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Natalia Verbeke: “Me gusto más que a los 20″

Cuando se ríe, atruenan las carcajadas. Cuando se emociona, caen las lágrimas a plomo. Cuando habla, te taladra los ojos con sus ojazos y te agarra el brazo para remachar el clavo. Sí. En vivo, la Verbeke es tan expresiva o más que en escena. Estamos en el ambigú del teatro donde apura los ensayos de su próxima función y, preguntada por si hay nervios, te suelta sin ambages que, además de con la regla, anda “con la caca blanda” de las vísperas de los grandes estrenos. Llevamos 25 años viendo en ella la viva estampa de la naturalidad en pantalla. De cerca, sus filtros, de haberlos, que siempre los hay, son invisibles.

¿Por qué creo conocerla de siempre si no la he visto nunca?

Porque empecé muy joven, me metí en casa de los espectadores y crecieron conmigo. Era una cría recién salida de la escuela de Arte Dramático. Con muchísima ilusión, pero muy, muy insegura, con muchos miedos. Han pasado los años, tengo una hija, pero te juro que sigo siendo esa cría. Con menos inseguridades, eso sí.

¿Profesionales o físicas?

De las dos. Ahora me gusto mucho más que a los 20 años. Creo que tiene que ver con mi momento vital, el haber sido madre, que me ha empoderado extraordinariamente. No me doy tanta importancia. Tengo en quién volcar mi atención, ya no me fijo tanto en mí. Ya no creo que tengo que gustarle a todo el mundo, y tampoco quiero. Pero entonces creía que tenía que ser perfecta, y no lo era.

Pero si era la novia de España.

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Ahora miro a esa cría, la de El otro lado de la cama, por ejemplo, y veo que estaba preciosa, delgadísima, pero yo me veía gorda. ¿Quién se gusta a esa edad? Recuerdo llegar un día con un grano a un rodaje y el director de fotografía me dijo que era poco profesional. Estaría con la regla y tenía que haberlo mandado a la mierda, ahora lo haría, pero, en vez de eso, me hice pequeñita. Nos venden una imagen que no es real y al final te pasas la vida metiendo tripa. Qué pena que haya tenido que haber llegado a esta edad para darme cuenta de cosas que igual hubiera disfrutado más siendo más joven. Pero imagino que la vida va de eso. Soy una mujer muy normal con una vida muy normal

¿Y un oficio extraordinario?

Todas las profesiones lo son si las amas. Mi padre fue dentista, y para él era la profesión más maravillosa. Para mí lo es la mía. No entiendo por qué no se dedica a esto todo el mundo. Pero también es superdifícil, y duele. No hay proceso de creación de un personaje que no entrañe dolor. El actor es experiencia, sin experiencia vital no puedes dar riqueza al personaje. La gente que vive en una burbuja poco tiene que aportar. Al actor no le queda otra que ahondar en su mierda. Si interpreto odio, miedo, violencia, tengo que buscar en mí dónde está eso. Y eso duele, pero también hace que tengas empatía con los demás.

¿Es usted lo que se dice una actriz orgánica? ¿Tira de tripas?

Sí, a ver, yo somatizar no somatizo, pero para actuar lo tengo que sentir, no sé trabajar de otra manera. Cuando lloro en escena, estoy llorando de verdad, y lo siento de verdad. Acabo agotada, pero lo disfruto, porque en ese dolor también está el placer creativo.

¿Nota cuando está ‘cumbre’ en escena?

Fíjate que yo creo que mi mejor papel fue el de Nati en El hijo de la novia, porque es el que más se me parece y pasé mucha vergüenza, porque, cuando te interpretas casi a ti misma, te desnudas completamente. Y, aunque no lo parezca, soy una gran tímida, muy pudorosa.

¿Le da más pudor el desnudo emocional o el físico?

Los dos. Siempre me ha dado muchísima vergüenza desnudarme. Nunca me he duchado en un gimnasio, los elijo cerca de casa por no ir en bolas a la ducha. Vivo en esa dicotomía. Ahora, por ejemplo, en vísperas de estreno, pienso, por qué diablos me tengo que dedicar a esto, si me muero de nervios y vergüenza.

