Son muchos. Uno es que se quedaba debajo del piano mientras Tom ensayaba con su banda, compuesta básicamente por la familia y Danilo Caymmi, el padrino de Maria Luiza. “Dorival Caymmi iba a casa y cantaba con mi padre y yo estaba fascinada por su timbre… Son cosas que siempre llevaré conmigo y que, sin duda, siempre estarán en mi música”, afirma. Además de Maria Luiza, su hermano mayor, Paulo Jobim, y su sobrino, el pianista Daniel Jobim, hijo de Paulo, también son músicos.

Llevar uno de los mayores apellidos de la MPB es tanto un privilegio como una responsabilidad. “Es parte de mi legado. La música estaba allí, y yo nací. Llegué a ese salón y tuve el privilegio de ver esas reuniones de cerca y, por mucho que no lo entendiera, sentía y me embebía de todo aquello”. Parte de lo que absorbió se revela en su proceso de composición, que Maria Luiza describe como intuitivo. “A veces empieza con una sola palabra, una idea, una sensación…”, dice, que pasa la cuarentena en una casa en el interior del Estado de Río de Janeiro. Como tuvo que aplazar la gira de presentación del disco por la pandemia, hace actuaciones en las redes sociales —incluso en los directos diarios de la cantante brasileña Teresa Cristina— y no para de componer. “He estado haciendo mucha música a distancia, con compañeros. Creo que voy a salir de la cuarentena con un disco nuevo”, se ríe.

Crecer en una casa musical fue también decisivo para que Tim Bernardes, de 29 años, siguiera su vocación y se convirtiera, según los críticos, en uno de los nombres de “la renovación de la MPB”. Hijo del cantante y compositor Maurício Pereira, que marcó la música de los años ochenta en Brasil con el grupo Os mulheres negras, Tim pronunció “música” antes de cualquier otra palabra cuando era pequeño, como demuestra un vídeo familiar. A los seis años, ya tocaba algunos instrumentos. A los 17 años, empezó a componer. Después, estudio Música (“Soy un nerd”, dice) y perfeccionó su talento natural, elogiado por Caetano Veloso: “su afinación es una maravilla, su control de la dinámica, su refinamiento, su ejecución instrumental y su libertad a la hora de utilizar con elegancia el escenario y la luz”.

Vocalista de la banda O Terno, Tim también lanzó, en 2017, el álbum en solitario Recomeçar, aclamado por cantar el dolor en forma de bellas canciones. En este álbum, toca todos los instrumentos, hizo todos los arreglos y también la producción. Su estilo ya ha sido descrito como “indie-hippie-retro brasileño”, una broma que él mismo hizo en una de las letras, como un retrato irónico de su propia generación. “El tropicalismo mezcló la cultura brasileña con lo que pasaba en el mundo, como el Sgt. Peppers de los Beatles. Bebo de Caetano, Gil, Clube da Esquina, pero también de Tame Impala, Mac DeMarco… No lo veo exactamente como una renovación de la MPB, sino como una continuación, una experimentación”, explica. Nada más diferente del estilo de su padre, que Tim resume como “algo muy propio, el mauriciopererismo”, a pesar de que ambos han trabajado juntos: Maurício compuso cinco de los temas del álbum debut de la banda O Terno. “Nunca me pareció que continuara algo suyo, su sonido es mucho más de los años 80 y 90. La música que yo he escuchado es diferente de la que él escuchó. Tal vez por eso fue tan agradable trabajar con él”, dice Tim.

