La declaración institucional del presidente Joe Biden justificando la retirada estadounidense de Afganistán con que “el objetivo del despliegue nunca fue construir una nación democrática, sino luchar contra el terrorismo” ha causado no poco revuelo. En buena medida porque es un ejercicio de realismo, por cínico que suene, y eso es algo a lo que no nos tienen acostumbrados los políticos de la era de la posverdad, groseros arquitectos de realidades paralelas. Es un gesto que no se debe ignorar, tras 20 años de entelequias redentoras resumidas en el célebre “salvemos a las mujeres y los niños afganos” del discurso radiofónico de la entonces primera dama, Laura Bush, en vísperas del Día de Acción de Gracias de 2001.
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Por supuesto que la verídica declaración no redime a Biden, pero sí sella el final de una época y, a su manera, reconoce la derrota de la pax americana, que culminó con la caída del muro de Berlín, justo a continuación de la retirada soviética de Afganistán. En términos de política internacional, la retirada estadounidense supone la continuación del “América primero” de Trump, con todas las salvedades que deben hacerse entre ambas experiencias. Ni las mujeres ni los niños han sido nunca la preocupación primera del patriotismo americano, sino excusas discursivas para la propia perpetuación.
En cuanto a la lucha contra el terrorismo, habría que decir que el yihadismo nacionalista talibán es de naturaleza bien distinta al yihadismo internacionalista de Al Qaeda o al más global y customizado del Estado Islámico. Aún están por ver las mutaciones terroristas de estos últimos, sobre todo si se perpetúa el Estado de milicias iraquí y se naturaliza el genocidio asadiano en Siria. Pero desde el principio, hace ya 30 años, los talibanes tuvieron un objetivo muy distinto: una yihad de puertas adentro, por así decir, circunscrita a unas fronteras históricas que han parado los pies a varios imperios (el zarista, el británico, el soviético, el americano ahora).
El proyecto estatal talibán de construcción de un Emirato Islámico de Afganistán no forma parte de una real o hipotética transnacional yihadista; al contrario, en su avance por el país los talibanes se han enfrentado tanto a grupos alqaedistas como del ISIS, y se han cuidado de mantener buenas relaciones con Irán, país vecino que les ha acogido llegado el caso. Recién tomada Kabul, han hecho declaraciones de tenor institucional a propósito de su interés en normalizar relaciones con Occidente y sobre sus intenciones shariíes respecto al Estado, lo cual afecta a los derechos de las mujeres, y no para bien.
Que los talibanes hagan una lectura misógina y dictatorial de la sharía no sorprende: formados en las madrasas deobandíes de Pakistán, nacieron de la ideología y la financiación wahabíes, que ellos han acomodado a la realidad sobre el terreno del tribalismo afgano, más plural que el saudí. Pax americana fallida frente a más lectura integrista de la sharía es el saldo de estos 20 años.
Luz Gómez es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro es Salafismo. La mundanidad de la pureza (Catarata, en prensa).
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El post Ninguna paz y más integrismo aparecio primero en La Neta Neta.