10.00 Palabras clave
Empezamos desayunando café y churros en pleno centro en una cafetería con nombre de señora de novela de Juan Valera: Doña Mariquita (1), situada en la plaza de Uncibay desde 1942. Un lugar en el que todo malagueño ha merendado alguna vez. En Málaga los churros son las porras de otros lugares; aunque meterse en el mundo del churro merece tres o cuatro tomos con cinco anexos ilustrados. La variedad del desayuno en esta ciudad exige diccionario, y lo ideal si uno no quiere dulce es repetir la frase “un mitad con un pitufo”. Así se pide un café con leche y un panecillo.
11.00 Viaje en el tiempo
A unos 10 minutos a pie está el Museo de Artes y Costumbres Populares (2), con su patio, donde el sol cenital en invierno te lleva directamente al costumbrismo del siglo XIX y aprendes una palabra a la que le quedan cinco minutos de vida: talabartero (“guarnicionero que hace talabartes y otros correajes”, dice la RAE). Una antigua posada que devuelve un retrato de lo que fuimos: cuando las mujeres pudientes parían en sillas con agujero, y las otras, junto a su hogar de carbón, entre el olor a barniz de madera y a vino pringoso. Lo mejor es que, al salir de nuevo a la plaza de Enrique García-Herrera, sabes que se puede viajar en el tiempo sin grandes gestas.
12.00 Aperitivo con sequipedro
Aprovechamos que seguimos en el centro histórico para dar una vuelta por el cercano Mercado de Atarazanas (3). Era, además de un mercado de abastos, un astillero nazarí casi al borde del mar, muy cerca de El Playazo (un antiguo arenal enorme en lo que hoy es la Alameda Principal), cuando se fabricaba el famoso garum, una salsa de pescado fermentado y sal que era la gloria para los paladares romanos y se intercambiaba con la púrpura de las cañaíllas (el tinte se sacaba de la mucosidad de este caracol de mar).
Nos acercamos a la calle de Fajardo (4) y en una tiendecita (cuyo único letrero es una exposición de cinturones) se pueden comprar todavía los pichones: una especie de abarca típica que usaban los agricultores y cuya suela está hecha con rueda de camión. A estas alturas, un aperitivo es crucial. Seguimos camino hasta la bodega La Campana (5) (calle de Granada, 35) y nos tomamos un vasito de sequipedro, una mezcla de pedro ximénez con vino seco. Hay que pedirlo tal cual.
14.00 Todo el sabor en un potaje
Ya dispuestos y alados nos vamos a almorzar a Santiago Sedeño (6), restaurancito con cocina popular malagueña en el número 9 de Correo Viejo, una calle estrecha y fresquita en verano y tibia en invierno. De entrante merecen la pena sus conchas finas, que deben ser lavadas en agua de mar para mantener el punto de sal. Y aunque la oferta de potajes y de fritura es variada, con el potaje de jibia —lo que se suele llamar sepia— es como si las papilas aplaudieran con cada garbanzo.
15.30 Como un arqueólogo
La tarde es siempre muy exigente con el turista, así que es el momento de dar un paseo para bajar la comida. Es buena hora para visitar el Museo de Málaga (7), que abrió en 2016 en el Palacio de la Aduana integrando los fondos del Museo Arqueológico Provincial y el de Bellas Artes de Málaga. La ciudad revienta de fenicia en todos los sentidos, ya sea por su acantilado de entonces, ya sea por los objetos hallados. Lo más curioso es su almacén porque está dispuesto para imaginar: hay un montón de cajoncitos con restos arqueológicos que puedes abrir e imaginarte como un Champollion en plena pesquisa. También se expone uno de los cuadros más impactantes del siglo XIX español:¡Y tenía corazón! (1890), de Enrique Simonet.
17.00 Muralla nazarí
Para descansar, acerquémonos a la confitería Aparicio (8) (calle de Calderería, 11), una institución, a comprar unos roscos tontos con los que acompañar el paseo por los callejones árabes. La antigua muralla nazarí rodea el centro y ofrece callejuelas fresquísimas. Una ruta muy sugerente parte del Museo Carmen Thyssen (9) (calle de la Compañía, 10), continúa por la calle de los Mártires hasta la plaza del mismo nombre, sigue por la calle de Andrés Pérez, gira hasta la calle de Pozos Dulces y por el callejón Pericón hasta llegar a una plaza con un jardín vertical. La idea es detenerse no solo en las estrechas calles, sino buscar por las paredes de algunos edificios versos de poetas escritos en ellas; decía su creador, el arquitecto José Oyarzábal, que era “la calle como metáfora de libro”. Todo un paseo metafísico por los lugares menos transitados del centro.
19.00 Terraza con vistas
A esta hora ya toca ir de tapas. En la ortodoxia malagueña, en su filosofía de barra de bar no se tapea en mesa. El elegido es La Farola de Orellana (10) (calle de Moreno Monroy, 5), con su luminoso setentero. Aunque cambió el dueño, han mantenido el estilo del pasado. Hay que probar unos bartolitos (un pescado blanco rebozado) o las patatas mala leche con unas cañas.
Salimos del centro, a pie, hacia la zona del Soho, que es un área hipster donde florecen restaurantes internacionales. Aun así, es recomendable el antiguo Mesón Ibérico (11) (San Lorenzo, 27), que tiene muy buen género de productos de la tierra como cañaíllas, boquerones en vinagre y fritos. Destaca el hormigón, una suerte de ensaladilla con patatas y langostinos. Acabamos de cóctel en una terraza, porque la altura sobre las ciudades hace que pienses en ellas, te da la medida del idilio. Subamos a la del hotel Room Mate Valeria (12) (plaza del Poeta Alfonso Canales, 5); ahí el descanso te recuerda que venías a descansar. Ay, contradicciones del turista entre copa y copa: sabes que ansías más de lo que abarcas por sobreinformación, pero eres tan feliz con tu yo irredento.
María Eloy-García es autora del libro de poesía ‘Metafísica del trapo’.
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