Respóndase usted misma. ¿Por qué se metió en esto?

Porque siempre quise ser otras. Vivir vidas extraordinarias. En casa, de niña, me escondía a mirar libros sin saber todavía leer. Y, en cuanto supe, quise ser esas mujeres que me fascinaban. Yo no sabía que eso era ser actriz, pero eso es lo que quería hacer.

¿Recuerda quién quería ser, por ejemplo?

Amy, de Mujercitas, por ejemplo. Cosa curiosa, porque todas querían ser Jo. Pero Amy era la guapa, y yo quería ser la guapa. Y luego, Julieta. Fíjate: nunca he sido ni Amy, ni Jo, ni Julieta, y si me llegan ahora, se me habrá pasado…

… ¿El arroz? Qué bonita expresión, ¿no? A ellos no se les pasa.

Total, porque en la maternidad llega un momento en que es verdad, y es muy doloroso. Mi gran sueño desde niña, más que ser actriz, era ser madre, y madre sola. Pero como siempre he pensado que era joven, cuando fui a congelar mis óvulos me dijo el ginecólogo que era tarde. Así que me puse a ello a destajo, y ahí tienes a Chiara. La tuve a los 42, enamorada y con pareja. Estoy feliz.

En ‘El tercer cuerpo’ su personaje no sabe vivir. ¿Usted sabe?

Qué difícil, eso. Lo que sé es que hay que atreverse a ser, a vivir, a darse una hostia. Yo me he atrevido porque me gusta sentir, amar, desear, vivir. A veces lo he pagado, me he dado muchísimas, hostias, pero bueno, lloro, monto un drama, para eso soy actriz, y vuelvo a atreverme. Vivo con las tripas y me gustan mis cicatrices. Mejor eso que perderse la vida.

Dice que una actriz es experiencia, ¿de qué vivencias tiraba esa cría insegura de 20 años para meterse en la piel de otras?

Bueno, a esa edad yo ya tenía experiencia. Mucha [se emociona]. Mis padres dejaron Argentina cuando yo tenía 11 años. Tuvimos que armar aquí una vida nueva sin tener a nadie. Ya te he dicho que, con 10 años, yo era igual que ahora. Una niña, sí. Llevaba mucho dolor por la separación de mi país, de mi familia, de mis amigos. Pasé una época muy difícil. Tuve que crecer muy deprisa para que mis padres no sufrieran viéndome sufrir a mí.

¿No lloraba para que no lloraran ellos y lloraban todos a solas?

Exacto. En el cole me llamaban sudaca, me atacaban porque no hablaba igual, me miraban de aquella manera porque estaba muy desarrollada. Sufrí un trastorno alimentario, anorexia, tuve que ingresar en el hospital y lo pasé muy mal. Créeme: a los 20, era una cría, pero tenía experiencia del dolor y la pérdida. Ya tenía dentro mierda de la que tirar.

Igual por eso le salió aquel grano.

Jajaja. Eso: encima, el grano.

LA MADRE DE CHIARA

A los 11 años, Natalia Verbeke (Buenos Aires, Argentina, 47 años) tuvo que dejar escuela, familia y amigos y venirse a Madrid con sus padres, emigrantes argentinos en España. El cambio, traumático, no alteró la vocación escénica de la niña, que empezó a actuar recién graduada en la Escuela de Arte Dramático. Aunque su primera gran película fue El hijo de la novia, de Juan José Campanella, su salto a la popularidad masiva en España se produjo con El otro lado de la cama, de Emilio Martínez Lázaro, la icónica comedia generacional que cumple ahora veinte años desde su estreno, donde cantaba y bailaba además de enamorar a la cámara. Hoy, un puñado de películas, series de televisión y funciones teatrales después, Verbeke se confiesa la “feliz” mamá de Chiara, su hija de cinco años fruto de su relación con el jugador de rugby Claudio Poggi. Ahora estrena en el teatro Infanta Isabel de Madrid la función El tercer cuerpo de su compatriota argentino Claudio Tolcachir. Interpreta a una mujer que no puede ser madre. El conflicto, en escena. 

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