Sin embargo, el ejemplo de la carrera de su padre también le trajo algunas inseguridades. La mayor era el miedo a no poder vivir de la música. Cuando Tim era todavía un niño, en los años 90, Mauricio dejó la banda Os mulheres negras para experimentar e innovar sin ataduras. “Era muy difícil hacer música independiente en ese momento y me di cuenta de que el dinero era realmente un problema en casa. Así que, cuando sintió la vocación de estudiar música, pensó en estudiar otra cosa y dejar el arte como plan B. Pero sus padres lo incentivaron. Poco más de 10 años después de que su padre se sacrificara para vivir como músico independiente, Tim Bernardes y sus compañeros de O Terno se las arreglan, gracias a la revolución digital, para hacer arreglos y grabaciones en casa con facilidad. “Tengo facilidad para imaginar y visualizar el producto final, ya sea un vídeo, una foto, un clip, una canción, la melodía, el timbre… Es el producto completo lo que me gusta, así que me gusta imaginar el resultado final y, a partir de ahí, investigar y entender cómo puedo llegar ahí”, dice el “nerd de la música”.

Rumbos diferentes

Haber crecido en una familia musical determinó los pasos de todos estos herederos de la música brasileña, pero los caminos que tomó la pianista y cantante Maíra Freitas resultaron ser más sinuosos. A pesar de haber crecido en Río de Janeiro entre sambistas, desde muy joven decidió tomar caminos diferentes a los de su padre, el veterano Martinho da Vila y su hermana, Mart’nália, que siguió los pasos de su padre. Maíra, a pesar de crecer rodeada por el ritmo mas conocido de Brasil, a los siete años quiso aprender a tocar el piano. Empezó tocando a Mozart y Chopin y pretendía “ser una pianista clásica”. Su familia tardó en creer en su vocación. “Otros también tomaron clases de piano, pero nadie se lo tomaba en serio. Yo insistía para que me regalaran un piano y no lo conseguí hasta que tuve 11 años”.

Como la samba siempre estuvo presente en su vida, además de tantos otros estilos, comenzó a mezclar su formación clásica con la música popular. Hoy su piano se mezcla con el tamborileo del tambor sordo y el pandero. “Para mí, eso de improvisar era horrible, quería leer la partitura…”, cuenta. “Pero mi formación teórica me dio una gran base técnica. Mis discos tienen una fuerte vena de la música carioca, pero también tienen música electrónica, pop, mucho jazz, un poco de piano clásico… Creo que soy una gran mezcla loca de cosas”, añade. Maíra ya ha lanzado dos álbumes, el último en 2015, y hace conciertos y giras, incluso junto a su hermana y su padre. Dice que Martinho da Vila la influye más espiritualmente, “guiándonos”, que directamente. “Y aprendo mucho siguiéndolo como músico, viendo las maneras geniales que tiene de tratar al público y dirigir el espectáculo. Aunque no tiene formación teórica, tiene mucha experiencia y sabe lo que quiere”, dice.

Pero Maíra no vive solo de conciertos y discos. En casa, hace producciones, compone temas para series y películas y da clases de piano. “Internet le ha dado a mi generación acceso a todo. Puedo aprender una canción del África Occidental y juntarla con otros géneros y esta base de MPB que es tan rica. Tienes a Milton [Nascimento], Caetano, mi padre, Gil, Djavan… La música brasileña es maravillosa, es diversa y fuerte y ecléctica y rítmica y armónica. Y esta nueva generación viene de esto y ahora puede hacer lo que quiera, sin la obligación de tener que hacer esto o aquello”.

Combina este afán artístico y creativo con el cuidado de sus hijas, una de dos años y la otra de cuatro meses. Ha hecho conciertos estando embarazada, algunos junto a su padre, y en muchas ocasiones tiene que trabajar en casa con sus niñas en el regazo. Recuerda que algunas personas dudaban o cuestionaban su capacidad para mantener una agenda de conciertos y seguir trabajando después de ser madre. Pero los prejuicios no son nada nuevo. “A los 10 años escuché que debería tocar el tambor, no el piano. Las que tocan el piano suelen ser las hijas de las ricachonas, vestidas de rosa y con medias, y yo siempre he sido estrafalaria, atípica, llevaba ropa de colores, trenzas…”, recuerda, y se enorgullece de poder demostrar que una mujer negra puede estudiar música y hacer algo más rebuscado. “Hoy soy el espejo donde se miran algunas personas. Recibo mensajes de mujeres negras que me siguen, ven que también pueden hacerlo y empiezan a estudiar piano… Eso me hace feliz”, explica. Ella cree que sus responsabilidades van más allá de la música. “Mi padre cantaba quem tiver mulher bonita [quien tenga una mujer bonita] / que traga presa na corrente [que la prenda con una cadena]. Déjalo que lo siga tocando, pero yo tengo otras responsabilidades. Y no quiero hacer ninguna tontería”.

