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No me demandarás por no subir al Everest


Por contrato, el cliente nunca tiene la razón en la montaña. No cuando se trata de decidir qué es o no peligroso, tarea que compete exclusivamente al guía que ha contratado. Esta podría ser una de las conclusiones que se derivan del fallo de un tribunal de Seattle (EE UU) que acaba de zanjar un litigio planteado por un cliente descontento con su frustrado intento de escalar el Everest en septiembre de 2019. Entonces, su guía abortó el ataque a la cima (8.848m) para proteger a ambos de la amenaza de caída inminente de un serac (una masa de hielo del tamaño, en este caso, de un edificio de 15 plantas). Zac Bookman no solo protestó la decisión de su guía, Garrett Madison, sino que meses después decidió llevarlo a los tribunales reclamándole el pago de 100.000 dólares por incumplimiento de contrato y fraude: poco le importó entonces haber firmado un documento en el que se estipulaba que alcanzar la cumbre no está garantizado “por razones de climatología, seguridad u otros factores”. Otros clientes de Madison, en el marco de la misma expedición, no contemplaron la posibilidad de denunciarlo.

Los guías de montaña informan siempre de esta realidad de su trabajo: la cima, o el éxito de una salida, siempre queda supeditado a la seguridad. Nadie puede garantizar una cima. El mal tiempo, las condiciones del terreno y las aptitudes físicas o técnicas de los clientes pueden alterar sustancialmente el guion deseado. La montaña, entienden los guías, no es ni debería ser un objeto de consumo rápido sino una experiencia en la que el camino recorrido debería ser tanto o más importante como alcanzar un punto concreto en una montaña. Adinerado y miembro del selecto grupo de empresarios de Silicon Valley, Zac Bookman no solía escuchar un “no” por respuesta… aunque su vida peligrase. El juez que acaba de fallar en su contra aclaró que “el miedo a las demandas y repercusiones financieras pueden provocar lesiones, enfermedades y muertes para los clientes, guías, sherpas y otros profesionales”.

En otoño de 2019, nadie alcanzó la cima del Everest, ni tan siquiera el corredor de montaña y alpinista Kilian Jornet, ni el esquiador extremo polaco Andrzej Bargiel. En esa fecha, Madison contaba con cuatro clientes para escalar el Everest. Ante el peligro estimado, dos de ellos decidieron regresar a casa, otro aceptó escalar el Ama Dablam como compensación y solo Zac Bookman exigió esperar en el campo base una semana para comprobar si el serac caía o no. No cayó entonces pero sí semanas más tarde. En 2014, la caída de una masa de hielo similar en la misma zona (la cascada del Khumbu) segó la vida de 16 trabajadores de la etnia sherpa.

En el caso concreto del Everest, donde los clientes pagan entre 60.000 y 150.000 euros por vivir la posibilidad de plantarse en el techo del planeta, los guías se ven presionados para satisfacer sus deseos. Garrett Madison, quien en temporadas anteriores ya había conducido a más de 70 clientes hasta la deseada cima, aseguró sobre el fallo judicial: “Es una gran victoria para mí y para mi empresa así como para la industria de guías de montaña en su conjunto”.

El riesgo de los sherpas

La noticia quita un peso de encima al colectivo de guías, una industria que crece en todo el planeta. En España, Raúl Lora, presidente de la AEGM (Asociación Española de Guías de Montaña), se muestra “satisfecho”: “Los guías no tendremos miedo a la hora de tomar decisiones en montaña que no siempre son fáciles de tomar”. El valor de un guía tiene que ver, en esencia, con su capacidad para tomar decisiones comprometidas en situaciones de estrés, decisiones que no comprometan ni su propia seguridad ni, por supuesto, la de sus clientes. Su conocimiento del medio y del terreno en el que se mueve, su capacidad para valorar las condiciones del momento y su análisis de sus capacidades así como de las de sus clientes le permiten decidir si avanzar o renunciar. “Cuando se trata de salidas de un día o dos cerca de casa, enviamos un pliego de condiciones para la contratación de nuestros servicios que tiene figura de consentimiento informado. En el caso de varios días de trabajo en el extranjero, por ejemplo, el cliente firma además un contrato por el que acepta entre otras cosas nuestra política de cancelación, la renuncia a un objetivo por razones de seguridad o la posibilidad de no hacer cima en el caso de que ese sea el objeto del viaje”, explica Raúl Lora.

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Es evidente que ciertas decisiones de los guías no son del agrado de los clientes, a menudo poco realistas a la hora de valorar las condiciones de la montaña o sus propias capacidades. “Pero si cada vez que un cliente descontento nos llevase a juicio, no podríamos trabajar ni tomar decisiones adecuadas destinadas a protegernos. Por eso es un alivio el dictamen del juez norteamericano”, suspira Lora. El abogado de Madison, Doug Grady, quien asumió el caso pro bono (sin cobrar), señaló igualmente su preocupación “por las consecuencias que este tipo de demanda podría tener para un trabajador de la etnia sherpa, los que equipan las rutas de los ochomiles y corren los mayores riesgos”. “Una cosa es que los sherpas asuman a sabiendas los riesgos como profesionales pagados de la montaña, y otra muy distinta que el sistema legal estadounidense cree presiones nocivas que hagan que sus trabajos sean aún más peligrosos”, señaló a la revista Climbing. La sentencia favorable al guía Garrett Madison pone un punto de cordura al consumo desaforado de montaña.

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