Salvador A. sabe que en Estados Unidos no reina la impunidad como a menudo sucede en su natal El Salvador, pero “estos tipos son capaces de todo”, explica incómodo por mantener esta conversación. Como para muchos otros empleados del Hotel Harrington en Washington, los últimos meses han sido, cuando menos, desagradables. ¿La razón? Los Proud Boys (literalmente, los chicos orgullosos, en español), un grupo ultra en el que solo se aceptan hombres, de retórica nacionalista, antimusulmana y misógina fomentada a través de las cloacas de Internet, que ha hecho del centenario y más viejo hotel de Washington su lugar de residencia cuando sus miembros llegan a la capital a dar su apoyo al presidente saliente, Donald Trump. La siguiente cita de estos chicos orgullosos en Washington es este miércoles 6. Para entonces, el Harrington no tendrá sus puertas abiertas.
Se hospedaron allí durante la festividad del 4 de julio, o durante el tercer fin de semana de noviembre de la llamada Marcha del Millón MAGA (Make America Great Again, Hacer América Grande de Nuevo), que se quedó muy lejos de esa cifra de asistentes, aunque poco importa el número cuando la exhibición de supremacismo blanco es tan evidente y el presidente de Estados Unidos no la condena. Volvieron a ocupar habitaciones, el bar y los aledaños del Harrington, a cinco calles de la Casa Blanca, el pasado 12 de diciembre para volver a protestar contra la elección de Joe Biden como presidente. Y planeaban hospedarse otra vez este miércoles 6 de enero, el día en el que el Congreso ratificará el nombramiento del nuevo presidente. Pero el hotel ha decidido cerrar sus puertas estos días tras varias denuncias por no respetar las reglas de la covid-19 y altercados en los alrededores relacionados con el grupo ultra, cuyo dirigente, Enrique Tarro, ha sido detenido este lunes por incidentes pasados en la ciudad.
Con más de 106 años de vida, las 250 habitaciones del Harrington han estado dando la bienvenida a huéspedes desde 1914. Harrington Mills y su socio, Charles McCutchen, construyeron un hotel que ofrecía algo casi excéntrico en aquella época para el público menos acomodado, habitaciones con baño. Situado en la esquina de la Calle 11 con la E, el Harrington es un hotel asequible en una ciudad cada vez más enloquecida con los precios, cercano a los principales monumentos de la capital de la nación y con un bar que tiene solera, en esta era de Starbucks en cada esquina. El Harry´s Bar, precisamente, ha sido una de las causas de conflicto entre el Harrington, la alcaldía, los Proud Boys y los washingtonianos que consideran que no hay lugar en esta ciudad para esa extrema derecha que se identifica por sus distintivas camisetas negras y amarillas.
En los últimos tres meses de la pandemia, el Harry´s ha tenido al menos tres denuncias por violar los protocolos de seguridad que ha impuesto el coronavirus, así como por la negativa de ciertos clientes a llevar mascarillas que frenen la expansión de la covid-19. El sábado 12 de diciembre, los Proud Boys llegaron a Washington con la intención de “luchar con valentía” y “defender la República” y evitar, fuera como fuera, que Joe Biden llegara a la presidencia. El domingo la ciudad amanecía con la noticia de que la noche había dejado cuatro apuñalados y decenas de detenidos tras la manifestación trumpista en un enfrentamiento con fuerzas opositoras. Los cuatro apuñalamientos sucedieron cerca del Harry’s Bar.
La violencia se había vuelto a apoderar de ciertos sectores de la capital estadounidense, con Enrique Tarrio asegurando que él mismo había quemado una de las insignias que llenan la ciudad y que difunden el ya famoso lema de Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan). Este pasado lunes, Tarrio era detenido en la capital por aquella acción. “¿De quién son las calles?”, exclamaban a pleno pulmón durante la concentración a favor de Trump. “¡Son nuestras!”, respondían crecidos sus compañeros mientras avanzaban hacia la plaza que conmemora frente a la Casa Blanca a los caídos por la violencia policial y el racismo.
Abena J. es mujer, negra e inmigrante y estaba dispuesta a perder el salario que necesita como el aire para vivir si tenía que volver a servir en el hotel a algunos de los hombres que se hacen grandes disfrazándose con chalecos antibalas y cascos para enfrentar una guerra. “Sé que para ellos no soy nada”, intenta explicar, temerosa de que alguien la escuche y mientras estira nerviosa un lado de su uniforme. “No soy nada”, repite.
El FBI define a los Proud Boys como una organización de extrema derecha vinculada con el supremacismo blanco y la misoginia. Durante el primer debate de candidatos presidenciales el pasado septiembre, el presentador preguntó a Donald Trump si estaba dispuesto a condenar el supremacismo blanco y este pidió que le dijera a quién debía condenar. Su rival, Joe Biden, sugirió a los Proud Boys. “Proud Boys, retroceded y quedaos a la espera”, replicó el republicano.
Tras la violencia, los desmanes y la falta de compromiso con lo que dicta un virus que en EE UU ya se ha cobrado más de 350.000 vidas, la dirección del establecimiento ha optado por comunicar su drástica decisión de que el 4, el 5 y el 6 sus puertas permanecerán cerradas. “Mientras es cierto que no podemos controlar lo que pasa fuera del hotel, debemos proteger la seguridad y el bienestar de nuestros huéspedes, visitantes y trabajadores”, afirma la dirección del establecimiento. No hay camas para los Proud Boys. Al menos en el centenario Harrington.
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