Hijo de la melodía, nieto de la poesía

En la lotería genética de la música brasileña, algunos tienen el privilegio de pertenecer a dos linajes de peso. Es el caso del cantante y compositor Chico Brown, que heredó de su abuelo, Chico Buarque, el nombre y la poesía del amor y el desamor en las letras. De su padre, Carlinhos Brown, trae la melodía, el ritmo y el timbre de la música de Bahía. A los 24 años, Chico —que también es el sobrino de Bebel Gilberto (su madre, Silvia Buarque, es la prima de la cantante)— llegó lentamente a la industria de la música, pero empezó bien: “Voy a cantar ahora la canción de mi compañero más querido. Así fue como Chico Buarque introdujo, en los conciertos de su más reciente gira (Caravanas), la canción Massarandupió, una composición instrumental de su nieto a la que le puso letra.

La melodía le llegó a Chico Brown en un sueño, “como un regalo de alguna fuerza sobrenatural”, dice, con una mezcla de acentos de Río y Bahía. La colaboración con su abuelo funciona así: el nieto envía la melodía por correo electrónico y recibe la letra (generalmente mucho tiempo después) también por correo electrónico. Empezó a componer en la adolescencia, primero en el piano y después con la guitarra. “La música siempre ha estado presente, como una cura, un estímulo. Por eso, siempre he tenido bandas y he hecho canciones, desde que iba a la escuela, incluso para presentar trabajos en clase”, dice.

Su repertorio, que empezó a presentar el año pasado en conciertos por todo Brasil, puede considerarse una mezcla de guitarra bahiana con jazz fusión: combina las composiciones de autor —influenciadas por la MPB— con otros ritmos latinoamericanos, elementos orientales, rock y música clásica. “Siempre escucho de todo y mezclo lo que ya es tradicional con las cosas que me instigan musicalmente, cosas que me permiten, a través de la música, cruzar las fronteras del espacio y el tiempo”, dice.

Cuando compone en la guitarra, Chico tiende a ir hacia la poesía, el ritmo, el contoneo. En el piano, va a lo clásico. “Hago más vals, con algunas referencias más, digamos, jobinianas. En la guitarra, soy más Moraes Moreira, tropical, cancionero, con referencias de la samba y del jazz”. Las obras de su padre y de su abuelo no tienen una influencia directa en su creación, aunque se inspira en la postura profesional de ambos, en cómo se comportan en el escenario. A veces busca la poesía de su abuelo como inspiración para una canción de protesta, o el lado rítmico de su padre para una métrica percusiva. “Ya me ha pasado que algunos amigos escuchen mis canciones y digan, sin que me lo espere, que suenan como canciones de uno u otro”, admite.

Pero la responsabilidad de pertenecer a ese linaje musical proviene más de la expectativa de los demás, dice. Cuando crea, no piensa en si su canción va a satisfacer el gusto del público de otra generación. “Porque su trabajo abarca décadas, no puedo pretender compararme con ellos”, dice el joven músico, que pretende, sin embargo, sorprender a quienes tienden a subestimar o sobrevalorar su trabajo solo por su apellido. Como canta su abuelo y tocayo en la canción Paratodos, los retoños hace muchos años que están en la brecha —desde que nacieron— y, por suerte o por casualidad, son artistas brasileños legítimos.

Créditos:

Reportaje: Joana Oliveira y Felipe Betim

Maquetación y diseño: Alfredo García Ortiz

Imágenes y vídeos: Archivo personal de los artistas y divulgación


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